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Tribuna:LA SITUACIÓN MEDIOAMBIENTAL
Tribuna
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Ralentizar la economía

"No somos sólo amigos de la Tierra: somos sus guardianes y albaceas para las generaciones venideras. El núcleo de la filosofía de nuestro partido (...) y el argumento a favor de proteger el medio ambiente son el mismo. Ninguna generación tiene una posesión absoluta de esta Tierra. Todo lo que tenemos es un alquiler vitalicio, con una fianza completa por los desperfectos. Y este gobierno tiene la intención de satisfacer los términos de esta fianza en su totalidad".

Una porra acerca del autor/a: ¿Una declaración de la Cumbre de la Tierra o del Día Mundial del Medio Ambiente? ¿Los Verdes alemanes? ¿Evo Morales de subidón revolucionario?... Frío, frío. El extracto pertenece a un sorprendente discurso de la entonces primera ministra británica Margaret Thatcher en la Conferencia del Partido Conservador, allá por 1988. Estas palabras en boca de alguien cuya mayor contribución al medioambiente fue la sustitución de las centrales de carbón por petróleo, como venganza contra los mineros, ilustran dos importantes características de estas cuestiones en las últimas décadas. Por un lado, la expansión e importancia de tales problemas y preocupaciones, reflejada en la adopción generalizada del lenguaje medioambiental, incluso en los sectores más sorprendentes. De otro, el enorme contraste entre este reconocimiento y la persistencia de los problemas y la falta de voluntad para tomar medidas para enfrentarlos. Sin ir tan lejos, el contraste entre el discurso del "desarrollo humano y sostenible" de Ibarretxe y actuaciones insostenibles como el TAV, la Supersur, el puerto de Pasaia,...

Discurso ecológico y social son indisolubles de la crítica de los supuestos que nos han llevado hasta aquí
Las aspiraciones a "más deprisa, más lejos y más cantidad" se han demostrado más que problemáticas

Ello lleva a cuestionar hasta qué punto los conceptos y discursos empleados son adecuados y contribuyen a definir el problema o, más al contrario, a ocultarlo y falsearlo, añadiendo simplemente un barniz ecológico, una política de gestos débil y oportunista, que obstaculiza la adopción de soluciones reales para lo que son problemas muy reales. Con otra formulación, hasta qué punto el discurso medioambiental resulta disociable de la crítica al modelo de desarrollo que ha originado los problemas actuales.

Desde un enfoque de base filosófica, se tiende a apuntar a la "lógica de dominación" inherente a los sistemas filosóficos occidentales, que produce estructuras dualistas de pensamiento: hombre-mujer, naturaleza-humanos,... Pero es la Ilustración el periodo determinante en la configuración del actual modelo de desarrollo: la fe en el progreso infinito, la confianza en la tecnología y la dominación de la naturaleza, la primacía de la razón técnico-instrumental. Y en este camino, la explotación de los hidrocarburos fósiles constituye un hito determinante, al liberar a las sociedades occidentales de las complejidades de la interacción con los sistemas medioambientales; liberación aparente, que implica vivir por encima de sus posibilidades (la "finca fantasma") y el aplazamiento en el tiempo de los impactos acumulados de su uso y limitada disponibilidad.

Schnaiberg interpreta todo el proceso a través del concepto de maquinización de la producción. Políticos y tecnócratas prefieren el crecimiento para asegurarse los impuestos y porque vende más. Para ello, el Estado subsidia los costes de producción y la acumulación privada: ayudas para I+D, infraestructuras de transporte, adquisiciones militares e incentivos fiscales,... La acumulación fomentada tiende a ser intensiva en capital y a llevar a la automatización y el desempleo. Esta tendencia a la crisis de legitimación obliga, a su vez, a que se subsidie cada vez más la acumulación de capital privado con el fin de proporcionar empleo e impuestos para pagar los "gastos sociales". El hecho de que el crecimiento intensivo en capital cree las dislocaciones y demandas políticas que hacen aumentar el gasto estatal en el mismo es la esencia del carácter maquinístico del capitalismo industrial moderno. Con el incremento de la movilidad del capital financiero y de la competencia internacional, ha surgido una maquinización transnacional, que ha acelerado el proceso y ha aumentado de la influencia de los actores del mercado sobre los actores políticos. Los estados y las fuerzas de trabajo nacionales han intensificado su compromiso con la maquinización, con el fin de afrontar la movilidad del capital y la competencia internacional. Con todo, este proceso depende en última instancia del apoyo del Estado y del consentimiento social.

En este sentido, el proceso histórico del desarrollo de la sociedad industrial en los últimos siglos ha estado impulsado por esta serie de creencias y pautas institucionales que configuran la visión del mundo occidental dominante o lo que Riley Dunlap denominara "paradigma social dominante": la creencia de que el progreso humano se debe comprender principalmente en términos materiales (producción y consumo) que, a su vez, legitiman la dominación de la naturaleza. Esta visión ha acompañado a la sociedad industrial en diferentes tipos de sociedades (desde el capitalismo hasta el socialismo de Estado) y en una amplia gama de instituciones.

En mitad de la arrogancia y autocomplacencia de la ideología del progreso, la voz destemplada de Rousseau marca una separación tajante entre progreso material y progreso moral y, advierte del extrañamiento de sí y el malestar general de una sociedad avanzada. Pero poco más. La ciencia y tecnología, depositaria de la fe en el progreso, ha llevado a compromisos ciegos que han producido sustancias nocivas y, ha fracasado, al menos en primera instancia, en apreciar sus efectos (CFC, pesticidas, residuos radiactivos, etc). Pero también otras disciplinas como la sociología convencional se ha mostrado incapaz de abordar los problemas medioambientales, presa de la misma visión del mundo, que ha contemplado las estructuras y los actores sociales como exentos de las leyes de la naturaleza. La experiencia demuestra que las ciencias sociales y naturales tienen mucho que aprender la una de la otra.

La obra de Meadows Los límites del crecimiento (1972) supuso un hito en la expresión de la contradicción entre crecimiento y medioambiente. En 1978, en uno de los artículos fundadores de la sociología del medioambiente, Catton y Dunlap hacían un llamamiento al desarrollo de un "nuevo paradigma ecológico" que se quitara las anteojeras y reconociera la dependencia del ecosistema de todas las especies. Hoy resulta incuestionable que si bien las instituciones sociales han generado abundancia material, también han ocasionado degradación medioambiental, ampliamente documentada por la ciencia actual. Y ésta resulta inseparable de un modelo de desarrollo que se ha mostrado insensible, cuando no irresponsable, en relación con el medioambiente, y no sólo con éste. Su extensión al Tercer Mundo, con independencia de algunos éxitos macroeconómicos, se ha traducido en un empeoramiento del abismo entre ricos y pobres; el proyecto de la Ilustración se ha convertido en algo que sirve a los intereses exportadores de las grandes corporaciones de las naciones proveedoras, contra el que se revelan algunos pueblos como Bolivia o Venezuela.

Las creencias modernistas históricas, de clara orientación masculina, han arrojado a lo femenino y la naturaleza como subproductos despreciados, y se han manifestado en la realidad como degradación medioambiental, distanciamiento social excesivo y pérdida de dignidad humana. En acertada metáfora de Mariano Marzo, el Titanic de la globalización capitalista marcha a toda máquina hacia dos icebergs: calentamiento climático y agotamiento de los combustibles fósiles.

No se trata tanto de plantear un "crecimiento cero" como de romper esa identificación entre progreso humano y bienes materiales. La mayoría de las sociedades occidentales traspasaron durante los años 70 el umbral tras el cual el aumento del PIB deja de corresponderse con calidad de vida. Aún más, en el Estado español un crecimiento con gran peso del sector inmobiliario está conduciendo al endeudamiento y empeoramiento incluso de las condiciones materiales. En pleno siglo XXI, las aspiraciones decimonónicas a "más deprisa, más lejos y más cantidad" se han demostrado más que problemáticas. La velocidad intermedia a favor de una sociedad sin prisas, un reforzamiento de las economías regionales, la sustitución de los bienes desechables y un consumo selectivo que reduzca el volumen de mercancías constituyen señales del camino hacia una civilización sostenible, que habrá que ver hasta qué punto resulta compatible con la lógica de acumulación capitalista. Discurso ecológico y social son indisolubles de la crítica de los supuestos que nos han llevado hasta aquí, y han de implicar nuevos modelos de prosperidad que no se basen en un crecimiento material permanente y sí en conceptos como autolimitación y justicia social (ecosocialismo).

Ion Andoni del Amo Castro es ingeniero y profesor de la UPV.

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