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MAR DE COPAS
Columna
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Corazón de cerveza mutante

La cerveza tiene fama de aliviar la sed pero a juzgar por la cantidad que toman algunos habrá que sospechar que la estimula. Cuando el maestro Julio Camba estuvo en Alemania, escribió: "A las dos horas de estar en Múnich, yo me había bebido ya tres litros de cerveza". Tres litros es mucha cerveza y, sin embargo, cualquiera que haya pasado un par de horas en compañía de Homer Simpson habrá observado que se puede beber más. Cuando estuvo en Londres, el no menos maestro José Martí Gómez vivió su duro aprendizaje de la cerveza. En el epílogo de su libro El corazón inglés escribe que después de beber en los pubs de Hampstead tardó en llegar al servicio sin antes orinarse en los pantalones. Hasta que, cuando ya tenía que regresar, encontró el difícil equilibrio. "Acabé mi vida en Londres sin mearme en la escalera", escribe para alegría de su mujer, que no tuvo que pasar por el trance de llevar a la tintorería unos pantalones manchados en acto de servicio. En el caso de la cerveza, pues, la cantidad es importante.

¿Existe alguna alternativa distinta a los tres litros de Camba o a los diuréticos apretones de Martí? En zonas menos lluviosas del planeta, la cantidad la establece algo tan poco fiable como el idioma. En España existe una medida indefinida aunque definitiva: la "cervecita". "Vamos a tomarnos una cervecita", proponemos, y el diminutivo sirve de coartada a nuestro alcoholismo. "Cervecita" suena a cosa infantil, inofensiva. Por lo menos en teoría. En la práctica, la cervecita es mutante y se convierte rápidamente en cerveza, y si nadie pone el freno, la cerveza pasa a jarra, la jarra a barril y el barril... En pequeñas dosis, en cambio, la cervecita parece muy propia de nuestra mentalidad de barra, calorcito, boquerón, patatita y aceituna e invita, como no, a la repetición.

No somos los únicos en alterar la medida de los factores para alcanzar un mismo producto. En el extraordinario documental Brasileirinho, que retrata lo mejor de la música popular autóctona anterior a la samba y a la bossa nova, casi todos los músicos que aparecen toman, en algún momento, una cervecita. Ensayan, tocan y, de repente, alguien propone una cervecita que se adapta perfectamente al paisaje de Río de Janeiro. Otras veces, como en el caso del arrollador guitarrista Yamandú Costa, la cervecita aparece justo después de interpretar algún tema o canción. La más merecida es la que debería haberse tomado cuando, sólo en el escenario, acompaña magistralmente al público, que entona una melancólica canción espumosa y suavemente susurrada: "Mi corazón / no sé por qué / late feliz / cuando te ve / Mis ojos empiezan a sonreír / Y por las calles te voy siguiendo / pero incluso así / tú huyes

de mí".

CÓCTEL: Opus nigrum. Dentro de una jarra, preparar un cuarto de cerveza negra, otro cuarto de cerveza rubia, un chorro de coñac, otro chorro de Cointreau y terminar con champán muy frío. Gesondheid! (¡Salud! en afrikaans).

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