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NARRATIVA

El 'masturbatorium'

El doctor Finch se recostó en su silla giratoria de ratán y cruzó los brazos por detrás de la cabeza. Mi madre estaba sentada frente a él en el confidente floreado y yo en un sillón entre ambos. Mi madre tenía las piernas cruzadas de un modo tenso, balanceando nerviosamente el pie que colgaba en el aire. Llevaba unas sandalias con unas tiras de cuero muy finas. Encendió su tercer More.

Yo tenía doce años, pero me sentía como si tuviera por lo menos catorce, mis padres se habían divorciado hacía ya más de un año y mi madre visitaba al doctor Finch continuamente. No sólo iba todos los días, sino que iba todos los días muchas horas. Y cuando no lo visitaba en persona, lo llamaba por teléfono. A veces, como en aquella ocasión, yo acababa participando en una de sus sesiones. Mi madre creía importante que el doctor y yo nos conociéramos. Creía que quizá él pudiera ayudarme con mis problemas en el colegio. El problema básico era que yo me negaba a ir a clase y ella se sentía incapaz de obligarme. Creo que también le preocupaba que yo no tuviera ningún amigo de mi edad. O de cualquier edad, realmente.

En lo que a mí respectaba, mi madre era una puta y punto. Un espécimen de poeta psicótica confesional de una rara variedad, que estaba obsesionada con la salmonella
Hope y yo nos estábamos haciendo amigos. Me parecía que, incluso aunque su padre no fuera psiquiatra y mi madre no lo visitase sin parar, nosotros seguiríamos siendo amigos
Sólo pensar en que el doctor Finch dejaba plantado a un paciente para ir a cascársela mientras hojeaba fotos de vaginas (...) me afectaba profundamente
Pero al abrir la puerta del 'masturbatorium' nos encontramos con una sorpresa. Hope había abandonado su puesto de recepcionista y estaba echándose una siesta

Los dos amigos que tenía cuando vivía en el campo ya no eran mis amigos. Mi madre había hecho enfadar a sus madres. Así que no les dejaban jugar conmigo. Nunca supe bien qué hizo mi madre para cabrear a aquellas madres. Pero, conociéndola, uno puede esperar cualquier cosa. Como consecuencia, me encontraba aislado del mundo y pasaba la mayor parte del día mirando por la ventana de nuestro apartamento alquilado y soñando con cumplir treinta años, excepto las horas que pasaba sentado en la consulta del Dr. F.

-A pesar de ser lo más evolucionado que puedo desde un punto de vista espiritual -dijo el doctor Finch, con una mirada pícara-, no dejo de ser humano. Un humano macho. Todavía soy muy hombre.

Mi madre exhaló una nube de humo que quedó suspendida encima de su cabeza.

-Tú eres un jodido hijo de puta -le respondió ella. Lo dijo en tono de sorna, muy diferente de la inquietante voz que usaba cuando decía con mal gesto vamos al centro comercial.

Finch soltó una carcajada y se puso colorado.

-Puede ser. Los hombres son todos unos hijos de puta. Eso te convierte a ti en un hijo de puta, Augusten -dijo Finch, mirándome-. Y a ti, en una puta -le dijo a mi madre.

-Yo soy la más puta de todas -respondió mi madre, y apagó su cigarrillo en la tierra de una maceta que estaba sobre la mesita y que albergaba una planta verde jade.

-Eso es muy saludable -dijo Finch-. Te sienta bien ser puta.

La mirada de mi madre se tensó de puro orgullo y levantó un poco la barbilla.

-Doctor, si ser una puta es algo saludable, entonces yo soy la mujer más saludable sobre la faz de la tierra.

Finch soltó una carcajada acompañada por sendas palmadas en los muslos.

Yo no lograba verle la gracia a aquella situación. En lo que a mí respectaba, mi madre era una puta y punto. Un espécimen de poeta psicótica confesional de una rara variedad, que estaba obsesionada con la salmonella.

-¿Y lo usa de verdad? -pregunté, cambiando el tema de mi madre y volviendo a lo que estábamos hablando, que era del cuarto que había en la parte de atrás de la consulta.

Finch se volvió hacia mí.

-Por supuesto. Como estaba diciendo, soy un hombre y tengo mis necesidades.

Intenté comprender lo que decía.

-Pero, ¿cuándo lo usa? ¿Entre paciente y paciente?

Finch volvió a reírse.

-Entre paciente y paciente. Después de irse los pacientes. A veces, si alguno es demasiado aburrido, le digo que me disculpe y me voy al masturbatorium. -Nada más decir esto cogió un ejemplar del The New York Times que había en una mesita de ratán con tapa de cristal cerca de su sillón-. Esta mañana estuve leyendo un artículo sobre Golda Meier. Es una mujer increíble. Muy evolucionada desde el punto de vista espiritual. Es el tipo de mujer con la que me debería haber casado. -Se le iluminó el rostro y se ajustó la hebilla del cinturón-. Así que, cuando estaba leyendo acerca de ella, bueno, siempre ha tenido una influencia tremenda sobre mi libido y justo cinco minutos antes de que vosotros entrárais estaba mirando extasiado su foto en el periódico. Con lo cual, voy a tener que entrar a aliviarme en cuanto os vayáis.

Miré hacia la puerta cerrada, me estaba imaginando el raído diván que encerraba aquel cuarto y las estanterías llenas de muestras de medicinas y de números atrasados de The New England Journal of Medicine. Me imaginaba montañas de revistas Penthouse junto al diván. Sólo pensar en que el doctor Finch dejaba plantado a un paciente para ir a cascársela en el cuartito de atrás mientras hojeaba fotos de vaginas pintadas con aerógrafo (o, peor aún, de Golda Meier) me afectaba profundamente.

-¿Te gustaría verlo? -me preguntó.

-¿Ver qué? -pregunté a mi vez.

Mi madre tosió.

-El masturbatorium, claro -bramó.

Puse los ojos en blanco. Tenía curiosidad por ver aquel lugar, pero me parecía que demostrar entusiasmo era cosa de enfermos. Miré el póster de Einstein que había en la pared detrás de su cabeza. Ponía: El aburrimiento es una aflicción juvenil.

-No, estoy aburrido. Tengo que irme.

-Muy bien, como quieras. Peor para ti... -dijo-. No sabes lo que te pierdes.

De hecho, sí lo sabía, porque hacía varios meses Hope me había enseñado aquel cuarto. Aunque me pareció mejor no decirle que ya lo había visto.

-Está bien, enséñemelo.

Se levantó del sillón haciendo un gran esfuerzo.

-¿Puedo entrar en tu masturbatorium con el cigarrillo o tengo que apagarlo? -pregun-tó mi madre.

-Fumar en mi santuario es un privilegio de pocos. Pero a ti te lo permitiré, Deirdre, por ser quien eres.

-Gracias -dijo mi madre con una inclinación de cabeza.

Pero al abrir la puerta del masturbatorium nos encontramos con una sorpresa. Hope había abandonado su puesto de recepcionista y estaba echándose una siesta en aquel diván tan cutre.

-Pero, ¿qué es esto? ¡Hope! -bramó Finch.

Hope se despertó sobresaltada.

-¡Por Dios, papá! Casi me muero del susto. -La luz le daba en los ojos y parpadeó varias veces-. Pero ¿se puede saber qué te pasa?

Finch estaba furioso.

-Hope, tú no tienes nada que hacer aquí. Éste es mi masturbatorium y, además, estás usando mi manta. -Señaló la colcha multicolor de ganchillo con la que se había tapado Hope.

Las borlas de los bordes estaban pegadas unas con otras.

-Papá, sólo estaba echándome una siesta.

-Éste no es lugar para siestas -bramó.

-Creo que es mejor que me sirva una taza de café descafeinado -dijo mi madre, dando media vuelta y dispuesta a marcharse.

-Espera un minuto, Deirdre -dijo Finch.

-¿Sí? -mi madre se quedó congelada en su sitio.

-¿Comprendes qué es lo que está mal en el comportamiento de Hope? -le preguntó.

-Bueno, no. En realidad, no -respondió mi madre, llevándose el cigarrillo a los labios.

Hope permanecía sentada en el diván.

-Contesta, Deirdre -le exigió Finch-. ¿No comprendes que está mal que Hope entre aquí a escondidas e invada mi espacio privado?

Después de pensarlo durante un momento mi madre dijo:

-Bueno, puedo entender que a uno no le guste que le invadan su espacio. Puedo entender que te moleste que anden revolviendo tus cosas sin permiso.

-Entonces, ¡dile algo! -le ordenó Finch.

Yo retrocedí para no verme involucrado.

-Bueno, yo...

-¡Habla más alto, Deirdre! Dile a Hope lo que piensas.

Mi madre miró a Hope como diciéndole: ¿Qué voy a hacer?, y luego dijo:

-Hope, creo que no está bien que interfieras en el espacio de tu padre sin su permiso.

-Tú no te metas, Deirdre -le soltó Hope. Los ojos le centelleaban de rabia.

Mi madre volvió a dar otra calada a su cigarrillo e intentó marcharse nuevamente.

-De verdad, tengo ganas de tomar otra taza de café.

-Un momento, Deirdre -dijo Finch, agarrándola del brazo-. ¿Vas a permitir que Hope te pisotee de ese modo? ¡Por Dios santo, Deirdre! ¿Es que te has convertido en el felpudo de Hope?

Mi madre se dio la vuelta, quedándose frente a frente con Finch.

-No soy ningún jodido felpudo de Hope, Finch. Ella tiene razón y yo no tengo por qué meterme en esto. Es un asunto entre tú y tu hija.

-¡Y una mierda! -gritó Finch-. ¡Eso no es más que una evasiva de mierda!

-De eso nada -respondió mi madre. Tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó con la punta de la sandalia-. No pienso inmiscuirme en esto. -Se pasó la mano por delante de su suéter negro de cuello vuelto como limpiándose una pelusa imaginaria.

-Estás reaccionando de una forma exagerada, papá -dijo Hope-. Deja a Deirdre tranquila. Esto es algo entre tú y yo.

-Tú cállate y no te metas, ¡joder! -le contestó Finch, apuntándola con el dedo.

Hope se hizo un ovillo contra el respaldo del sofá.

-¿Qué te parece, jovencito? -me preguntó Finch, mirándome.

-Me parece que estáis todos locos -dije.

-¡De eso se trata! -res-pondió él, riéndose entre dientes.

Luego se volvió hacia Hope.

-Vuelve a tu sitio a atender los teléfonos y haz café. Sé una mujer responsable y haz bien tu trabajo. Que seas mi hija no quiere decir que te aproveches de mí y te pases el día durmiendo.

Hope se levantó del sofá.

-Vente conmigo, Augusten -me dijo, y me marché tras ella hacia la recepción.

-¿Se puede saber qué está pasando aquí? -le pregunté a Hope después de que se hubo instalado tras su mesa en la recepción. Me apoyé en el alféizar de la ventana y observé el tráfico que pasaba ocho pisos más abajo.

-Papá está tratando de ayudar a tu madre -dijo-. En realidad, no está enfadado conmigo.

-Pues parecía que lo estaba, y bastante.

-¡Para nada! Está tratando de ayudar a tu madre a que libere toda su furia. Tu madre reprime su furia y eso le hace mucho mal.

El aire de la recepción estaba cargado y hacía calor. En la ventana había un ventilador que expulsaba el aire hacia fuera. Yo quería darle la vuelta para que hiciera entrar aire a la habitación, pero Hope insistía en que era mejor expulsar el aire caliente en lugar de hacerlo entrar.

-Odio mi vida -dije.

-No, no la odias -respondió Hope, mientras apilaba con aire distraído un montón de formularios de compañías de seguros sobre su mesa. Estiró el brazo y cogió un frasquito de líquido corrector Wite-Out.

-Sí que la odio. Es tan estúpida y patética.

-Estás en la adolescencia. Es normal que tu vida te parezca estúpida y patética.

Me acerqué a la mesita que había junto al sofá y me serví una taza de agua caliente con Cremora. Mi madre podía llegar a pasarse horas allí dentro.

-¿Por qué no estás casada?

Hope extendió un poco de líquido borrador blanco sobre uno de los formularios. Me contestó sin levantar la mirada.

-Porque no he conocido a ningún tipo que sea tan increíble como mi padre.

-¿Qué quieres decir?

Hope levantó la página para que le diera la luz y observó el resultado de su trabajo.

-Quiero decir que la mayoría de los chicos son unos memos. Todavía no he conocido a ninguno que esté tan evolucionado emocional y espiritualmente como mi padre. Así que me aguanto.

-¿Cuántos años tienes? -le pregunté. Hope y yo nos estábamos haciendo amigos. Me parecía que, incluso aunque su padre no fuera psiquiatra y mi madre no lo visitase sin parar, nosotros seguiríamos siendo amigos.

-Tengo veintiocho -res-pondió, y sopló el papel que tenía delante.

-Ah.

Nos quedamos en silencio durante un rato. Yo bebía mi Cremora y Hope pintaba los formularios de las compañías de seguros con líquido corrector blanco. Al cabo de un rato, dije:

-No es cierto que él use ese cuarto para...

-¿Qué? -preguntó Hope, levantando la mirada.

-El cuarto ese de tu padre. Digo que no es cierto que... No es su masturbatorium, ¿verdad?

-Puede que sí -dijo Hope, encogiéndose de hombros.

-¡Qué asco! -exclamé.

-¿Qué es lo que te da tanto asco? ¿Tú no te masturbas?

-¿Eh?

-Te he preguntado si no te masturbas. -Me miró con la cabeza levemente ladeada, esperando mi respuesta. Como si sólo me hubiera preguntado la hora.

-Bueno, eso es otra cosa. Es que no... No sé.

-¿Por qué es otra cosa? -El tono de su voz cobró una intensidad inusitada.

-Yo no soy doctor.

-¿Y qué? ¿Tú te crees que los doctores no se masturban?

-No es eso lo que quiero decir. Sólo digo que es raro tener un cuarto para eso. ¿Entiendes? Un masturbatorium o como quieras llamarlo.

-A mí no me parece tan raro -dijo Hope, encogiéndose de hombros.

-¿Así que tú no estás casada porque estás esperando que aparezca un tipo que tenga un masturbatorium? -le pregunté.

-Qué gracioso.

Intenté recordar si le había dado la mano al doctor Finch cuando lo saludé. No podía acordarme, así que dije:

-Tengo que ir al cuarto de baño -y me marché a lavarme las manos, frotándomelas bien fuerte bajo un chorro de agua hirviendo.

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