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Reportaje:

Recuadros de oro

Los traslados y préstamos de obras de arte entre museos de Madrid revalorizan la importancia de los enmarcados

Madrid, además de ser una de las capitales del arte universal, es también una superpotencia en marcos, los soportes con los que la pintura se encuadra. No hay más que visitar cualesquiera de los museos pictóricos que la ciudad alberga, El Prado, el de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando o el Lázaro Galdiano, para comprobarlo. Resulta chocante que en los suntuosos lienzos de Louis-Michel Van Loo y de Jean Ranc sobre la familia de Felipe V, pintados en La Granja a comienzos del siglo XVIII, sus marcos con molduras y escudetes aúreos pasan por ser aún más valiosos que las propias pinturas, según algunos especialistas.

Un siglo antes, Las Meninas, de Diego Velázquez, o lienzos del extremeño Francisco de Zurbarán mostraban en sus recercados una austeridad reflejo de la gravedad aúlica de la época: marcos de superficies lisas en tonos oscuros brillantes sin apenas ornato. En el Barroco, los marcos incorporaron elementos decorativos, sobre todo orejeras y molduras bañadas con panes de oro y figuración vegetal, que mejoraron la presentación de las obras.

Los panes de oro tienen un espesor de micras, 22 quilates y 8 por 8 centímetros

Pero el verdadero esplendor de los enmarques se produjo al culminar el Siglo de las Luces, señaladamente durante el reinado de Carlos IV: la suntuosidad que caracteriza los marcos de los retratos regios, la calidad de sus oros, la caprichosa proliferación de ovas, flechas, lazos, perlas y salientes con forma de rocalla o concha, distrae en muchas ocasiones la mirada del espectador desde el lienzo hacia su magnífico envoltorio.

Con el auge del arte abstracto, mediado el siglo XX, el encuadramiento de las obras de arte pasó a un segundo plano. La descarnadura de los motivos, la supresión de la figura humana que los nuevos contenidos implicaban y su sustitución por tramas geométricas, lineales o simples masas cromáticas, con especial acento en la plasticidad de los volúmenes, restó entidad a los soportes.

No obstante, desde hace dos décadas, aproximadamente, la técnica del enmarcado de cuadros experimenta en Madrid un evidente auge, tras medio siglo de desdén. Las causas obedecen a que en el último tercio del siglo XX, al desarrollarse la proliferación de intercambios de las obras de arte entre museos incluso de diferentes y distantes países, los responsables de las instituciones artísticas volvieron a reparar en la importancia de los marcos.

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"Los traslados a grandes distancias pusieron de relieve la dimensión protectora y los cercados volvieron a atraer hacia sí la atención perdida, lo cual despertó un nuevo interés por su calidad y cuidado", dice Lucio Mairé Dorado, restaurador de Patrimonio Nacional, experto asimismo en carrozas de época. De hecho, en un traslado de obras de arte, antes que el propio lienzo, quien se expone a recibir cualquier golpe es el marco. Además, y sobre todo, por tratarse de un recuadro, se convierte en un elemento para focalizar las miradas y subrayar la entidad del contenido pictórico, lo cual ha obligado a repensar su valor.

El mundo del enmarcado es aún hoy muy desconocido, aunque algunas de sus técnicas se remontan a la Antigüedad. Es el caso del empleo de los panes de oro, con los cuales aún hoy se recubre la superficie visible de un marco; su empleo data del Egipto faraónico.

En Madrid, hasta hace apenas dos años, funcionaba una de las más importantes fábricas del sector, Aubat, que cerró entonces sus puertas. Sus productos eran muy apreciados por los especialistas ya que el gramaje de oro era más generoso que el de otros proveedores. Ahora, se adquieren panes de Italia, donde la cultura de las artes ornamentales goza de ricas tradiciones. Los panes de oro que se emplean hoy suelen ser superficies cuadradas, de ocho por ocho centímetros, con un espesor medido en micras y 22 quilates. Aplicados delicadamente a la superficie, componen el elemento más vistoso y valorado, si bien la estructura de un marco es bastante más enjundiosa y compleja.

En la forma clásica de enmarcar, empleada hasta el siglo XIX, el elemento decisivo era la mano del tallista artesano, con el soporte básico en la madera que conforma el bastidor encuadrante. La harina, los pigmentos y el aceite de linaza han sido algunos de los componentes de esta técnica, que ha ido evolucionando hasta transformar la talla en un moldeado industrial de mayor complejidad química. Se requiere una preparación a base de sulfato de calcio y cola de conejo, más lo que los expertos denominan bol, un compuesto de arcilla, roja si se va a estofar con oro y negra si se trata de plata. El oro se aglutina con agua y, curiosamente, también con aguardiente blanco.

La fabricación en serie de marcos mediante un proceso industrial ha reducido la importancia del trabajo de ebanistería. Con ello se eluden también algunas limitaciones objetivas que para la reproducción artística la madera presenta, como sus oquedades, las junturas no camuflables y las diferencias cromáticas de vetas y nudos, además de servidumbres direccionales que sus haces fibrosos imponen a quienes intentan tallarla.

Instrumento clave para los tallistas fue la terraja, superficie forrada de metal con la forma de la moldura que se intenta reproducir por rozamiento.

Joyas en la Casita del Príncipe de El Escorial

Los marcos de obras de arte españolas más cotizados por los expertos internacionales y locales son los que encuadran una serie de porcelanas de la Real Fábrica del Buen Retiro que se encuentran en la Casita del Príncipe del conjunto palaciego de San Lorenzo de El Escorial.

Tales enmarcamientos datan de la época del reinado del monarca Carlos IV, entre el final del siglo XVIII y comienzos de la centuria siguiente y figuran entre las piezas más valiosas de este palacete, uno de los espacios más suntuariamente ornamentados de cuantos componen los Reales Sitios, con porcelanas, pinturas de Corrado Giaquinto, lámparas, mobiliario estilo imperio y otros elementos decorativos de exquisita calidad.

Los cotizados marcos constan de una ornamentación denominada de talla calada, con lazos enrollados, en cuyo interior se encuentra un vástago o espárrago, así como otros motivos llamados perlados corridos y flecos. Su singularidad reside en la laboriosidad que requirieron para su afiligranada hechura, así como el pulso exigido a sus 'orfebres'. Los autores fueron tallistas de los talleres reales cuya nombradía no ha trascendido, por lo que su autoría se considera anónima.

En cuanto a los marcos de lienzos al óleo, raramente se conservan los que fueron colocados inmediatamente después de culminar la pintura. Y ello habida cuenta de que de una obra de arte, la parte que más sufre es precisamente el enmarcado, destaca Lucio Mairé, perteneciente a una saga familiar dedicada a la talla de marcos, cuyos antecesores también trabajaron en el Palacio Real. "En la vida cotidiana, los marcos sufren los efectos de una práctica tan común como perniciosa para su integridad", explica Mairé. "Como los dorados recogen polvo del ambiente, suele ser costumbre de personas no especializadas limpiarlos con agua o alcohol, práctica que desencadena procesos químicos que los deterioran y, para atajarlos, se recurre a la purpurina".

El bol de arcilla que compone la penúltima capa del marco inmediatamente anterior a su baño con pan de oro suele dejar un viso suavemente rojo o de color negro, si ha sido tratado con plata. La aplicación de agua o alcohol para suprimirlo no mitiga su coloración.

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