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Columna
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Nuevo curso

Nuevo curso a la vista. No me refiero a la metáfora de las asignaturas aprobadas, suspendidas, suspensas o pendientes por y para la clase política. No jugaremos esta vez a ese juego. Borges abominó de las metáforas y se abrazó a las enumeraciones. Y quizás sea más útil enumerar que metaforizar. En cualquier caso, es un lugar común, tal vez inevitable, el hacer referencia al nuevo curso de modo metafórico cada vez que se acerca septiembre. Nos pasamos la vida en este país (o a lo peor en todos, no lo sé, lo supongo) jugando a las metáforas, hablando de cocina y de cocinamientos, de deportes y canchas figuradas de juego, de actores y escenarios improbables para hablar, simplemente, de política cruda.

Será porque, en el fondo, la política (vasca) es un asunto sin demasiada sal (perdón, otra vez la cocina), o demasiado poco deportivo (sin rastro de fair play) o con unos actores sin ningún atractivo y una tramoya tosca y sórdida a menudo. No lo sé, son hipótesis. El caso es que estos días se recurre, igual que cada año, a la metáfora del nuevo curso de manera, a mi modesto juicio, algo abusiva. A uno le preocupa cierta, sinceramente el nuevo curso, pero no el metafórico y político (uno se apunta a Borges y a la enumeración), sino el real y lectivo que se nos echa encima. El curso que los niños y las niñas, los chicos y las chicas de este pequeño país empezarán muy pronto, con sus mochilas de colores al hombro y su ilusión intacta. Con sus miedos también en la mochila y sus preocupaciones no menores. Me preocupa este curso 2006-07, ya digo, más que el curso político que viene con todas sus promesas y asechanzas.

Me preocupan (no sólo como padre) esas asignaturas de verdad que nuestros estudiantes deberán superar sobre el papel y frente a un profesor no siempre motivado. Que Arnaldo Otegi obtenga un aprobado raspado en Democracia puede ser una buena noticia, seguro que lo es, cuando se legalice Batasuna (déjenme practicar el idealismo), pero lo que hoy por hoy me preocupa es que las matemáticas siguen siendo la asignatura en la que se tropiezan (con la que se tropiezan) más estudiantes vascos, con un 34 % de evaluación negativa en el curso 2003-04, según datos aportados a este mismo periódico por el Departamento de Educación, el Consejo Escolar de Euskadi y Eurostat. La red de enseñanza pública vasca ha rebajado en casi ocho puntos su índice de fracaso escolar en los últimos años. Es la buena noticia. La mala es que el fracaso se dispara en el Bachillerato. Y lo peor es que en los centros públicos, en todas las etapas, el fracaso es mayor que en los privados y en los concertados. Es cierto que el fracaso, de la misma manera que el éxito y otras ciencias no exactas, puede ser relativo, pero las cifras hablan. ¿Qué nos quieren decir exactamente? Los expertos afirman que la tipología del alumnado diferencia ambas redes (la privada y la pública) y condiciona su comportamiento. Hablamos, sobre todo, de inmigrantes y de inmigración, la gran asignatura de este siglo recién comenzado, donde se mezclan el hambre y la informática, los cayucos y los navegadores GPS. Otra vez, como siempre, ¿hasta cuándo?, la escuela y la despensa. Joaquín Costa no duerme, no le dejan dormir el sueño de los justos.

Empieza el nuevo curso con los viejos horarios españoles (y vascos) que el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios, don Ignacio Buqueras, pretende eliminar. Tiene razón. "En España", predica, "le damos más valor a la cultura de la presencia que a la de la eficiencia". Meter horas a manta, calentar una silla, hacer que trabajamos. En España, fichar es lo que importa: en cualquier ventanilla, en la consulta, en la oficina, en misa. Quizás sea el impuesto de una herencia católica que da más importancia al parecer que al ser. Beatos del trabajo, qué se yo, hipócritas del curro. Definitivamente, lleva razón Buqueras. Llegamos al hogar hechos añicos y enchufamos a la televisión a nuestros hijos, sin fuerzas y sin ganas. Y luego nos quejamos de que no hay comunicación con las criaturas. Trabajamos 200 horas más al año que los demás y sólo superamos en productividad a Grecia y Portugal. Debería preocuparnos, también, de cara al nuevo curso.

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