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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Un veterano antifranquista cristiano

Cuando Unió Democràtica de Catalunya está celebrando el 75º aniversario de su fundación, ha perdido a uno de sus más esforzados luchadores antifranquistas. Los católicos españoles no empezaron a distanciarse del franquismo hasta después del Concilio Vaticano II, con honrosas pero muy contadas excepciones personales. Antes, sólo en Euskadi y en Cataluña, donde a las convicciones democráticas se añadían las reivindicaciones nacionalistas, hubo grupos importantes de católicos antifranquistas. El Partido Nacionalista Vasco y la Unió Democràtica de Catalunya tuvieron el honor de figurar nominalmente entre los veinticinco partidos u organizaciones políticas que la ley de responsabilidades políticas de 9 de febrero de 1939 declaró fuera de la ley.

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Anton Cañellas Balcells

Cañellas pertenecía a la segunda generación democratacristiana catalana. Le conocí en el grupo Torras i Bages de universitarios católicos antifranquistas, donde estaban Jordi Pujol i Josep M. Ainaud de Lasarte, pero también Joan Reventós i Francesc Casares. Las actividades de este grupo eran religiosas, tratando de vivir nuestra fe al margen de aquella Iglesia franquista, y también culturales, pues la conservación de nuestra cultura ha sido siempre una dimensión básica del nacionalismo catalán. Pero Anton, con algunos otros miembros del grupo (como los cuatro antes mencionados), emprendían otras actividades clandestinas.

Era demócrata, era cristiano y también era democratacristiano, que no es la simple suma de las otras dos notas. Hay un concepto bastardo de la democracia cristiana que la reduce al "partido de los católicos", basado en el do ut des en virtud del cual el partido defiende los intereses institucionales de la Iglesia y ésta recomienda a sus fieles votar por aquel partido.

No es este el caso de Unió Democràtica, la de Vila Abadal, Pau Romeva, Roca Caball, Coll i Alentorn, Trias Peitx, Maurici Serrahima y sobre todo Carrasco i Formiguera, que se les uniría algo más tarde. Nunca organizaron peregrinaciones a Roma ni audiencias papales; no pidieron (y jamás tuvieron) bendiciones ni apoyos jerárquicos, pero salvaban la autonomía política (que posteriormente ha reconocido el Vaticano II) para defender los valores del humanismo cristiano y los legítimos derechos de la Iglesia.

Fiel a este pensamiento político, Cañellas fundó en 1947 las Joventuts d'Unió Democràtica de Catalunya. Destacó por sus contactos internacionales, en un doble ámbito: la democracia cristiana (que en aquellos años era muy potente en Europa y en América Latina) y el europeísmo (que entonces era subversivo, porque rompía la autarquía económica y política del franquismo). Fue miembro del buró político de la Unión Mundial Demócrata Cristiana, del buró político y del comité ejecutivo de la Unión Europea Demócrata Cristiana, así como del Partido Popular Europeo (cuando el adjetivo popular acompañaba a los partidos de inspiración cristiana que no querían ser confesionales, y cuando era impensable la posterior aberración de admitir al PP español y expulsar al PNV vasco). En una reciente tertulia en Catalunya Ràdio refirió un viaje a Roma que influyó decisivamente en que el Congreso Eucarístico de Barcelona no degenerara en propaganda internacional del franquismo. Su elección como Síndic de Greuges fue el reconocimiento de su labor en el Grupo Cristiano de Defensa de los Derechos Humanos.

Para las primeras elecciones democráticas se creó el Equipo Demócrata Cristiano de España, del que Cañellas fue secretario y tesorero. El episcopado español, tal vez por mala conciencia de su colaboración con el franquismo, no lo apoyó (de lo que Joaquín Ruiz Jiménez no ha cesado de lamentarse amargamente) y Santiago Carrillo pudo decir después que por primera vez en la historia contemporánea de España la Iglesia no había intervenido en unas elecciones. Sólo sacaron diputados el PNV y UDC, entre éstos Cañellas.

Pero las consecuencias económicas del fracaso estatal lo afectaron personalmente y se vio forzado a aproximarse al partido centrista, por lo que tuvo que dejar Unió Democrática. Cuando en la tertulia radiofónica antes mencionada alguien introdujo este enojoso episodio, Rosa Maria Carrasco, hija de Carrasco i Formiguera, hizo un encendido elogio de la honestidad política de Anton Cañellas y de todo lo que Unió, Cataluña y también la democracia española le deben. A aquel elogio quisiera sumar ahora humildemente el mío, por desgracia póstumo.

Hilari Raguer es historiador

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