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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con alfileres

La tregua que ha silenciado las armas en Líbano después de más de un mes de guerra es tan precaria como la perciben sus destinatarios y muchos de quienes la han negociado contrarreloj en Naciones Unidas abrumados por la presión internacional. Con todos sus agujeros, la resolución 1701 permite al menos que la ayuda humanitaria comience a llegar a los desesperados libaneses y que centenares de miles de personas regresen a sus hogares o a lo que quede de ellos. Los próximos días serán decisivos para comprobar si Israel y Hezbolá se avienen realmente a parar su lucha. El interregno no va a ser fácil. El Ejército israelí mantiene casi 30.000 hombres en el sur de Líbano. Y no los moverá hasta que tome posiciones la fuerza internacional bajo paraguas de la ONU, 15.000 cascos azules, además de otros tantos soldados prometidos por el Gobierno libanés. Pueden transcurrir dos eternas semanas antes de que se complete semejante movilización.

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Es precisamente el despliegue de las tropas de la ONU, al que España puede aportar alrededor de 700 soldados, la piedra de toque del mantenimiento del alto el fuego, si éste supera el crítico momento actual. La misión española, parte de un amplio contingente europeo liderado por Francia, se va a convertir en una de las intervenciones exteriores más importantes de nuestras Fuerzas Armadas. No sólo por sus previsibles dimensiones, sino también por la naturaleza explosiva de la zona en que se desarrollará. El reto, apoyado por las principales fuerzas políticas y legitimado plenamente por la ONU, debe asumirse con la convicción de su trascendencia.

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Además de la rapidez con que se ensamble, el otro elemento decisivo de la eficacia de la fuerza internacional será la naturaleza del mandato que se otorgue a este pequeño ejército, que eventualmente deberá impedir acciones de la guerrilla chií. La resolución 1701 ni siquiera se plantea el desarme de Hezbolá, percibida en el mundo islámico, y no sólo en este ámbito, como la vencedora de un enfrentamiento en el que, contra todo pronóstico, ha sido capaz de aguantar al ejército más poderoso de Oriente Medio. Es más que improbable que el jeque Nasralá, que emerge de la contienda como nuevo icono del mundo árabe, se preste a ello.

En el reverso del argumento, Israel no ha conseguido los objetivos que se propuso el 12 de julio. Es cierto que ha reducido a escombros una parte de Líbano, pero Hezbolá y sus líderes se mantienen en pie y no ha recuperado a sus prisioneros. Ambas consideraciones -la fortaleza de un grupo de militantes fanáticos y la incapacidad de un ejército formidable para reducirles- constituyen probablemente la semilla de un nuevo enfrentamiento. Sólo se evitará si los grandes poderes, comenzando por Estados Unidos, cuyo papel en la región corre peligro de desmoronarse, se implican absolutamente en repensar Oriente Próximo.

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