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Reportaje:Guerra en Oriente Próximo

Nadie se mueve sin permiso de Hezbolá

La milicia chií, un ejército fantasma, se impone en las poblaciones para evitar saqueos en los edificios destruidos por Israel

Ángeles Espinosa

Ni Baalbek, ni Qana, ni los una y otra vez bombardeados suburbios meridionales de Beirut están totalmente desiertos. La falsa impresión se despeja tras una mirada más atenta. En las callejas, entre dos casas, siempre hay un par de hombres cuyas figuras se funden con el entorno. Y sin embargo, en medio de la destrucción, esos supervivientes mantienen un porte aseado y maneras educadas. Son la retaguardia de Hezbolá. Los hombres que evitan los saqueos de los edificios arruinados. Tal vez los mismos que horas antes lanzaron un cohete contra Israel y que llegado el momento cogerán el Kaláshnikov para enfrentarse cuerpo a cuerpo con los soldados enemigos. Ante los periodistas, sólo dejan entrever sus walkie-talkies.

¿Cuántos son? Se suele hablar de 10.000, pero nadie sabe de dónde ha salido esa cifra
"En el frente vestimos como soldados. En los pueblos nos ponemos ropa civil", dice Husein
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No llevan uniforme. Vaqueros y camisetas. Pantalones de pinzas y camisas abrochadas hasta el cuello. A veces, un chaleco multibolsillos. Ropa discreta, pero pulcra. Demasiado para estar en una zona de combate. Sólo las antenas de las radios que asoman de sus bolsillos indican que Abu Husein o Abu Mohamed no son simples habitantes del pueblo en el que se han quedado a guardar la casa familiar. Sus barbas, bien recortadas y no excesivamente largas, también son una pista. Conviene presentarse ante ellos. Su visto bueno es esencial para poder visitar las zonas bombardeadas. Controlan el lugar.

"Cuando estamos en el frente nos vestimos como soldados, pero en los pueblos nos ponemos ropa civil. No es razonable deambular de uniforme y con armas entre la gente", confió hace unos días Abu Husein a un grupo de periodistas en la localidad de Srifa. Con razón, los informadores rara vez vemos hombres armados durante las visitas a los lugares atacados por Israel. Además, según describen quienes huyen de las zonas de combate, los milicianos "llegan con una furgoneta tipo pick-up, disparan los cohetes y desaparecen". Los israelíes se enfrentan a un ejército fantasma.

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¿Cuántos son? Los medios de comunicación suelen hablar de 10.000, pero nadie sabe de dónde ha salido esa cifra. El general libanés retirado Elias Hanna considera que son "1.000 combatientes experimentados, apoyados por otros 3.000 hombres". Esos datos coinciden con las estimaciones de la FPNUL (la Fuerza de Protección de Naciones Unidas para Líbano, desplegada desde 1978 en el sur del país). Preguntado al respecto, Abu Mohamed respondió: "Tantos como ángeles hay en el cielo".

Su conocimiento del terreno les da una ventaja comparativa frente a la enorme maquinaria de guerra de su vecino. Desde la retirada de Israel en mayo de 2000, han excavado túneles que les sirven para guardar su armamento y para moverse sin ser detectados. En cualquier caso, sus células rara vez superan la docena de hombres, que a través de la radio se identifican uno a otro por números. Han dividido el sur en sectores militares; el más pequeño incluye dos o tres aldeas vecinas, en las que controlan hasta el último recoveco.

"Es gente de aquí, como yo; no hay ninguna diferencia", responde Abdelmajid Saleh, diputado de Amal por Tiro, cuando se le pregunta cómo distinguir a los posibles combatientes. Amal rivaliza con Hezbolá por los votos chiíes, pero admite que los milicianos son parte orgánica de ese tercio de libaneses que pertenecen a la comunidad musulmana chií. Abu Husein y Abu Mohamed, por ejemplo, son maestros. Uno enseñaba historia y el otro geografía en una escuela primaria. Hasta que se produjo la ofensiva israelí y la llamada a filas. Entonces, cada uno conoce su misión, sea en el frente o en la retaguardia.

"Están organizados; vaya que si lo están", admite una fuente médica en Tiro. El interlocutor vio cómo tras la matanza de Qana, varios de estos hombres se encargaron, lista en mano, de la entrega de los cadáveres. "Al principio del conflicto era el Ejército o la Gendarmería los que apuntaban los nombres de las víctimas, pero ahora son los shabab quienes se ocupan", asegura. Shabab, literalmente "muchachos", es una forma familiar, casi cariñosa, de referirse a los milicianos. Los que han visto los periodistas no parecen tan bisoños, aparentan entre 25 a 40 años. Tal vez los más jóvenes estén en el frente.

"A veces usan las mismas frecuencias de radio que nosotros y podemos oírles", declaró recientemente a The Daily Star Richard Morczynski, un asesor político de la FPNUL. "Se dicen: 'aquí hermano 13. Vamos a ejecutar la operación 7. Espero que todos estéis bien", puso como ejemplo este observador privilegiado. "Cuando hay un bombardeo, no tienen miedo. No se quedan sentados en los búnkeres", añadió.

Además "tienen fe", apuntan todas las fuentes consultadas. Fe en su religión, pero también en que luchan por una causa justa. De ahí su entrega, su disciplina, y la admiración y el respeto que despiertan. Para buena parte de los libaneses (y cada vez más del resto del mundo árabe e islámico), los hombres de Hezbolá no son la banda de fanáticos enloquecidos que a menudo se pinta. "No nos gusta matar", declaraba Abu Husein. "Miramos a todo el mundo como hermanos. Les tratamos como personas, sea cual sea su religión, pero defendemos nuestra tierra, nuestro honor y nuestra dignidad".

"No son como la gente de Al Zarqaui; creen en Dios pero también en el ser humano", asegura Hikmat Hreif, un habitante de Baalbek que afirma haber escuchado el último discurso de Hasan Nasralá con una cerveza en la mano. "Son muy abiertos", añade. Tal vez, pero de momento nadie hace una entrevista o una foto sin su permiso.

Partidarios de Hezbolá sostienen una gran bandera de Irán y otra libanesa durante una manifestación antiestadounidense en Beirut.
Partidarios de Hezbolá sostienen una gran bandera de Irán y otra libanesa durante una manifestación antiestadounidense en Beirut.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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