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Entrevista:GENTE QUE NOS HACE LA VIDA MEJOR | INGE GENEFKE - Activista contra la tortura

Una mujer menuda contra el mal

Patricia Gosálvez

Una danesa menuda y rubia era el terror del barrio a los 10 años. Cuenta que a su casa, "el hogar pacífico de una familia conservadora", fueron a buscarla unos gamberros adolescentes. "¿Y tú eres la que mete palizas a los chicos?", preguntaron al verla. "Sólo a los que aún no han hecho la confirmación", contestó la pequeña. A los 68 Inge Genefke sigue enfrentándose con valor y sentido del humor escandinavo a los que son más fuertes y peores que ella. "Siempre he peleado por la justicia", dice, "mi madre me inculcó valores éticos muy simples pero muy sólidos. Si ves a dos pegando a uno, intervienes. Si ves a alguien abusando de otro más débil, te metes en la pelea. En mi casa hacíamos muchas bromas, pero había muchas reglas". Lo que está bien y lo que está mal. Algo así de sencillo sustenta 32 años de lucha contra la tortura.

"Mi madre me inculcó valores muy simples pero muy sólidos. Si ves a alguien abusando de otro más débil, te metes en la pelea"
"La tortura es un dolor insoportable, y quien te está haciendo esto no es un cocodrilo, sino alguien que se parece mucho a ti"
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En 1974 Amnistía Internacional pidió a esta neuróloga y a otros tres médicos un diagnóstico de la tortura. No había literatura médica, ni datos, ni testimonios. Examinaron a supervivientes de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay, visitaron cárceles turcas y despóticos regímenes africanos. En los ochenta Genefke fundó el Consejo Internacional de Investigación y Rehabilitación de las Víctimas de la Tortura (IRCT), desde cuya sede en Copenhague contesta el teléfono.

Es un edificio enorme de acero y cristal cedido por una familia de industriales. Sale en el documental Viaje al corazón de la tortura que acompaña al DVD de La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet, inspirada en la lucha de Genefke. Tiene salas de psicoterapia y un gimnasio con colchones sobre los que vuelven a andar quienes fueron golpeados durante días en las plantas de los pies; grandes pelotas de colores devuelven la movilidad y la confianza a quienes tuvieron los brazos atados a la espalda. En el sótano hay 50.000 informes. Muchos nunca saldrán de allí, así lo han pedido las víctimas. Son la prueba del tormento: "Que no se olvide lo ocurrido supone una enorme victoria", dice Genefke, "la otra, es que ahora podemos probar la tortura ante un tribunal". El edificio de la calle Borgergade es la punta del iceberg. El IRCT cuenta con 200 centros médicos en 70 países. Tratan a unas 100.000 personas al año. Les llaman "clientes". "No están enfermos", dice Genefke, "nunca adivinarías por lo que han pasado. Ellos mismos lo dicen: no somos víctimas, somos supervivientes".

Viviendo entre tanto sufrimiento, ¿se preocupa por las multas de tráfico? Genefke se carcajea: "¡En absoluto! ¡Ni por los catarros! Vivo muy tranquila. Paseo, nado un kilómetro al día, tengo una bonita casa en plena naturaleza... Claro que me angustio por cosas como el calentamiento global o las guerras, pero no apoyo otras causas. Como decía mi padre: 'escoge una sola cosa y serás efectiva".

El trabajó le costó el primer marido: "No le guardo rencor. Viajo mucho y a la vuelta sólo traigo tristeza". Su segundo y "maravilloso" esposo la tiene muy "mimada". "También mis amigos, pero yo no soy muy buena amiga, estoy demasiado ocupada en mi lucha". No tiene hijos: "Habría sido imposible hacer todo esto y no serían felices. No creo que fuese buena madre". ¿Qué tal como jefa? "Difícil. Exigente. Venimos de un país rico y agradable y salimos al mundo real, hay que estar listo para ver cosas. Necesito gente dura y disciplinada".

En política no se mete: "Yo no sé de esas cosas. Somos médicos y por eso nos respetan en todo el mundo". Puede que la ayuda a las víctimas no sea política, pero la tortura sí lo es: "Es un instrumento del poder contra la democracia. Un torturador no busca información (¡cuántas veces firman las víctimas papeles en blanco!). Lo que quiere es romper a la persona. Por eso la rehabilitación es básica. Cuando un país consigue salir del terror la resistencia ha sido sistemáticamente torturada y no pueden ser políticos efectivos. La gente buena debe volver para formar parte de las nuevas democracias. ¡Cada vez que pienso que Putin fue de la KGB! ¿Es eso democracia?".

"Hay que perseguir a los que dieron las órdenes y, con los que la siguieron, llegar a otras soluciones como la reconciliación, de lo contrario empezarías otra guerra". Más allá de esto, Genefke piensa poco en los torturadores: "No son mi problema, mi problema es recaudar dinero para las víctimas. Tampoco es fácil para la Cruz Roja y me solidarizo con los pobres, pero para nosotros es aún peor. La gente asocia tortura con política y no quiere mojarse. Me he topado tantas veces con los tres monos que se tapan boca, ojos y oídos".

Se enfada: "He atemperado mi mal genio (aunque mi marido piensa que de eso nada) pero en esos terribles países todavía tengo que controlarme. Lo que me mueve es la ira. Lucho contra el Mal".

La tortura es el mal absoluto por varias razones: "No puedes defenderte, como en la guerra; los torturadores siempre llevan ventaja; supone un dolor insoportable físico y mental; y quien te está haciendo esto no es un cocodrilo, sino alguien que se parece mucho a ti".

Cuando lo que le cuentan sus clientes no le deja dormir lee poesía o El Principito: "Cosas bonitas; feas ya veo bastantes. El último autorretrato de Rembrandt también me da paz. Es profundamente humano. Eso es lo que busco cuando me asaltan mis pesadillas".

¿El momento más feliz de su vida? "Cada vez que oigo de boca de una víctima 'me va mejor'. Son cosas pequeñas, como 'ya no me duele la cabeza todo el rato". Como no sentir pánico cuando ven un pitillo (que quemaba), una bolsa (que asfixiaba), una botella violadora. "Nunca dicen 'ya estoy bien', pero ayudarles me llena de alegría", dice. "No es que sea feliz haciéndolo. Tengo que hacerlo. Sólo me avergüenza no poder hacerlo mejor".

Ante una entrega así uno se siente insolidario, egoísta y culpable. Genefke chasca la lengua como diciendo 'pamplinas': "No hay gesto demasiado pequeño. En todos los países ricos hay refugiados que han sido víctimas. Cada desprecio les devuelve a las cámaras de tortura, cada insulto es un flash-back. Hazles sentir bienvenidos; invítales a un café".

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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