Tres religiones
Mientras el deslumbrado Al Zawahiri amenaza con extender el terror por todo Occidente en nombre del islam, contemplo la mezquita de Bab al Mardum en Toledo, cuya belleza pone en evidencia que lo que representa ese médico egipcio es una perversión de esta religión. Ninguna energía destructiva, como Al Qaeda le arroga al islam, hubiese podido segregar nada tan hermoso ni permanecer en pie más de mil años. Lo mismo sucede con la sinagoga de Santa María la Blanca o con la del Tránsito. En ellas no hay nada que las vincule con los disparates militares bendecidos por el judaísmo. Su riguroso atractivo no ha podido ser engendrado por una fuerza demoledora que aunque llegue a consagrarse con la Torá tampoco se halla en ninguno de sus pergaminos. Y otro tanto ocurre con el convento de Santa Clara de Tordesillas o con la catedral vieja de Salamanca, que no han podido inspirar ninguna de las atrocidades cometidas en el nombre de Dios. Las religiones no han sido sino instrumentos aglutinantes para dirimir otras prioridades frente al otro. La pureza de sus postulados, más allá de las excepciones personales de algunos de sus discípulos, sólo ha podido ser absorbida por la arquitectura. Quizá por eso la mezcla de las tres culturas sólo ha sido posible en el patrimonio inmueble, como ha demostrado el estilo mudéjar, que es el único acontecimiento verdaderamente ecuménico alcanzado por los tres cultos. En lo social, frente a algunas consecuciones periféricas, los grandes principios religiosos siempre fracasaron y terminaron imponiendo la dispersión en juderías, morerías o barrios cristianos. Ése es el gran asunto pendiente de la religión: saltar de la arquitectura a la sociedad. Acaso por eso algunos ponen bombas en sinagogas, mezquitas e iglesias. En el fondo, el ejemplo de la arquitectura no es bueno para quienes pretenden que la religión sea un kalashnikov, una bomba de fósforo blanco o un misil katiuska. Las invocaciones a Alá de Al Zawahiri y su victimismo islamista (que tan goloso resulta a los desheredados y los inadaptados), las amenazas del clérigo Nasralá y del enriquecedor de uranio Ahmadineyad con el Corán en la mano, incluso los agradecimientos a Dios de Bush y las plegarias previas a los bombardeos de cualquier militar ultraortodoxo con la cabeza cubierta con el tallit, sólo son un recurso para avalar otros asuntos que acrecientan el odio y el fracaso de las tres religiones.
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