El hombre es una isla
Fidel Castro es un dictador; se está muriendo, dicen todos los telediarios. El otro día alguien decía: "Fíjense en los gestos del interior y del exterior. Los cubanos de uno y de otro lado dicen cosas diferentes a las que realmente están diciendo". En un lado se expresan preocupaciones -en el interior- que se esconden detrás de la frase más peligrosa del mundo: "Aquí no pasa nada". Y en el otro el brindis corre, cuando por dentro corre una preocupación soliviantada: "¿Y quién correrá más rápido?".
Abel Prieto, ministro de Cultura cubano, hablaba ayer en el primer telediario: estaba enfadado porque Condoleeza Rice, "de otro país", estuviera diciendo a los cubanos cómo comportarse. ¿El lenguaje corporal? El hombre estaba pensando en otra cosa; como si la mirada se le fuera hacia dentro, mientras hacia fuera mostrara confianza en el futuro del régimen al que sirve. ¿Y los de Miami? Habló un cubano, y casi calcó lo que dijo Prieto: Estados Unidos debe quitar sus manos de ese piano, ya las lleva posando demasiado tiempo. ¿Estaba diciendo otra cosa? Posiblemente, pero en el lenguaje corporal del que escuchaba esta última declaración iba al centro mismo del código genético: una de las razones por las que Castro ha prolongado tanto su estancia en el poder es porque las manos de Estados Unidos se han posado en el lado equivocado, y ahora ha venido Condoleeza Rice ("de otro país", como dice Prieto) a prolongar esa interferencia. Antes de escuchar a la señorita Rice oí (en la radio, en la SER) a Jorge Mas, opositor cubano, hijo de opositor cubano, alimento también de políticos españoles (como Aznar), hablar sobre el porvenir de su isla. Dijo que ya el ex presidente español les había ofrecido ayuda y les había garantizado el asesoramiento de su fundación, la FAES, por si acaso. En lo más recóndito de aquel código genético pensé lo mismo: ¿Y Aznar, qué hace Aznar. ¿Por qué corre tan rápido? ¿Quiere ser Rice?
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