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ANÁLISIS
Columna
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Del 11-S al 11-M

EL SECUESTRO de los aviones de líneas regulares utilizados hace cinco años por Al Qaeda como bombas volantes contra las Torres Gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono en Washington llevaron hasta su último extremo la potencial lógica destructora de la globalización. El optimismo ilusorio sobre los beneficios sin coste de las tendencias mundializadoras sufrió así el peor desmentido imaginable: el crimen enseñó hasta qué punto la acelerada marcha hacia un planeta homogéneo incluye caminos desviados que conducen al abismo. De un lado, el golpe de audacia de Al Qaeda permitió comprobar que no existen barreras seguras para ningún país en la unificada sociedad transnacional del siglo XXI; de otro, la guerra global contra el terror declarada por Bush como represalia por el 11-S priva de escondrijos geográficos a los organizadores de las tramas islamistas radicales y niega amparo jurídico los simples sospechosos de militar en sus filas.

El ataque de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono en 2001 sirvió de fuente de inspiración para los atentados terroristas de Madrid en 2004, de Londres en 2005 y de Bombay en 2006

La cruzada contra el terrorismo no se limita a borrar del mapa las fronteras territoriales protectoras de las soberanías estatales: tras la ocupación de Afganistán en busca de Bin Laden, la invasión de Irak utilizó como falso pretexto la participación de Sadam Husein en el 11-S y la existencia de armas de destrucción masiva a disposición del terrorismo internacional. Esa guerra global deja en suspenso o limita drásticamente los ámbitos tutelados de los derechos individuales, enarbolando como supuesta justificación la amenaza fundamentalista. El campo de concentración de Guantánamo, las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib, las cárceles secretas de la CIA en diversos países y las leyes de excepción dictadas dentro de Estados Unidos marcan un espectacular retroceso en el terreno tan difícilmente conquistado por la democracia liberal a lo largo de la historia con el fin de garantizar los derechos humanos de inocentes o culpables.

Por demás, los procesos de globalización alteran de otra manera la delicada dialéctica entre libertad y seguridad. Las organizaciones terroristas diseminadas geográficamente y conectadas mediante las nuevas tecnologías ven facilitado su trabajo: el 11-S es una buena lección al respecto. José María Irujo -El agujero (Aguilar, 2005)- describe cómo el radicalismo islamista había venido utilizando hasta el 11-M con relativa impunidad el territorio español, base operativa para antiguos combatientes en Afganistán, Bosnia o Chechenia y simpatizantes de la corriente salafista. Aunque la condena dictada en septiembre de 2005 por la Audiencia Nacional contra Abu Dadah -dirigente de esas redes- por su participación en los preparativos del 11-S haya sido desestimada el pasado junio por el Supremo, el atentado de los trenes de la muerte hunde sus raíces en un terreno abonado desde años antes por los predicadores de la yihad.

La inclusión del 11-M español en el álbum de familia del terrorismo islamista, sangrientamente ilustrado por el 11-S de Nueva York y Washington, el 7-J de Londres y el 11-J de Bombay, se halla fuera de cualquier duda razonable para cualquier persona de buena fe y con un mínimo de inteligencia. Los engañosos esfuerzos del Gobierno de Aznar para hacer creer -el mismo día de la matanza de Atocha- que ETA había perpetrado el atentado no estuvieron movidos sólo por la estrategia electoral de promover la victoria del PP con mayoría absoluta el 14-M; también trataron de eludir sus culpas y negligencias por haber bajado "la guardia ante la amenaza fundamentalista" (Aznar dixit), pese a que el Ministerio del Interior (a cargo de Ángel Acebes e Ignacio Astarloa en aquel momento) disponía de una abundante información que le hubiese permitido prevenir el 11-M. Los ridículos intentos de los dirigentes populares -coreados por sus estridentes portavoces periodísticos y radiofónicos- para presentar todavía hoy a los autores materiales del 11-M como ciegos instrumentos de un misterioso deus ex machina (los servicios secretos de Marruecos, el PSOE, los cuerpos de seguridad del Estado o ETA, juntos o por separado) no pretenden -entre otras cosas- sino ocultar las evidentes responsabilidades políticas del Gobierno de Aznar en el pasado.

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