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Reportaje:Mundial de baloncesto 2006 | Una gesta inolvidable

El delirio

Miles de aficionados homenajean en Madrid a los campeones al grito de "¡sí, sí, sí, el oro ya está aquí!"

La locura. El descontrol. El delirio colectivo. España, la campeona del mundo de baloncesto, llegó a la plaza de Castilla, en Madrid, y se desataron las emociones. Gritos. Risas. Saltos. Cánticos de victoria. Fue aparecer el autobús de la selección, a la una menos veinte de la madrugada, con 45 minutos de retraso sobre lo previsto, y oírse el grito unánime, apasionado, casi gutural, de los miles de aficionados reunidos para homenajear a los triunfadores. "¡Sí, sí, sí, el oro ya está aquí!", prorrumpió el gentío, rodeado de luces, de humo y del olor a pólvora de los cohetes y los petardos. Poco antes se había declarado un incendio en una de las torres que se construyen en la antigua ciudad deportiva del Real Madrid. Pero ni siquiera eso alteró el humor, desbordado en cuanto aparecieron los héroes, todos con camisetas con el lema golden boys (chicos de oro) y sus medallas colgadas. Todos, menos Rudy Fernández, que, además, llevaba la red de una canasta con destino al salón de su casa.

Desde el autocar, de dos pisos y decorado con la inscripción campeones del mundo, los triunfadores bailaron entre gritos de "¡España, España!", lanzaron regalos a la multitud y ofrecieron el título, que llegó en las manos de Carlos Jiménez, el capitán. Después fueron subiendo uno a uno al escenario, incluido Pau Gasol, que saludó levantando una de sus muletas y que convalece de la lesión que le impidió jugar contra Grecia. Fue el punto culminante. Y se vivió, no podía ser de otra manera, al son del We are the champions, de Queen, o del "¡Champiñones!", en versión de los propios jugadores de Pepu Hernández, que concluyeron coreándose a sí mismos: "¡Dream team, dream team!".

Durante la espera, se sumaron el calor y la falta de agua -reclamada insistentemente por la muchedumbre- para que hubiera varias lipotimias. Mucho antes, hasta con un adelanto de dos horas, habían llegado los primeros entusiastas, que se encontraron con que el lugar, uno de los centros neurálgicos de comunicaciones de la capital, estaba cerrada al tráfico. Los operarios, que se contaban por decenas, se afanaban en terminar el escenario, situado en el monumento a Calvo Sotelo, irreconocible bajo las luces moradas y amarillas de neón. El vicealcalde Cobo lo supervisaba todo bajo la atenta mirada de sus guardaespaldas. Había muchos policías, a pie, en moto o en coche, de paisano y de uniforme. Pero mandaban los ciudadanos, los seguidores de la roja, que tomaron el recinto y jalearon a los campeones. Casi todos iban de rojo y gualda, con la camiseta de la selección o la de los Grizzlies de Gasol. Todos gritaban. Y algunos, los más madrugadores, voceaban: "¡Que se lo aprenda todo el mundo! ¡Que viva España!". Algunos, los menos, ridiculizaban a Grecia, el rival derrotado.

Ganar da fuerzas. España, once jugadores más Gasol mirándoles desde el banquillo, había ganado el Mundial 30 horas antes. Desde entonces nadie había tenido descanso: había corrido la cerveza, habían humeado los puros y se habían cantado las canciones de Estopa, el grupo de Cornellá, casi vecinos de los hermanos Gasol, durante la celebración. Se había rendido cumplido homenaje a las Red Fox (Zorras Rojas), el grupo de animadoras que ha amenizado los partidos. Y luego, todos a la cama. Dos horas. Después, viaje Tokio-Londres. Doce horas de vuelo. Una paliza. Aterrizaje en Heathrow, en la capital británica. Cuatro horas de espera. Y luego: Londres-Madrid. La llegada. El autobús esperando en la pista de Barajas. Y... la locura.

"¡Campeones, campeones, oé, oé, oé!", tronaba una marea roja, padres con sus hijos, jóvenes de botellón, abuelas con los nietos, todos mezclados bajo el bochorno de la noche. Una doble fila de vallas y un nutrido cordón policial separaba a la afición del escenario, de la tarima en la que las autoridades recibieron a los vencedores. Nadie se inquietó por la tardanza. Claro, era la oportunidad para un ensayo ante las cámaras. "¡Una hora, oé! ¡Una hora, oé!", calculaba la gente. Cuando se preguntaba por el grito de guerra, aullaba: "¡Carlos Jiménez, menudos huevos tienes!". Cuando no había nada que hacer, se juntaban tres amigos y actuaban de directores: "¡A por ellos, oé!". Algún padre se planteó qué hacer con sus niños. Por poco tiempo. "Hay que hacerlo, hay que disfrutarlo", se autoconvencía un sufridor; "quién sabe cuándo será la próxima vez que ganemos algo... Bueno, el Europeo de 2007, que lo jugamos aquí". Y un "¡Pepu, Pepu, Pepu es cojonudo!" le ahogaba la voz.

Gasol y sus compañeros cerraron la emotiva jornada con una cena en un restaurante cercano. Pero los campeones no descansan. El oro tiene propiedades vitamínicas. Hoy, al mediodía, serán recibidos por Rodríguez Zapatero, el presidente del Gobierno, y los Reyes.

Los baloncestistas españoles, con Pau Gasol y su hermano Marc en primer plano, bailan sobre el escenario.
Los baloncestistas españoles, con Pau Gasol y su hermano Marc en primer plano, bailan sobre el escenario.EFE
Los campeones del mundo saludan a la multitud desde la terraza de su autobús.
Los campeones del mundo saludan a la multitud desde la terraza de su autobús.RICARDO GUTIÉRREZ

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