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Riesgos personales y políticos

El próximo 1 de noviembre, Montilla y Mas asumen más riesgos políticos que personales. El número 68, que equivale a la mayoría absoluta del Parlament, abrirá la gloria política para uno de ellos y también desencadenará la crisis de partido o de la coalición para el perdedor. No está a la vista un descalabro personal porque no hay en Convergència Democràtica (CDC) nadie que pueda discutir el liderazgo de Artur Mas en la actualidad, y tampoco el aparato del Partit dels Socialistes (PSC) ni la dirección del PSOE exigirán responsabilidades a quien asume el liderazgo electoral en circunstancias tan complicadas, incluso adversas. José Montilla conoce como nadie el juego de la política detrás del escenario; por tanto, no es de los que asumen a la ligera el papel de primer actor. Todo ha sido muy meditado. El despido del clan Maragall y la medalla ministerial al todavía alcalde Clos forman parte de un proceso de normalización política del PSC como federación catalana del PSOE. Por esta vía, el PSC nunca alcanzará la presidencia de la Generalitat por su cuenta y riesgo.

Muy probablemente, en el caso de perder las elecciones autonómicas, José Montilla no dejará de ser la figura política más importante del PSC, y puede perfectamente volver a encabezar la lista catalana en las elecciones legislativas de 2008. Nadie pedirá responsabilidades a Montilla si los resultados electorales son malos. En todo caso, se desplazarán las culpas hacia quien ha ejercido la presidencia de la Generalitat en los últimos tres años. Electoralmente, el PSC, si asegura su continuidad como primer partido catalán en las legislativas y en las municipales, puede asumir el coste político de ser el segundo partido en las autonómicas. Pero, ¿podrá soportar el PSC la pérdida de la presidencia de la Generalitat sin abrir una profunda crisis sobre su identidad y proyecto político? Vamos a dejar la pregunta sin respuesta y confiar en que no haga falta repetirla. Pero sí es necesario responder ya a otra: ¿Cuál es la propuesta de gobierno del PSC?, porque un gobierno de izquierdas en Cataluña es cosa de tres o no es, a partir de los datos de todas las encuestas electorales recientes.

Quien conozca y comprenda la realidad nacional de Cataluña, que no es el caso de Alfonso Guerra, sabe perfectamente que las fórmulas generales impuestas desde un centro todopoderoso fracasan en Cataluña y en Euskadi. Reconocer estos hechos nacionales no implica ser nacionalista, basta con ver y sacar las conclusiones adecuadas. Esto estaba claro en el proyecto de Maragall, y por eso el PSC se abrió a otras izquierdas catalanistas como Ciutadans pel Canvi, sin actitudes asimilacionistas, y también comprendió el pluralismo interno del catalanismo político de izquierdas, con posiciones igualmente legítimas, sean independentistas o federalistas. ¿Qué impide a las direcciones del PSC y de ERC ser más concluyentes a la hora de reivindicar su compromiso con un proyecto nacional de izquierdas para Cataluña frente a CiU? El electorado tiene derecho a saber con quién gobernará el candidato del PSC, en el caso de que tenga opciones para formar gobierno con el apoyo parlamentario suficiente. Si no es así, todas las alternativas están abiertas, incluido el reencuentro CiU-ERC, soñado por sectores del nacionalismo catalán. No es este el mejor camino para dar la confianza necesaria para la confirmación de un gobierno de izquierdas catalanistas en Cataluña.

El misterio que envuelve las estrategias electorales y poselectorales del PSC y de ERC, concentradas en el supuesto atractivo electoral de su marca de partido, contrasta con la transparencia de las otras formaciones políticas. Es cierto que las cartas del PP y de la coalición ICV-EUiA están echadas, suceda lo que suceda. El PP bendecirá a Mas como hacía con Pujol, aunque reciba a cambio insultos como agradecimiento, e ICV-EUiA no tiene otra alternativa de gobierno que la repetición de un gobierno de izquierdas catalanista. También tiene la opción política de quedarse en la oposición antes que sumarse a un gobierno cuyo fundamento único sea la aritmética parlamentaria y no un programa compartido lealmente. Porque hay que decirlo por enésima vez: lo que duele más entre lo que ha sucedido en el Gobierno de Maragall, ha sido la falta de colaboración y de lealtad entre los tres partidos. No se cohesiona un gobierno poniendo en primer lugar los intereses partidistas, condicionados al mismo tiempo por las pugnas intrapartidistas.

Todo lo dicho parece indicar que quien corre menos riesgos personales y políticos es Artur Mas. A primera vista así es. Cuenta con un panorama político que favorece sus ambiciones: la renuncia de Maragall, la derechización del PP y el juego de alianzas del PSOE. En CDC es indiscutible e indiscutido. Sólo tiene un problema en las ambiciones políticas de Josep Antoni Duran Lleida y de Unió Democràtica (UDC), pero cuenta con la protección de la sombra de Jordi Pujol, que es muy alargada y llega a todas partes. Es el candidato favorito para ganar las elecciones autonómicas, pero le puede faltar la mayoría parlamentaria necesaria para ser presidente de la Generalitat. Este es su punto débil, y por ahí pierden los nervios el propio Mas y Duran. No soportan la perspectiva de un futuro sin cargos de gobierno ni alcaldías importantes. En su caso, el paso de la gloria a la miseria puede depender de un solo diputado. El alto riesgo que ha asumido el PSC al cambiar el cartel electoral de las dos plazas más importantes de la política catalana aumenta los nervios convergentes. Ahora o nunca, deben de pensar en sus adentros. Una victoria doble sería un gozo sublime, pero una doble derrota o no ganar la presidencia de la Generalitat tendría también efectos políticos de gran calado sobre el futuro de la coalición CiU.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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