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DON DE GENTES
Columna
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¡Viva Finlandia!

Elvira Lindo

ESPAÑA ES UN LADRILLO. En toda la extensión de la palabra, como decía Doña Lupe la de los Pavos, el personaje de Fortunata y Jacinta. España es un ladrillo. Lo constato cruzando La Mancha, viendo cómo la nobleza de los pueblos manchegos, con aquellas casas encaladas de muros anchísimos que parecían prometer un buen refugio contra el calor y contra el frío, ha quedado oculta por esos edificios de ladrillo marrón que a los tres años de haberse levantado ya parecen cutres e inhabitables. Vuelvo de Tomelloso con un queso que me ha regalado el poeta Dionisio Cañas. Hay dos tipos de poetas, los que te regalan sus cinco últimos libros y los que te regalan un queso. Particularmente encuentro mucho más sensible al poeta que opta por el queso. Además, suele ocurrir que cuando te regalan un libro te lo dejas en el hotel. No adrede, sino porque se te olvida, porque los libros se camuflan entre la colcha de la cama o se caen como por arte de magia a las papeleras. El queso, sin embargo, tan rotundo y tan redondo, no se te olvida nunca. Creo que Freud escribió algo sobre los quesos y los libros en su Malestar en la cultura, pero a lo mejor lo he soñado. Dionisio me ha regalado un queso y me ha prestado a su taxista, que me lleva como una reina en un Mercedes, que me pone flamenco y que me habla durante doscientos kilómetros. Ay, que me que me. Hay dos tipos de escritores, los que detestan que los taxistas hablen y los que les incitan. Yo, en mi anterior reencarnación, era del primer grupo, pero ahora, después de haber pasado dos años en Nueva York, ciudad en la que los taxistas siempre van hablando por el móvil y sólo se dirigen al cliente para cagarse en su madre si no le da suficiente propina, me he hecho del grupo B. Además, en estos últimos años, los contertulios radiofónicos están tan exaltados que han conseguido lo que parecía imposible: que hasta los taxistas furibundos parezcan moderados. Pero mi taxista de hoy es ameno, poético y de Tomelloso hasta la médula. Es de ese tipo de personas que no le hacen feos a ningún tema. Mi taxista es como el Google. Tú le planteas un tema (de ese tipo de temas que a mí me privan) como, por ejemplo: "Melones", clickeas, y ahí va este as del volante, a la velocidad de Internet, y te ilustra con descripciones del melón de piel negra y del melón de piel de sapo, y te compara el crecimiento de un melón con el embarazo de una hembra, y te cuenta que hay que plantar un rosal cada cierto trecho del melonar porque el rosal es la planta que antes se chiva de la cenicilla, un hongo que tiene el aspecto de la ceniza y que quema la posibilidad del fruto. Ah, qué alegría esos interlocutores que se entusiasman con cualquier asunto. A eso le llamo yo un interlocutor válido. Quien dice Melones dice Camiones. Mi taxista cuenta que aprendió lo básico de Internet en un cursillo que hicieron para la gente del campo (de Tomelloso) y ahora se pasa el día navegando por sus grandes pasiones, el camión ("se lo aseguro, el que ha probado un tráiler, ya no quiere otra cosa") y el flamenco. Mi taxista y yo guardamos un minuto de silencio por Fernanda de Utrera, la reina de la soleá, que ha muerto esta semana. En ese minuto de respeto pienso en lo que se va y se pierde cuando se muere una de las cantaoras viejas. Carmen Linares lo sabe, y por eso reunió en una antología los cantes de esas mujeres irrepetibles que en muchos casos son las que enseñaron a cantar a unos hijos o sobrinos que luego han sido más conocidos que ellas. Pienso que la de Utrera es como todas esas calles de los pueblos que una vez que fueron demolidas ya no se pueden imitar ni reproducir. En eso estoy rumiando cuando mi taxista va y me pregunta: "¿Y usted qué piensa del modernismo?". Sinceramente, la pregunta me deja atónita. No sé cómo hemos llegado hasta aquí. Afortunadamente, el paisaje manchego de esta España de ladrillo me inspira la respuesta acertada: "Pienso que... nos estamos pasando de modernismo". Lo digo acabando la frase con un ligero tono de interrogación por si me equivoco. Y mi taxista dice: "Efectivamente". En estos momentos me siento casi como de Tomelloso. Somos dos almas gemelas viajando en un Mercedes con un queso manchego en el capó. "Mire, me señala, ahí tiene las consecuencias de tanto modernismo". Y a nuestra izquierda, en un secarral a la altura de Seseña, contemplamos un espectáculo bladerunneresco: un campo del que han brotado como sin venir a cuento unas disparatadas moles urbanísticas y cientos de grúas que prometen más moles en los próximos meses. Una ciudad repentina sobre un paisaje sin árboles, recortada sobre la nada. España es un ladrillo. Un ladrillo permanente. Mientras los políticos se encuentran ocupados en pelear el hecho diferencial de cada comunidad autónoma, los especuladores se afanan en construir una España nueva en la que vamos a gozar por fin de una seña de identidad común: ¡el ladrillo! Pero, por Dios, contemplémoslo desde su parte positiva: la nostalgia será entonces una pérdida de tiempo. ¿Por qué habremos de sentir nostalgia de las afueras de Madrid si serán iguales que las afueras de El Puerto de Santa María? Terminará uno por no saber en qué suburbios de qué ciudad está. Puede que nos acabe pasando como a La Macanita, la cantaora de Jerez que estaba hace dos años cantando por bulerías en un teatro de Filadelfia y, emocionada por el calor de un público americano que se mostraba rendido a su arte, gritó con su peculiar voz rota: "¡Viva Filandia!".

Carmen Linares, en el Festival de Lucerna el pasado año.
Carmen Linares, en el Festival de Lucerna el pasado año.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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