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Semana Grande
Columna
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Fin de Fiesta

Los fuegos artificiales son la monda, amén del referente de las fiestas donostiarras, claro. Andaba la ciudad atribulada entre inclinarse por la luso-traca final de la pirotecnia Luso, todo ruidazo y luminosidad, o bien por de la italiana de La Rosa, sin olvidarse de la tradición levantina de los Caballer, Martí o Piro Quiles cuando se produjo un acontecimiento extraordinario. Nos habíamos reunido como siempre para ver la quema de la colección y, en vez de ver subir el primer cohete que anunciaría con su estruendo que el espectáculo daba comienzo, subió un cucurucho. Como lo oyen. ¿Qué sucedía? Porque se trataba de un cucurucho normal, pero grande, rematado por una bola de vainilla que nada más subir al cielo explotó bastante sordamente dejando escurrir por la pizarra del cielo una mancha blanquecina.

Pronto sucedieron unas ganas de comer todavía con más ansia el consabido helado

Apenas nos habíamos repuesto de la impresión cuando subieron raudos más cucuruchos, pero esta vez de fresa, menta y nata que se entrecruzaron formando una ikurriña silenciosa y resbaladiza. Luego, volaron los bombones helados entregando explosiones de chocolate mientras polos de cereza y limón producían lluvias que alternaban con el sirimiri de los calipos y con las luminosidades naranja de los granizados. De pronto, el humo de la horchata se abrió para que el cielo se llenara con los galones de los helados de corte de varios gustos. Las tarrinas de yogur, leche merengada y tutti-frutti dieron finalmente paso a una orgía de semifríos, bananas split, copas de seis bolas, tartas heladas, sorbetes muticolores, bombas de chocolate y cerezas al marrasquino que poblaron el cielo de siseos y de sabor.

No hubo ni aplausos ni silbidos, sino un desconcierto al que, sin embargo, pronto sucedieron unas ganas de comer todavía con más ansia el consabido helado de después de los fuegos, porque lo que había desfilado por el cielo fue una auténtica provocación. Entonces se produjo la segunda sorpresa de la noche. Quien pidió en la heladería el típico cucurucho vio cómo le servían un manojo de cohetes en miniatura que se elevaron un poco por encima de la mano que los agarraba y produjeron un chisporroteo multicolor acompañado de su ruido correspondiente. Quienes solicitaron el gigante de varias bolas recibieron las típicas carcasas que reventaron formando flores parecidas a las dalias o a los crisantemos. Los partidarios de los bombones helados se vieron sorprendidos con lanzamientos de culebrillas paralelas, los de los polos, con luciérnagas sibilantes, y la traca final sobrevino cuando todos nos llevamos el que hubiera sido el último lametón al helado.

Hay que reseñar que la traca se produjo al unísono, no en balde todos entramos en las distintas heladerías a la misma hora. Seguíamos sin dar crédito a nuestros sentidos y sin salir de nuestro asombro, pero como en esta vida hay gente para todo, quiero decir, que reacciona más rápido que los demás, no faltó quien dijo: "Toma, a ver si lo superan en Bilbao", consciente de que no faltaba nada para el comienzo de la Aste Nagusia. Y con ella te dejo paciente lector deseando que la disfrutes ya sea en directo -el famoso in situ- o ya sea en el in situ del periódico donde no faltará cierto Pedro que las cronique. Ciao.

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