Volar no es gratis
Mi destino es Málaga. El trayecto, de unos cincuenta minutos, me desplazará a un terreno de paz y descanso. Decido ir en avión y salgo de la terminal más famosa de los últimos tiempos, la T-4. Esta vez soy puntual. Me adentro en el mar de gente que aguarda y espera para facturar su equipaje. Para empezar, Iberia solamente disponía de cinco taquillas abiertas: ¿para cuántas personas? Perdí la cuenta muy pronto. Se trata de lo menos importante. En ese momento, una familia numerosa se coloca la primera por la izquierda, mientras las personas arman ruido. Se quejan porque, como yo, no entienden qué está pasando ahí fuera. Paciente, llego al final y compruebo que no me he equivocado de sitio; sin embargo, tengo cara de no viajar.
De repente me dicen que hay overbooking (¿y eso?); a lo mejor me quedo sin volar esa noche. ¡No te preocupes, niña! Mañana, pasado o ya veremos cuándo, tendrás tu vuelo. Con mi maleta de 30 kilos atravieso el ancho mundo que encierra la T-4. Me dicen que vaya allí, ahora aquí, que espere más y más. No veo un límite y el tiempo corre en mi contra: mi vuelo sale en cinco minutos. En aquel sitio no pedía compasión, solamente un poco de sentido común. La claridad de los hechos: yo disponía de un billete de avión con previa reserva, hice cola, no me facturaban la maleta, me marearon de un lado a otro y a continuación me hicieron dudar de mis opciones en las próximas horas. No entendía qué querían hacer.
Resumiendo: en media hora vi un mundo caótico, poco racional y, para mi gusto, de vergüenza. No merecemos pasar por pruebas de tal tipo en ningún momento. Somos viajeros, y nuestro cometido, viajar; es así de simple.
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