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Columna
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El discurso del agua

Tratemos por unos momentos de tener un feliz ensueño húmedo o hídrico como prefieran: llueve todos los días, incesantemente, como en la canción de Raimón, e incluso arrecia en las cabeceras de los ríos y barrancos que mueren en el litoral valenciano. Se colman los embalses, se recuperan los acuíferos, se cierran o invalidan miles y miles de pozos ilegales, dejamos de ingerir tanto nitrato y se disuelven por ensalmo las críticas al desmadrado cultivo de las cespitosas. Quizá se produjese algún descalabro en zonas inundables temerariamente urbanizadas, pero sería un mal menor, irrelevante. Dada la manga ancha con que se han autorizado estas colonizaciones hemos de pensar que el País está blindado frente a las avenidas y aluviones -no tan lejanos- que nos afamaron históricamente.

¿Podría alguien sentirse mortificado por tan fausto meteoro? Después de tan prolongada e implacable sequía, ¿no llovería a gusto de todos? Pues no, apostaríamos a que el PP se sentiría damnificado, pues se le habría ahogado, siquiera fuere provisoriamente, el discurso más rentable y victimista que ha desgranado a lo largo de la legislatura: el del agua. "Porco governo", exclamaría algún consejero decepcionado, con la misma acritud desplegada contra la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, cuando ésta recomendaba este verano la prudente adopción de medidas para moderar los consumos, como el riego de jardines o el llenado de piscinas. La pertinente previsión, en tiempos tan secos y recursos tan agónicos, fue reputada, como se recordará, de crispadora e insultante para quienes tanto y bien saben de la administración del agua. O sea, los valencianos.

No vamos a incurrir en un juicio de intenciones y afirmar que el PPCV no celebraría el remedio precario de la lluvia, pues no lo reputamos tan malvado. Pero sí obstinado, como revela su machacona insistencia en una solución que debiera dar por definitivamente superada, cual es la realización de los trasvases de unas a otras cuencas. Algo que pudo ser -y sería- innovador en los años 30 del siglo pasado, según los tan invocados planes de Lorenzo Pardo y Félix de los Ríos, pero que hoy únicamente puede sostenerse con ánimo movilizador -y demagógico- de la grey electoral. Ya no hay cuencas cedentes, como delatan los estatutos autonómicos aprobados y proyectados. Y tampoco los ríos que van a la mar se pierden, sino que son parte de la biología marina y de los estuarios o deltas donde los hubiere.

Con lo cual, nadie nos condena -decimos de los valencinos- al suplicio de la sed o la maldición de la sequía, sino que se nos confronta con la insoslayable nueva cultura del agua. Nueva y obligada, pues es insoslayable. Esto es, se nos confronta con el reto y solución factible de proveernos por la tecnología a nuestro alcance de los hectómetros cúbicos que necesitamos. Reciclando, desalando, administrando los caudales disponibles y no contándonos fábulas sobre el Ebro, Tajo y Duero que sus beneficiarios defienden con renovados ímpetus, o cuyos recursos venderán a precio de orillo. Bien saben ellos cuán decisiva es para su pervivencia, como nosotros lo hemos sabido siempre por poseerla o anhelarla.

No parece que esté el horno para bollos, pero a nuestro entender sería un signo de madurez política que nuestros grandes partidos llegasen a consensuar un mismo discurso sobre el agua, rescatándolo de las diatribas al uso. No habría de ser tan difícil ponerse de acuerdo acerca de unos cuantos datos técnicos y realidades palmarias, cuales son el agua que tenemos, la que necesitamos, cómo la repartimos y las fórmulas para proveernos. Ahora mismo estamos echando mano de las reservas hídricas del próximo año para asegurar el abastecimiento urbano en algunas ciudades del sur valenciano. Y sólo llueve en nuestra imaginación. Y los pantanos están en su agonía. Y lo único cierto, y sobre todo más factible, es que no siendo beneficiarios de grandes caudales, convirtiéramos el mar en la más abundosa y segura fuente. Otra cosa es entercarse en los trasvases -cada día más lejanos e inviables-, sacudir el espantajo de la discriminación y apalear con ello al adversario, sea el titular de la Moncloa, José María Rodríguez Zapatero, o el de Blanquerías, sede del PSPV-PSOE, Joan Ignasi Pla.

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