_
_
_
_
Crónica:VUELTA 2006 | Tercera etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Sudores, facturas y Ventoso

Espectacular victoria al 'sprint' de un nuevo cántabro rápido tras una calurosa y larga etapa

Carlos Arribas

En la meta, polígono industrial de Almendralejo, interminable recta, ni un solo árbol, 40 grados a la sombra o más, pelotón que nunca llega, letanía infatigable de comentaristas, Thor Hushovd, que es el líder, que es grandísimo, que es noruego, dijo (en su idioma, o sea en inglés): "Ozú, qué calor. He aguantado la etapa porque no he parado de beber agua".

Unos cuantos metros, unos cuantos puestos, más atrás, en la misma meta, final de la etapa más larga en kilómetros, 220, de la Vuelta, casi seis horas a la humana media de 38 por hora entre dehesas y campos baldíos, José Antonio Garrido, el aguador galáctico, repetía (en español) la salmodia con una ligera variante: "Ozú, qué calor [mientras lo decía, se liberaba del casco y dejaba al sudor chorrear libremente desde su frente]. No he parado de subir y bajar. Al coche, a por bidones. Al pelotón, a dar de beber a los compañeros". Garrido ostenta el récord mundial, con una capacidad porteadora de 24 bidones de medio litro por viaje, pero ayer no estaba el día para locuras. "Ja", dice el gregario vasco de Bettini; "cómo para andar cargando tanto con este calor. Habré bajado al coche unas diez veces y en cada viaje habré tirado con ocho o diez bidones". Cubrió más o menos la mitad de las necesidades de su equipo, cifradas, como las de los demás, en unos 180 bidones de agua y sales, unos 20 por cabeza, lo que llevó a algunos conjuntos, poco previsores, a situaciones de penuria, con auxiliares recogiendo por las cunetas botellines desechados por sus corredores y rellenándolos en fuentes públicas.

Cogió la rueda de O'Grady, desbordó a Zabel y McEwen y aguantó la remontada de Hushovd
Más información
Kilómetros

No muy lejos de Garrido y sus sudores, más cerca de él que de Hushovd, de todas maneras, Alejandro Valverde, el crack vestido de blanco, se secaba la frente, se levantaba las gafas de sol, explicaba que por prudencia (el miedo, el miedo, las caídas), al final de la etapa, él, un habitual de los sprints, un corredor rápido como el viento, se había refugiado con medio equipo a cola de pelotón, lejos de los afiladores, de los frenazos, de los mogollones. Y hablaba, más o menos, del cobrador del frac, de cómo un día tan pesado como el que habían llevado seguramente pasaría factura en un futuro no muy lejano. "Ya veremos el miércoles en La Covatilla", dijo, y a él le hicieron eco todos los bichos vivientes de su alrededor. Ay, la factura; ay, La Covatilla, mañana, la primera llegada en alto.

En el mismo Almendralejo, mismo escenario, diferentes historias, hubo un ciclista, uno sólo, que no se quejó del calor, que no lució cara lacia, que no lloró. Fue el ganador, claro. Un sprinter, por supuesto. Hasta ahí, fácil. Pero la adivinanza se complica si borramos de la lista a los clásicos: a McEwen, a Hushovd, a Petacchi, a Napolitano, a Zabel, a O'Grady... Y más difícil todavía: un sprinter español, cántabro para precisar. No, exactamente; Freire no participa. No; se trata de Ventoso, de Francisco José, Fran, Ventoso, 24 años, soltero, natural de Reinosa y allí residente, que diría Fazio. De la tierra de Alfonso Gutiérrez y Óscar Freire, feraz vivero de sprinters pese a tanta montaña, pese al ancestro Trueba. "Pero éste no es de la escuela de ninguno de los dos", dice orgulloso, ancho pecho, su director, Josean Matxin; "éste es de la escuela de Saunier Duval, pues ha pasado allí 12 años, desde que era alevín y el único chico del grupo, por lo que tenía que salir con las chicas, hasta ahora, que es profesional. Y también de cadete, de juvenil y de amateur, cuando en el invierno trabajaba de encofrador, palista con retroexcavadora y fontanero para ahorrar y poder bajarse a entrenar a Andalucía. Y fue quien en Qatar, hace dos años, logró el primer triunfo profesional de nuestro equipo. Si hasta ganó en Filadelfia el campeonato de Estados Unidos". Siempre al sprint, pese a que su planta no asuste. Siempre solo, buscándose la vida entre equipos organizados, entre trenes veloces, entre kamikazes de las llegadas. Solo, como sus ídolos, Freire, su paisano; como Yamolidín Abduyapárov, el terrible uzbeco de ojos negros como tiznones cuya mirada ardía de furia, asustaba, le abría el camino. Ventoso, que ya ha aprendido a no cortarse ante los grandes nombres, repitió, más o menos, la jugada de Bettini la víspera: cogió la rueda de O'Grady, desbordó a Zabel y McEwen y aguantó la remontada de Hushovd.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_