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Reportaje:

¡Cómo las gasta Marta Domínguez!

La palentina se impone a lo grande y conserva su título de campeona de Europa de 5.000 metros

Carlos Arribas

Se las da José María Odriozola, presidente de la federación, de conocer como nadie los manejos sanguíneos del atletismo ruso -que triplica al resto en la tabla de finalistas del Europeo-, se exalta denunciando en todos los foros la existencia en Europa de un atletismo de dos velocidades, del dopaje del este, de los milagros soviéticos, se inflama y se desespera ante lo que ve como injusticias, se las da de entendido, cabeza llena de números, estadísticas y nombres, referencias de aficionado al atletismo, cuando, en realidad, lo que conoce de verdad el presidente es la psicología de los atletas españoles, lo que mejor maneja y fortalece es su voluntad, lo que le pone de verdad, lo que le emociona, lo que transciende es la hazaña de sus chicos. De sus chicas. De Marta Domínguez.

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Recién aterrizada en Gotemburgo, cuando aún hacía calor, o sea, hace ocho días, Domínguez, de 30 años, era la sombra de sí misma, de la atleta combativa, decidida, peleona e inquebrantable que no dudaba ante ningún desafío. Domínguez habló antes de su final de los 10.000 metros y se expresó con timidez, una atleta con miedo. "Corro los 10.000 porque así nadie me puede exigir", dijo. Palabras impensables en la boca de la deportista que hace no tanto peleaba de igual a igual con etíopes, con kenianas, con las mejores. Terminó séptima la carrera del 10.000. Cansada y machacada. "El séptimo me supo a poco", pensaba. "No he podido ni luchar por el podio". Y ya se disponía a hacer la maleta cuando la cogió por banda Odriozola. "Piensa Marta, piensa. No puedes perder esta oportunidad", contaba la palentina que le dijo su presidente. "Convéncete de que puedes ganar el oro en el 5.000. Y me puse a estudiar las rivales con él y me convenció. Me autoconvencí. Me di cuenta de que todo el mundo, mi gente, me decía que me iba mejor el 5.000 y que yo me negaba a escucharlos. Así que le debo a Odriozola la victoria. La medalla es suya. O por lo menos la mitad. Él ha puesto la cabeza y yo las piernas".

Domínguez, castellana, sobria, es generosa. Da siempre. Un atleta es, en efecto, cabeza y piernas. Pero también es corazón. Y el corazón de Marta Domínguez ayer en la pista, un ayer triste y nublado, viento, frío, hojas flotando en el aire, ese corazón sólo era suyo. Y ese corazón combativo, recuperado al mismo tiempo que las piernas -milagro de las bañeras llenas de hielo, milagro de las manos de sus masajistas- y que la cabeza, perdida, ese corazón es el que siempre hizo grande a Marta Domínguez, la chica de la meseta. El mismo espíritu que hizo temblar a sus rivales, su instinto asesino, el cuchillo entre los dientes corriendo a ritmo de 2.56m el kilómetro, la imagen que hace exclamar a sus admiradores: ¡cómo las gasta Marta!

"Y vale que el presidente me dijera que podía, pero yo tenía dudas. Pensaba que eran muy fuertes", dijo Domínguez. "Salí sin ansiedad ni presión, pero con miedo. Y, afortunadamente, hicieron la carrera que mejor me convenía, ritmo lento al principio y progresivamente más rápido". Y, en efecto, entre Shobujova, la bielorrusa Kravtsova y la británica Pavey, que aceleró la marcha a partir del 2.000 y efectuó la gran selección, llevaron a Domínguez, inmutable en la calle uno, "mi calle, donde menos metros se corren", en un sillón hasta la vuelta final. "Y yo he hecho lo que había que hacer, aguantar y al final sprintar", explica. Y se lleva la mano a los gemelos. Tensos. Duros. Unos músculos exprimidos que, una hora después de la carrera, después del podio, del himno y la bandera, fríos, le hacen andar rígida, como un robot.Lo cuenta sencillo Domínguez. Como si cualquiera otra fuera capaz de ello. Pero sólo ella puede hacer parecer sencilla la última vuelta. A 300 metros, la rusa y la turca atacan, emparedan a la inglesa que se queda seca. Marta aguanta. En la curva las marca. Las dos, la rusa, la etíope, convencidas de que es asunto de ambas. De nadie más. "Y yo pensé, 'qué bien, por lo menos soy bronce, con esto me conformo'. Pero enseguida, a los 100 meros, me dije 'pero qué narices, ¿estás tonta, Marta?, tienes que ir a por el oro". Y a la salida de la curva, en la última recta, por dentro, por la izquierda, por donde siempre adelanta, Marta puso todo su corazón, su cabeza, sus piernas, en el tirón supremo que dejó helada a la rusa, muerta a la turca. Que la convirtió en la mujer más feliz de la tierra.

Marta Domínguez alza el puño tras cruzar primera la meta en la carrera de 5.000 metros.
Marta Domínguez alza el puño tras cruzar primera la meta en la carrera de 5.000 metros.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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