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AHORA EN SERIO
Columna
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Gila nunca fue serio

A principios de agosto me apetecía entrevistar a varios humoristas a los que admiro, para conversar con ellos acerca de las Grandes Cuestiones de la Humanidad. Hablé con Quino del Mal, con Faemino de Dios, con Forges de la Belleza, con Rabinovich del Arte, con Pedro Ruiz de la Muerte, con Guillermo Fesser del Amor, con Azcona de la Felicidad y con Maitena de la Verdad. Con Manuel Summers no pude hablar de nada por razones obvias, aunque ya les comenté anteayer lo mucho que me hubiera encantado hacerlo. En la misma situación me encuentro ahora con Miguel Gila, cuya estupenda hija, Malena, me ha ayudado a lo largo de todo este mes de agosto, poniéndome en contacto con los humoristas que antes mencioné.

No pienso decir lo mucho que admiro a Gila en este artículo, y no lo haré por una sencilla cuestión de lógica. Explicaré esto tan extraño en el siguiente punto y aparte.

Existe en lógica una expresión llamada "tautología". Una tautología es una frase en cuyo sujeto está incluido el predicado. Por ejemplo, "los gobernadores gobiernan", o "la alegría es alegre" son expresiones tautológicas. La frase: "Admiro a Gila", también es una tautología, porque el predicado de la frase, esto es, "Gila", ya contiene la propiedad objetiva de resultar admirable. Decir "admiro a Gila" equivale a decir "Admiro al Admirable", frase que, claramente, posee el predicado incluido en el sujeto. Por tanto, yo no diré nada bueno sobre Gila, aunque me gustaría comentar algunas cosas que los demás han dicho de él.

Siempre que se habla de Gila suele decirse que su humor era algo muy serio. Ocurría sobre todo con él, pero en el fondo pasa con casi todos los que se dedican a hacer reír. Siempre que se quiere elogiar a un humorista suele decirse que su humor es una cosa muy seria. A pesar de reconocer que es una declaración bienintencionada, siempre me ha parecido un auténtico disparate. El humor, por definición, nunca podrá ser serio. En realidad es el símbolo de la lucha contra la seriedad.

Pero ahora está de moda decir que el humor es serio. Lo dicen en todas partes y a todas horas, o al menos así lo percibimos quienes, más o menos, nos dedicamos a inventarnos cosas graciosas. Lamentablemente esto no es, como podría parecer, una victoria del humor, su esperado reconocimiento, sino su derrota total. Los serios se han adueñado de las cosas graciosas, se las han llevado a su terreno. Lo que parece un elogio es, en realidad, una bofetada a su esencia. Tenemos exceso de seriedades en el mundo. No nos apetece que el humor también sea una de ellas.

Gila no fue serio. No nos apetece que lo sea. No queremos que se le elogie así, porque se trata de una trampa diseñada inconscientemente por los pomposos y rimbombantes del mundo para disminuir el efecto de su enemigo histórico. Gila fue gracioso, espectacularmente gracioso, y conseguía que la gente riera hasta que se le saltaban las lágrimas. Sus gags eran profundos, poéticos, penetrantes, inquietantes, originales, milagrosos, todo lo que ustedes quieran, pero nunca fueron serios.

La próxima vez que un pensador sesudo me diga que el humor es una cosa muy seria, les aseguro a ustedes que yo le contestaré diciendo que Aristóteles, Platón y todos sus amigotes me parecen unos tipos graciosísimos, y que toda su seria filosofía me parece un perfecto cachondeo. Así estaremos empatados, me quedaré tranquilo y haré justicia a Miguel Gila, al que admiro muchísimo, por muy tautológico que resulte decirlo.

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