Venecias
Venecia es la única ciudad en la que incluso quien no es escritor se hace preguntas de escritor. Los turistas en Venecia parecen tener sólo dos miradas: la mirada embobada de cuando la recorren y la mirada ceñuda de cuando se sientan para anotar sus impresiones en apresuradas postales. ¿Cómo escribir sobre Venecia? Venecia invita a escribir, a responder a su belleza con algo que la refleje, pero es tal su desproporción que termina por repeler el intento. Hay, por eso, una tercera mirada de los turistas en Venecia, y es la de la derrota, la de quien ha intentado capturarla en un pensamiento, en una línea, y no le queda otra que huir despavorido. La única forma de escribir sobre Venecia acaso sea aproximarse a ella desde los aledaños de una visión parcial. Eso es lo que hacen dos libros publicados esta temporada: La ciudad de los ángeles caídos, del periodista John Berendt, y Marca de agua, de Joseph Brodsky. Berendt escribe una crónica del último incendio de La Fenice y su restauración, en la que, curiosamente, se pierde cuando es más periodístico y triunfa cuando se limita a retratar a algunos excéntricos venecianos. Brodsky, en cambio, opta por utilizar sus estancias a lo largo de diecisiete años en la ciudad para encadenar azarosamente reflexiones poéticas acerca del tiempo y la muerte, la luz y la oscuridad, el agua y el deseo... Un poco más antiguo, de 2004, aunque imprescindible, es La otra Venecia, de Pedrag Matvejevic. Su Venecia es una Venecia minimalista de líquenes y de rumores, de delicados matices de luz y de óxido. Pero Venecia está también presente, como no podía ser menos (¡y de qué modo!), en la novela de Colm Toibin sobre Henry James, Retrato del novelista adulto, una de las mejores del año. La escena en la que James se deshace en la laguna de las ropas de su amiga Constance Fenimore Woolson demuestra que a veces es posible escribir sobre Venecia. Hace falta, eso sí, cierto estado de gracia.
Marcos Giralt Torrente es autor de las novelas París y Los seres felices (ambas en Anagrama). Novedades literarias: La ciudad de los ángeles caídos (Mondadori), John Berendt; Marca de agua (Siruela), Joseph Brodsky, y Retrato del novelista adulto (Edhasa), Colm Toibin.
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