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El Anfal, una campaña de exterminio sistemático de todo un pueblo

Juan Carlos Sanz

Cuando Estados Unidos lanzó la operación militar para derrocar a Sadam Husein, en marzo de 2003, cinco millones de kurdos iraquíes huyeron hacia las montañas. El miedo a un ataque con armas químicas dejó desiertas ciudades y aldeas, evacuadas a la carrera por civiles aterrados. El recuerdo de la matanza de Halabja, donde más de 5.000 personas murieron al ser bombardeadas por la aviación con gas mostaza y gas sarín el 16 de marzo de 1988, está grabado con sangre en el imaginario colectivo de todo el pueblo kurdo de Irak, como culminación de la campaña de exterminio emprendida por el régimen baazista.

En Halabja, al pie de las montañas que se extienden hasta Irán, aún se conservan restos de las bombas arrojadas por Sadam en las praderas para mostrarlas a los visitantes que acuden ante el monumento erigido en memoria de la matanza. Pero el Anfal, "el botín de guerra" coránico, literalmente, que querían cobrarse los baazistas árabes suníes, se cebó sobre todo en el expolio de las tierras cultivables de los kurdos y en su desalojo de las zonas próximas a los ricos yacimientos de petróleo de Mosul y Kirkuk.

Las matanzas de civiles durante la campaña del Anfal, que la fiscalía iraquí elevó ayer hasta 182.000 víctimas, fueron seguidas del desplazamiento de cientos de miles de campesinos hacia las desoladas montañas del noreste de Irak. Ni los árboles se libraron de la represión baazista, que arrasó los bosques kurdos con el objetivo de impedir emboscadas de los peshmergas, los guerrilleros nacionalistas kurdos. Los mismos que, convertidos en fuerza regular de seguridad regional, disparaban ayer al aire sus Kaláshnikov frente a los televisores de los cafés mientras proferían gritos de venganza al contemplar al ex dictador sentado en el banquillo. Hoy el Kurdistán iraquí es un territorio con autonomía política formal, independiente de hecho tras la invasión estadounidense, y sin duda la región más próspera y pacífica de todo Irak.

La campaña de exterminio del Anfal, la solución final contra los kurdos en castigo por su colaboración con el enemigo iraní durante la guerra de 1980 a 1988, fue también el detonante de su emancipación. La guerra del Golfo les trajo, en 1991, su primer autogobierno bajo el paraguas protector de los cazabombarderos norteamericanos y británicos. La guerra de 2003, en la que aportaron las únicas fuerzas aliadas internas con las que pudo contar EE UU, les liberó finalmente de la opresión de Sadam.

Salvo en Halabja, apenas hay monumentos que recuerden la tragedia del Anfal. Decenas de miles de viudas y huérfanos, de lisiados de por vida son la viva memoria del holocausto vivido hace apenas dos décadas en el Kurdistán iraquí.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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