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Reportaje:02 MADRID | CRÓNICAS DE LA VIDA

Cómo bailar sin que se note

Javier Sampedro

A los londinenses de Bloomsbury, que deben de ser media Inglaterra, les enseñan a hablar sin mover los labios, y a los madrileños de la Florida, que a lo mejor suman cuatro, les entrenan a bailar sin mover los pies. Puesto que entra en lo concebible que la primera anomalía sea autóctona, ¿no lo será también la segunda y habremos encontrado al fin la evanescente y fugaz seña de identidad madrileña que nos amargó todo el santo capítulo de ayer? Temblad, periferias: vais a tragar todo el chotis que no está en los estatutos. Se acabó el moverse sin causa justificada. Es un momento de exaltación centralista.

Ayer veíamos el himno oficial de Madrid, el de "viva mi dueño, que sólo por ser algo soy madrileño" que compusieron por dos duros (uno cada uno) Pablo Solozábal y Agustín García Calvo en 1983. Pero eso más que un himno es realismo sucio. Con eso no nos comemos nosotros un colín identitario, colegas, y para himno, os recuerdo, ya teníamos aquí un chotis como Dios manda, compuesto en pleno franquismo y orientado en todo momento por los cuatro puntos cardinales de lo que es la misma casticidad identitaria: mirando al este la calle de Alcalá (sin Zamora, por supuesto); dando al oeste, la Gran Vía (sin José Antonio, por cierto); el barrio de Lavapiés, donde las emperatrices son ahora de todos los sures; y el norte como metáfora de la predestinación: el Chicote. Ahí les pongo la estrofa pertinente, que hay mucho moderno que nunca llega al segundo párrafo de las esencias:

Tenía una raja en la cara que le iba de la boca a la oreja, como tirada por un delineante
La importancia identitaria del chotis trasciende con mucho a su compositor
Lo que puede pasar no es que Madrid no tenga identidad, sino que la tiene cerrada por obras
El chotis tiene que llevar sonando en el barranco de la calle de Segovia desde la época del diluvio

En Chicote, un agasajo postinero

con la crema de la intelectualidad

y la gracia de un piropo retrechero

más castizo que la calle de Alcalá

Un momento, ¿ha dicho un piropo retrechero? Eso a mí no me suena de Madrid, ¿eh? Un piropo retrechero sería aquel que, "con artificios disimulados y mañosos, tratara de eludir la confesión de la verdad", o incluso "el cumplimiento de lo debido", que dice el libro gordo, y eso sí que no, mire usted. Hombre, en Madrid un piropo puede ser: "Tienes un repaso verosímil", que no será confesar la verdad, pero tampoco eludir el cumplimiento de lo debido, o no necesariamente. Lo primero que cabe exigir a un himno de la ciudad es que respete la presunción de inocencia de sus ciudadanos, caramba. Vamos a ver si nos aclaramos, ¿quién es ese tal Agustín Lara que firma el chotis más castizo de cuantos han salido de los remaches de un organillo verbenero? Responde un antiguo espía que prefiere no identificarse, y que ahora conduce un taxi que prefiero no decirles adónde me lleva:

"¿Que si le puedo largar algo de Agustín Lara? Y se acaba el atasco y le sigo largando, fíjese si puedo. Vamos, Agustín Lara por llamarle algo, a ver si me entiende. El Flaco, le decían allí los pinches. O el Schubert Jarocho, ya en plan más finolis. Agustín era sólo uno de sus siete nombres. Fausto era otro. El Flaco. Tenía una raja en la cara que le iba de la boca a la oreja, como tirada por un delineante. ¿Y sabe qué? Se la había hecho una mujer con una botella partida en dos cachos. El Flaco. Qué figura".

En efecto, mi amigo el taxista estuvo largando sobre el compositor del verdadero himno de Madrid hasta que salimos del atasco, y la verdad es que dejó medio tiritando mi renovado proyecto de exaltación identitaria. Todo lo que rodeaba a Agustín Lara parecía rodeado de una calculada y sospechosa ambigüedad. Para algunos estaba claro que había nacido en Veracruz en octubre, pero no si el 14 o el 30 de octubre, y aún menos si en 1900 o dos o tres años antes. Mi amigo el del taxi estaba convencido de que era un niño bien del distrito federal que se había inventado todo lo demás por Dios sabe qué razón.

A los 12 años, cuando su padre se largó de casa, El Flaco empezó a ayudar a su madre aceptando unos cuantos empleos nocturnos. También la ayudó ocultándole que eran de pianista. El chaval apenas había estudiado el instrumento -su padre se había opuesto, tal vez para fastidiar-, pero su talento natural era inmenso, y los músicos profesionales lo olieron desde Playa del Carmen hasta Río Bravo. Su madre también se olió que el empleo nocturno no era de telegrafista, pero ¿quién detenía ya al Cole Porter de Tlacopalpán, una fuerza desatada tan rápida y movediza como una semifusa, y que ni siquiera había nacido en Tlacopalpán?

Los éxitos empezaron a lloverle al ritmo de una balacera de saloon. A los 25 años compuso Marucha y causó una pelea entre Marucha y otra mujer interesada en conocer ese nombre, por razones que mi amigo el taxista no supo detallarme. Ese mínimo incidente determinó, a decir del taxista, que El Flaco Lara adoptara en lo sucesivo un estilo de titulación francamente más indirecto, aunque no necesariamente menos claro (Pecadora, Aventurera, Te vendes, Una cualquiera) ni por lo general menos... retrechero que el de su juventud (Solamente una vez, Imposible).

En los años cincuenta enganchó una serie de composiciones provinciales españolas en sucesión tan frenética -del Levante a la meseta castellana- que, cuando hubo llegado a la región murciana, el caudillo cortó en seco su avance regalándole una casa en Granada. Luis Morillo Vilches, de la Sociedad Filatélica, refiere que "el general Francisco Franco, gran admirador de su música, lo nombró en 1966 Ciudadano Honorario de España". Añade que "todas estas circunstancias le supusieron enemistades a Lara con los exiliados republicanos que vivían en México". También hay que ser quisquilloso, ni que el pobre Flaco hubiera buscado esa distinción del caudillo, total por cuatro compases dedicados a..., déjenme ver la lista, Granada, Toledo, Sevilla, Valencia, Navarra, Murcia, Madrid... El chotis Madrid, claro, que es el asunto que nos ocupa. Dice Morillo Vilches: "Cuando llegó por primera vez a la capital de España se arrodilló, besó la tierra y dijo: '¡Hola, madre! ¿Cómo has estado?". Pues esperando he estado, señor Lara, a ver si acababa usted la rondalla periférica y se dignaba comparecer, le respondería la madre.

"Bueno, pues ya hemos salido del atasco. ¿Qué, ya se hace usted una idea del flaco Lara? Son 35 euros. No, no, si por la información no le cobro: es por la carrera. No tome a Lara por lo que no es. El Flaco era un genio, y vivía de poner notas en un papel. Lo que no sé yo, ni creo que sepa nadie, es una cosa: en qué se gastaría el tipo lo que le pagamos por ese chotis". A suspiro el compás, nos habrá salido. O vete tú a saber, que lo mismo le pagaron un duro y se fue como llegó: besando el suelo. Como puso el propio Flaco en su himno, somos "la cuna del requiebro y del chotís". Así, con acento en la i. Para que rime con "armar la tremolina cuando llegues a Madrí", naturalmente. Los trucos del Flaco, ya le conocen.

Pero, vamos, que la importancia identitaria del chotis trasciende con mucho a su compositor más célebre. No olvidemos que también pertenecen a este género piezas de la envergadura de Las carteristas, Chulas organilleras, Don Homobono y el ensayo futurista La gasolina, verdaderamente premonitorio. Esto sí que es Madrid-Madrid. Otra cosa no, pero el chotis tiene que llevar sonando en el barranco de la calle Segovia desde la época del diluvio, si es que no lo provocó, que la versión cromañón de Chulas organilleras tuvo que ser de mucho cuidado. ¿No son don Homobono y las carteristas los auténticos Rómulo y Remo de la fundación madrileña? Responde el taxista melómano, uno de los más temidos de la zona centro:

"Pues yo le digo a usted que no. Mi madre, el chotis de Madrid dice, pero si eso lo bailaban los gabachos en el siglo XVIII, hombre. Si eso no hay más que verlo que es cosa de los gabachos. ¿En Madrid? Aquí el baile siempre ha sido echarles carreras a los guardias, no te digo".

Melómanos. ¿Y qué? Todo mito fundacional genera sus precedentes. Que la humanidad venga de África, por ejemplo, no es óbice para que después venga también de donde venga. Además, yo me he informado, y esa danza de los gabachos tenía aún que madurar mucho para convertirse en un fenómeno identitario, ¿eh? Para empezar, no se llamaba chotis, sino ecossaise, que significará lo mismo -danza escocesa-, pero suena mucho menos fundacional. Y para acabar, se bailaba en un tempo vivo de dos por cuatro, con los chicos y las chicas en dos filas enfrentadas. ¿Eso es un chotis? Eso son dos filas de gabachos dando saltos, hombre. Así me lo explicaron a mí:

"Para bailar el chotis, colega, te metes una mano en el bolsillo del chaleco y con la otra sujetas a la tronca pero así, más bien al bies y como que no va contigo, con la vista siempre al frente. No es por desprecio, es que si no te puedes marear, entre otras cosas. Tú verás por el espejo lateral que la tronca va dando vueltas a tu alrededor, pero tú no te preocupes: lo único que tienes es que ir girando sobre las punteras y, ojo, sin perder la vertical, para que la otra proceda con sus evoluciones si es que le toca, que ya ella sabrá. En algún momento puede haber que dar tres pasos, ésa es la parte jorobada, pero luego de pivote otra vez. Si te sales de la baldosa luego se comenta, pero tú dices: yo es que hasta ahora había bailado en tierra batida, y le dejas de piedra".

Pues ahí está. ¿Qué tendrá eso que ver con la ecossaise de los franceses, que además inspiró nocturnos a Chopin, marchas militares a Beethoven o sonatas para piano a Schubert, y no me refiero en este caso al Schubert Jarocho, precisamente? Mientras que nuestro chotis identitario, que se sepa, no ha tenido la menor influencia en etnias y tradiciones ajenas al barranco de la calle Segovia. Si además es lógico: ¿Qué rábanos podría inspirar un chotis, y a quién? Bueno, pues le voy con este impecable argumento al taxista melómano, y el tío me suelta:

"Usted lo que me ha metido ahí, perdone que le diga, es un reduccionismo de padre y muy señor mío. Se lo digo sin ningún animus vivendi, que conste. Si es que por la boca muere el pez: ¿pues no ha dicho usted mismo que Beethoven y Schubert le dieron al tema de la ecossaise? Pues eso querrá decir que el baile ése había triunfado en Alemania, ¿o no? Si es de cajón, pero como no cavilamos no entendemos las cosas de la música. ¿Y qué pueden hacer los alemanes con una danza de los gabachos? No se escuerne, que ya se lo avanzo: destrozarla".

El taxista melómano se detiene momentáneamente para pinchar el Viaje a Suiza, un no muy conocido schottisch del compositor español Alberto Coto. Luego reanuda la lección de solfeo:

"Como le digo, los alemanes: ¿que la danza se llama ecossaise?, le ponemos schottisch. ¿Que se baila rápido a dos por cuatro?, me lo pones bien lento y en compasillo, Herman Monster. Yo es que entiendo de los compases, ahora le enseño cómo va el compasillo en ese semáforo. Un, dos, tres, cuatro, ¿no? Pues en el schottisch el un dos tres es como la polka, y el cuatro es como un vals, si me sigue. ¿Y en el chotis qué pasa? Pues que en vez del vals te callas, y te quedas con el un dos tres. Y no hay más. Escuche, escuche, que esto que suena es un schottisch, que no un chotis, y casi dan ganas de pedirse unas rosquillas tontas. Si es que hay que cavilar para entender la música".

Le estoy cogiendo ojeriza al taxista melómano, se lo confieso con toda franqueza. En lo que queda de trayecto, para mayor recochineo, me explica que el schottisch fue poco menos que la lambada del siglo XIX en el Reino Unido, Francia, Alemania, España y Estados Unidos. La única peculiaridad de Madrid es haberse quedado con el fósil cuando todos los demás se habían pasado a la polka. Oh, y que el organillo se llama realmente cordófono y, no se lo van a creer, ¡lo inventaron los ingleses!

¿Saben lo que puede pasar? Que no es que Madrid no tenga identidad, sino que la tenga cerrada por obras. De ser así, es sólo cuestión de esperar hasta el próximo diluvio.

Una romería en la pradera de San Isidro.
Una romería en la pradera de San Isidro.BERNARDO PÉREZ
Agustín Lara, autor del chotis <i>Madrid.</i>
Agustín Lara, autor del chotis Madrid.COVER

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