Des-plazados
Los vecinos de Barceló, Corredera Baja de San Pablo y Chueca denuncian que la mayor presencia policial en Soledad Torres Acosta traslada a sus calles el deterioro del entorno urbano
Algunos coches aparcados en la Corredera Baja de San Pablo no tienen limpiaparabrisas. Los yonquis (drogadictos) se lo arrancan por la noche y usan sus tiras de goma para hacerse el torniquete en el brazo antes de pincharse. Otros limpian con las varillas los restos de pasta base de coca que queda acumulada en las pipas al fumar. Son los mismos que hace dos meses se pasaban la vida en la plaza de Soledad Torres Acosta, a menos de 30 metros de la Gran Vía. La presión vecinal y la policía los ha desplazado ahora unas calles más abajo. Justo en la plazoleta que se forma en la intersección de Corredera Baja de San Pablo y Ballesta. Los vecinos de esa zona están desesperados. No son los únicos.
El precio de un piso en estas zonas alcanza los 6.000 euros por metro cuadrado
Varias plazas del centro, como las de Barceló o Vázquez de Mella, atraviesan situaciones parecidas. Personas sin hogar, toxicómanos y grupos de jóvenes haciendo botellón han llegado a sus calles para adueñarse de un espacio público que se convierte en mero lugar de tránsito para los vecinos. Los problemas se desplazan de unas a otras y los vecinos, cacerola en mano, salen a la calle para protestar por el deterioro de las plazas. Unos se manifiestan, otros proponen proyectos de remodelación y, algunos, salen armados a la calle para evitar atracos. Un conflicto en el que coinciden factores sociales, de seguridad y urbanísticos. La Administración alega que es un problema de difícil solución y que se están tomando las medidas posibles.
"A partir de las nueve de la noche esto es un supermercado de droga. Los vendedores llegan, se sientan ahí y empiezan a desfilar los yonquis", explica María Ángeles Sánchez, vecina de la Corredera Baja de San Pablo y promotora de las caceroladas y marchas con las que los vecinos de esa zona llevan toda la semana haciendo frente a la situación. Se quejan de que la presión vecinal de la plaza de Soledad Torres Acosta les ha traspasado a ellos el problema. "Queremos una solución para todos, no que cada barrio empuje a los yonquis unas calles más abajo", dicen.
Toño merodea siempre por esa zona. Se pasa varias horas al día pidiendo limosna en un paso de peatones de la Gran Vía. En un vaso de cartón agita cuatro monedas y trata de persuadir a los transeúntes para que le den algo "para comer". Saca unos 30 euros al día. Desde hace cuatro años, cuando le dejó su pareja, vive en la calle. Tiene el rostro enjuto, cuatro dientes en la boca y "todas las enfermedades que se pueden tener". Está enganchado a la metadona y a la pasta base de coca. Duerme y vive en las plazas del centro. Siempre cerca de los camellos que le venden lo que necesita. "Tomo cuatro o cinco bolsas al día. Dos o tres las pago, y las otras me las dan por acompañar a alguien a pillar. Poca droga", dice. Cada bolsa contiene una dosis de una micra de pasta base y cuesta 10 euros. Son sólo dos caladas de una pequeña pipa. Antes vivía en las Barranquillas (hipermercado de venta de droga en Villa de Vallecas). Ahora "ligar" la droga en el centro es igual de fácil y la zona es mejor para pedir limosna. Además, si le pasa algo, los servicios sociales le atienden antes.
Muchos toxicómanos se pasan el día de plaza en plaza buscando vendedores que se desplazan en función de la presencia policial. Como una pareja joven que al mediodía del pasado miércoles se tambaleaba por Torres Acosta. Al no encontrar nada, caminan hasta la plaza de Vázquez de Mella, en Chueca, donde compran dos dosis de droga a una pareja de africanos que han convertido un banco público en sede de su negocio.
Vázquez de Mella es uno de los lugares elegidos durante los fines de semana para hacer botellón. La resaca de la fiesta se traduce cada lunes en los regueros pegajosos de las bebidas vertidas durante la noche. Los vecinos ya han realizado varias protestas.
Unas calles más arriba, en los jardines del Arquitecto Ribera de la calle de Barceló, Miguel Morales pasea a su perro cada mañana. Siempre sale con una bolsa en la que lleva una porra extensible que le regaló un amigo policía. "Nunca he tenido que pegar a nadie, pero me ha evitado un par de robos", explica mientras la enseña disimuladamente. "Aquí siempre se ha vendido hachís. Pero ahora están empezando con el crack. Los que vienen a comprar ya no son sólo los adolescentes que salen por la zona", lamenta.
Hace algo más de un mes mataron en estos jardines a un hombre de 26 años que intentó socorrer a una mujer que estaba siendo atracada. Una vecina que presenció la trifulca desde el balcón de su casa insiste en que los altercados son frecuentes. " Es el pan de cada día, hay peleas y gritos a diario. Yo paseo al perro aquí cada mañana y se podría rodar una película de esas del Bronx", dice con una desesperación casi resignada.
La plaza de Tirso de Molina, donde tradicionalmente pasaban los días un gran número de personas sin hogar y grupos de toxicómanos, ha sido remodelada recientemente con el objetivo de convertirla en un mercado de flores. Cuando se presentó el proyecto, el alcalde Ruiz-Gallardón anunció que "la plaza no podía seguir identificando la marginalidad ni la degradación de la ciudad" y la concejal de Medio Ambiente, Paz González, añadió que confiaba en que "los marginales" que pululaban por ahí buscarían "otro entorno con menos vida".
Desde su inauguración, el número de indigentes que dormían y pasaban las horas ahí se ha reducido. El Samur Social cifra la reducción en la mitad: de ocho personas se ha pasado a cuatro. Pero no cree que tenga que ver exclusivamente con la remodelación de la zona. "Con el problema de las plazas hay un conflicto de intereses: el de los vecinos por disfrutar de un espacio público y el de las personas sin hogar, a quienes no se puede llevar por la fuerza a ningún sitio", recuerda Darío Pérez, del Samur Social.
Félix Árias, arquitecto y concejal del PSOE en el Ayuntamiento, cree que el deterioro que puede experimentar una plaza tiene que ver con el grado de apropiación que cada grupo tiene sobre ella. "Los vecinos deben sentir que las plazas son suyas. Hay que implicarlos en el diseño, el uso y el mantenimiento. Es cierto que los espacios degradados favorecen más la marginación, pero determinados grupos terminan instalándose en esos sitios en función de lo fácil que resulte adueñarse de ellos", añade. Para Árias, la solución no es "mercantilizar el espacio con bares o mercados, porque el ciudadano sigue percibiendo que el espacio es de otro".
En esa línea, los vecinos de la plaza de Soledad Torres Acosta, respaldados por el estudio de arquitectos Ecosistema Urbano, propusieron crear una playa en la plaza. El proyecto era relativamente barato, pero fue descartado por el Ayuntamiento, que alegó problemas de higiene. "Era un proyecto con una gran simbología pero muy real. Los vecinos deben tomar consciencia de que pueden proponer cosas para su ciudad", explica José Luis Vallejo, de este estudio.
Para Vallejo, "Tirso de Molina está mejor de lo que estaba, pero parece demasiado pensada para que los indeseables no puedan hacer uso de ella". En la actual plaza no hay ni un solo banco y se echan de menos espacios donde se pueda hacer algo más que consumir o circular. Por las tardes, los grupos de madres que acompañan a sus hijos a la zona de juegos tienen que sentarse en el suelo o apoyarse en alguna repisa de las jardineras. Para impedir que las personas sin hogar puedan tumbarse por la noche, las marquesinas de autobuses ya no tienen asientos.
Ecosistema urbano está preparando para el próximo otoño una propuesta de remodelación de algunos puntos del centro para crear una red de espacios más amables con el ciudadano. "El problema es que en Madrid el espacio público se construye con lo que sobra. Cumple la normativa, pero no responde a una idea de lo que debería ser un lugar así. La ciudad debe pensarse como un organismo, y no a pedazos", señala Vallejo. En ciudades como Barcelona, la Agencia de Ecología Urbana, dependiente de la Diputación, está en contacto permanente con la Administración y se encarga de pensar una ciudad más habitable y sostenible.
A pesar de todo, los más jóvenes aguantan el tirón y vivir en el centro es cada día más caro. El precio de una vivienda en estas zonas alcanza los 6.000 euros el metro cuadrado. Pero algunos mayores ya piensan en marcharse. Cándido Illanes, uno de los vecinos de la Corredera Baja de San Pablo que lleva manifestándose toda la semana ya hace planes: "Compré mi piso hace unos años para estar en el centro de Madrid con toda la ilusión del mundo. Me costó 13 millones y ahora vale 80. Me doy de plazo hasta noviembre, si esto no ha cambiado, lo vendo y me voy a Alcobendas, que se está más tranquilo".
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