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Paisajes agrarios

Mientras en España este verano ardían los bosques cercanos a los núcleos urbanos -en Galicia y en el Empordà-, en Francia y Alemania hace años que se ha asumido la conciencia de que la raíz del paisaje europeo está en la pervivencia de las tramas agrícolas y en el cuidado de los bosques; es decir, que los proyectos toman como referencia las morfologías históricas de los campos de cultivo: huertos de legumbres y campos de frutales, herbolarios y cultivos de especies, subdivididos en rectángulos, dentro de las ciudades amuralladas o en los jardines de los monasterios, en los recintos de los palacios y en las campiñas renacentistas.

Por ejemplo, entre otros proyectos franceses está el Plan Urbano para Montreuil (1998-2001), de los paisajistas Claire y Michel Corajoud, que propone un crecimiento urbano basado en la pervivencia de las hileras de muros de los melocotoneros. En Alemania, todo plan territorial ha de tomar como punto de partida los datos de los sistemas geológicos y agrarios: tipos y calidades de los estratos de suelo, condiciones de cultivo y de riego, etcétera. El objetivo, por tanto, es el de desvelar mediante proyectos de paisaje elementos de la memoria rural: senderos, muros, masas de bosque, canales, charcas y albercas. Para que el territorio europeo sea durable se ha de proteger y enriquecer la biodiversidad de estos territorios amenazados por el cambio en el sistema productivo, evitando que los bosques se abandonen y los campos de cultivo se conviertan en suelo urbano. Y al ser dos países europeos avanzados los que han tomado el paisaje agrario como referencia básica de los planes territoriales, queda claro que no se trata de ninguna actitud nostálgica. Estas iniciativas van desde la protección y subvención de ciertos campos de cultivo que forman parte del paisaje europeo, como las viñas y los campos cercanos a las ciudades de la Francia meridional, hasta la promoción de los huertos vecinales en el entorno a las grandes ciudades. En este sentido, en España es vital cuidar los bosques y mejorar la rentabilidad de los cultivos, especialmente de unos viñedos que están amenazados por los planes reductivos de la Unión Europea y que constituyen una parte esencial de nuestro paisaje productivo.

Aunque el sector agrario represente un porcentaje pequeño frente al de servicios, es clave para el ahorro de energía en el transporte, para el equilibrio productivo y ecológico, para las cualidades del paisaje; en definitiva, para consolidar una nueva alianza con el medio ambiente y para un futuro con calidad de vida. Se trata de seguir desarrollando la naturaleza artificial que el ser humano inventó con el ángulo recto hace siglos para fines productivos, calculando, trazando y distribuyendo cuadrículas: sobre el paisaje llano, creando tramas agrícolas, y en las empinadas pendientes, creando el orden escalonado de las terrazas.

En Cataluña, a pesar de los avances en estos tres años de gobierno tripartito en la investigación, catalogación y legislación para la protección del paisaje, la mentalidad que sigue dominando es la del beneficio inmediato: qué terrenos no urbanizables van a pasar a urbanizarse favoreciendo los intereses del sector inmobiliario. Así nuestros bosques, áreas agrícolas y deltas -como el del Llobregat o el del Ebro-, atravesados por autopistas y acechados por urbanizaciones que se van expandiendo, intentan resistir la presión del avance de la construcción.

Un hecho que demuestra cómo la ambición inmobiliaria -y su contribución a las respectivas arcas municipales- ha hecho perder cualquier otro objetivo, es que mientras que en La Rioja se está creando una nueva generación de bodegas con arquitectura contemporánea (de Frank Gehry, Rafael Moneo y Josep Llinás), en Cataluña este fenómeno casi no se produce. Poco hay que se corresponda con la arquitectura de bodegas que se hizo a finales del modernismo y durante el noucentisme, como respuesta social y económica a la crisis de la filoxera, aprovechando la capacidad creativa de Antoni Gaudí, Francesc Berenguer, Josep Puig i Cadafalch, Jeroni Martorell, Joan Rubió i Bellver, Cesar Martinell y Pere Domènech i Roure.

Mientras que nuestra industria del vino y del cava es rentable -en el Penedès, en el Priorat, en Alella y en otras denominaciones-, pocos ejemplos tenemos de arquitectura agroalimentaria contemporánea que exprese deseo de renovación y de creación de obras emblemáticas, exceptuando obras que ya tienen años -como las cavas de J. M. Raventós i Blanc, de Jaume Bach y Gabriel Mora, las cavas Chandon que proyectó Óscar Tusquets en el Penedès, e intervenciones de Miquel Espinet y Antoni Ubach en las Bodegas Torres- o alguna obra reciente, como las pequeñas bodegas semienterradas que se construyen según proyecto de RCR (Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta) en la Costa Brava.

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Ciertamente, existe un nuevo paisajismo catalán, con muchas cualidades, pero a la cultura catalana aún le falta mucho para acercarse a la conciencia de países como Francia, con una cultura de siglos construyendo infraestructuras que se van integrando a un paisaje siempre cuidado y siempre vivo. A pesar de las buenas obras aisladas que se han realizado, sigue predominando un urbanismo depredador, que sólo sabe construir destruyendo, que desprecia proyectar las cualidades del vacío, que sigue anclado en el prejuicio de considerar nostálgica cualquier visión que interprete el paisaje como geografía humana, cúmulo de relaciones con el entorno, frágil sistema ecológico, superposición de distintas tramas que tienen el mismo derecho a pervivir.

Hay tanto empecinamiento en ir eliminando las tramas agrícolas como en destruir los vestigios de los sistemas industriales; mal síntoma de una voluntad dominante de borrado y manipulación de la memoria.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).

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