El admirado y odiado dragón verde
El intrépido jinete Banastre Tarleton arrastra una leyenda negra de luchador sanguinario
Fue un héroe y a su ídolo de juventud, la gloria, / cortejó en los campos de batalla". Así de estupendo reza el epitafio de Banastre Tarleton (1754-1833), el bravo coronel británico de dragones (versátiles soldados de caballería capaces de luchar montados y a pie), en su tumba en la iglesia de Leintwardine, en la dulce campiña inglesa. Para sus enemigos, sin embargo, no hay poesía que valga: Tarleton, el dragón verde -por el color de las casacas de su célebre unidad, la Legión Británica-, es "el sangriento Ban" y "el carnicero de las Carolinas", el feroz y ruin individuo que convirtió su nombre en sinónimo de depredación, lucha sin cuartel y masacre, el jinete diabólico que pasó a representar toda la crueldad del opresor inglés contra el espíritu de libertad de las colonias de Norteamérica. Idolatrado en su país, pintado por sir Joshua Reynolds, objeto de odas y panegíricos, el audaz líder de la caballería lanzada contra los "rebeldes" americanos, fue odiado por éstos hasta un nivel rayano en la obsesión. Le colgaron el sambenito de jactarse de haber matado a más hombres y violado a más mujeres que ningún otro hombre del Ejército británico. Es cierto que Tarleton era fanfarrón y ligón, pero su estilo eran las conquistas galantes, no las forzadas, y parece que las norteamericanas no le hicieron ascos.
Heredó una enorme suma que dilapidó en mesas de juego y francachelas. Su madre le compró entonces una plaza de corneta en la caballería real
Fascinante dicotomía
¿Héroe, pues, o villano? Enmarcada en tan fascinante dicotomía, la biografía de Tarleton es para frotarse las manos. Si en la primera parte de su vida prima la acción y es una sucesión de aventuras sensacionales espesadas por el aura oscura de la guerra, la violencia y la crueldad, en la segunda, muy larga, pues murió, en la cama, longevo, predomina la atmósfera de un relato de Jane Austen: hay romance, juego, deudas, amores despechados, traiciones, carruajes, fiestas mundanas, ascensos y caídas sociales. Un universo de suspiros y perfumes que contrasta con los alaridos de las cargas de caballería y el acre olor de la pólvora.
He de confesar que Banastre Tarleton me sedujo, como seguramente a tantas muchachitas inglesas, la primera vez que le vi. No tenía ni idea de quién era aquel tipo gallardo enfundado en un rutilante uniforme cuyo gran y maravilloso retrato pendía en una sala de la National Gallery de Londres. Pero lo encontré deslumbrante. Era víctima yo, sin saberlo, de la Enfermedad del Retrato de Reynolds, un conocido síndrome que, por lo visto, afecta a los románticos incurables.
Resultó que la sugerente y sinuosa pose de Tarleton en el lienzo, que le hace marcar calzón con sus robustos muslos de jinete y le sitúa en una posición algo comprometida ante el cañón pintado a su espalda, se debe a que el gesto le permite disimular la falta de dos dedos de la mano derecha, perdidos en 1781 a causa de un balazo durante una escaramuza con la caballería enemiga en Guilford Court House -percance que llevó al general Cornwallis a declarar que Banastre era mejor oficial con una sola mano que los otros con dos (no está confirmado que la cita la parafrasearan las damiselas de la época)-. El elegante tocado que luce Tarleton en el cuadro, un casco como de yóquey, forrado de piel y con plumas que le dan un aspecto de gallito, ha pasado a la historia como, precisamente, el Casco Tarleton, "el más bello de los cascos". Fue adoptado luego por la Real Artillería Montada y por los regimientos de dragones ligeros. El original puede verse en el National Army Museum de Londres, pero no dejan que te lo pruebes.
Banastre Tarleton era originario de Liverpool y miembro de una familia de poderosos comerciantes con intereses en la trata de esclavos. Pasó por Oxford, aunque destacó más en los campos de deportes que en las aulas, y estudió Derecho. A los 19 años heredó una enorme suma que dilapidó en un año en francachelas y en las mesas de juego, un vicio que le acompañó gran parte de la vida. La única salida para el disoluto muchacho parecía el ejército y su madre le compró un empleo en la caballería del rey, de corneta, que era lo más baratito. En 1775 se presentó voluntario para ir a luchar contra los "revoltosos" a América, donde desde su llegada destacó por su coraje y ganas de lucimiento. Era bajo, pero guapo y de complexión robusta, y cabalgaba con arrojo en todos los frentes (contribuyó a la captura en pijama del general Charles Lee en un audaz coup de main, y le pillaron a él, Banastre, entre las sábanas con la mujer de su superior, el mayor Crewe). Le caracterizaban su rápido movimiento, su incansable energía y sus ataques salvajes (militarmente, se entiende). Por su capacidad de aparecer donde menos se le esperaba, recorrer largas distancias en tiempo récord y embestir tenazmente al enemigo se le ha calificado como "el Rommel de los casacas rojas" (aunque iba de verde).
Ascendió rápidamente en el escalafón por sus logros en el campo de batalla, algo raro en aquellos tiempos, y fue nombrado, con 23 años, comandante de la Legión Británica, fuerza mixta de caballería (dragones) e infantería integrada por americanos leales a la corona -traidores para los revolucionarios- y que sería conocida como los Tarleton's Raiders, epíteto digno de la NBA, y como los Verdes de Tarleton. A su frente, bastante por libre, Banastre se cubriría de honor u oprobio, según se mire. Momento culminante en su carrera fue la batalla de Waxhaws (1780), en la que la Legión cargó contra las tropas del coronel Buford y las masacró, aunque éstas habían alzado bandera blanca. Parece que Tarleton fue derribado durante esos confusos momentos -le mataron el caballo- y sus hombres lo tomaron como una traición y pasaron a mayores, pero el episodio dista de estar claro. En él se originó la frase "el cuartel de Tarleton" -significando irónicamente "sin cuartel"- y la fama de villano del personaje en EE UU.
Victoria y derrota
Sea como fuere, tras numerosas victorias, como la de Camden, Banastre la pifió en Cowpens, donde fue derrotado al pillarle Daniel Morgan el truco de sus ataques impulsivos. Tras la rendición británica en Yorktown, a Tarleton los norteamericanos le excluyeron del trato caballeroso a los oficiales derrotados y hasta parece que hubo un intento de asesinarle.
A su regreso a Gran Bretaña fue recibido como un héroe nacional y se convirtió en la estrella de la vida social londinense, trabando amistad incluso con el príncipe de Gales. El juego, las deudas, la implicación en política -fue miembro del Parlamento- y la tormentosa relación con la actriz y escritora Mary Robinson marcaron la segunda parte de su vida, en la que nunca volvió a luchar (véase la biografía esencial, The Green Dragoon, de Robert D. Bass. Nueva York, 1957). Tarleton escribió sus memorias de la campaña en Norteamérica, fue ascendido a general, ennoblecido, nombrado sir y se casó con una rica y joven heredera, Susan Priscilla Bertie. Viejecito y atenazado por la artritis, pasó los últimos años dando pequeños paseos por el campo y asustando a los niños con los sordos gritos de guerra de un dragón apagado.
Frente a frente contra Mel Gibson
LA POLÉMICA SOBRE LA FIGURA de Banastre Tarleton, originada en los escenarios de la guerra de Independencia de los Estados Unidos, se arrastra hasta nuestros días, y rebrotó virulentamente con la película El patriota (2000), en la que Mel Gibson se enfrentaba a un sádico oficial inglés, claramente inspirado en Tarleton, que cometía crímenes ¡copiados de los de las SS nazis!
Tarleton aparece en el filme apenas camuflado bajo el ficticio personaje del coronel William Tavington. El odioso tipo (encarnado por el actor Jason Isaacs) mata a sangre fría a uno de los hijos del dueño de una plantación, Benjamin Martin (Gibson) -que se lanza entonces a una feroz guerra de guerrillas-, hace fusilar a prisioneros heridos y declara la guerra total a los colonos rebeldes. En una escena que provocó la indignación en Gran Bretaña y el grito de sus historiadores, el militar británico encierra a los habitantes de un pueblo en la iglesia de la localidad y prende fuego al edificio, una atrocidad que nunca cometió Tarleton -ni ningún otro oficial de esa guerra- y que lo que hacía era reproducir en el contexto de la contienda americana del siglo XVIII acciones de las tropas de las SS en el frente ruso o en otros lugares de triste memoria, como Oradour, durante la II Guerra Mundial. Tendría Banastre muchos defectos, pero no era un genocida avant la lettre. Sin duda cometió excesos, como lo de desenterrar a un patriota norteamericano y sentarlo a su mesa o hacer picadillo en Monck's Corner al mayor Vernier, de los húsares de Pulaski, pero también es verdad que el otro bando hizo cosas tan feas como envolver el cadáver del valiente Patrick Ferguson en una piel de vaca junto al de su amante, Virginia Sal, y orinar encima.
Uno de los ejes de la película es estrictamente cierto: la persecución a que Tarleton sometió a las bandas de irregulares norteamericanos. El personaje de Gibson se basa en el elusivo partisano Francis Marion, jefe de la milicia experimentado en las Guerras Indias, a quien Tarleton intentó dar caza infructuosamente con sus dragones y al que bautizó muy deportivamente como "el zorro de los pantanos".
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