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Mundial de baloncesto 2006
Columna
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Cuando la suerte juega

Volaba el triple de Nocioni y el reloj se paró. La estrecha línea entre el éxito y el fracaso, el bien y el mal, la alegría extrema y la pena más grande se hacía más evidente que nunca, pues del resultado de ese lanzamiento dependían un montón de cosas. Realmente, todo el análisis de lo ocurrido no debería variar cuando el final de la historia depende de un hecho puntual. Pero eso no es más que una utopía. En ese lanzamiento todo podía cobrar sentido y también podía dejar de tenerlo. En la banda, con el corazón a punto de estallarle y las lágrimas ya apareciendo, pues, fuese cual fuese lo que aconteciese, iban a salir de sus ojos, estaba Gasol, el gigante herido, el hombre que nunca juega mal como decía Mumbrú al final del partido, el jugador que con más determinación ha perseguido el entrar en la historia con este equipo. Su lesión, de alcance aún por determinar, pero que no tiene buena pinta, había sido un golpe bajo. Después de todo lo sufrido, con tanto por decidir, y vas y te quedas sin tu santo y seña. Dicen que la suerte es para el que se la merece, pero a veces se comporta al revés, pues si alguien se había ganado el derecho a disfrutar de una noche de gloria era Gasol. Con su retirada, el partido cobró un extra de dramatismo. Como si no fuese suficiente con lo que estaba en juego sumado a lo que había provocado Grecia con su victoria.

Todos eran Gasol y sufrían por él. Esa reacción engrandece a estos chicos
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Sufrimiento triunfal

Viendo a Gasol incapaz de apoyar su pie, la ecuación era clara. Una victoria cumplía sobradamente objetivos y tampoco convertía en imposible el oro incluso sin el concurso del mejor jugador del equipo. Una derrota, en cambio, con Estados Unidos a la vuelta de la esquina, sin tiempo para recobrarse del mazazo y con la sensación de que la recuperación de Pau estaba descartada, anunciaba una vuelta con las maletas vacías.

El balón de Nocioni se acercaba al aro y, como cuentan que ocurre cuando estás a punto de pasar a mejor vida, todos los recuerdos del partido pasaron a velocidad del rayo. La salida en tromba de Argentina, que sorprendió a los españoles y les sumió en una especie de aturdimiento. El rescate que protagonizaron un espléndido Sergio Rodriguez y la velocidad de Rudy. La extrema dureza con la que se emplearon los argentinos. La oportunidad que tuvo España de poner tierra de por medio y que los triples, sobre todo de Sánchez, imposibilitaron. La confirmación de la extrema competitividad argentina y la seguridad de encontrarnos ante una ocasión única. En definitiva, la disputa de un partido mayor, de ésos que te mantienen con el alma encogida y que transportan a este deporte al máximo de su belleza. Pero eso ya carecía de importancia. Lo único que contaba era saber si Nocioni sería el héroe.

Afortunadamente, el balón no encontró la red. Fue como un guiño más de la suerte; la confirmación de que, por encima de otras cuestiones, para salir indemne de una batalla de estas características hay que contar con ella. Lo que se nos negó en los Juegos de Atenas, lo que se complicó en exceso con la lesión de Gasol, era devuelto con creces. España era finalista de todo un Mundial, la ratificación de la excelencia de este grupo, la exaltación de un colectivo que ha calado por lo que hace, por cómo lo hace y por la sinceridad de lo que transmite.

Al terminar el partido, Pepu Hernández confesaba que el ambiente en el vestuario distaba de ser el de un equipo que acababa de cumplir un sueño. La razón, que todos eran Gasol y sufrían por él. Después de lo visto en el partido anterior, de observar hasta dónde te pueden llevar los egoísmos y las individualidades mal entendidas, esa reacción engrandece a estos chicos por poner a los compañeros por delante de cualquiera de los objetivos, por muy importantes que sean. Aunque sólo sea por eso, merecen que la suerte, la misma que les acercó al abismo para luego rescatarles, siga a su lado. Al menos, durante 48 horas.

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