Las 'adolescencias' y su desafío
La adolescencia es una categoría social que pretende dar cuenta del laberíntico e intrincado pasaje de la infancia al mundo adulto. Titánica empresa que conlleva, para cada uno, desafíos subjetivos de una envergadura tal que desde siempre se ha descrito esta etapa existencial con el adjetivo de "crítica". Recuérdese, como punto de partida, que el corazón de la especificidad de la pubertad reside en los cambios corporales del sujeto, que provocan un nuevo quantum de energía pulsional que viene a derribar el viejo equilibrio encontrado por el sujeto en la anterior etapa infantil.
El desafío central al que se enfrenta el adolescente, entonces, no es otro que el abandono de las modalidades de goce infantil, centradas en las figuras familiares, y su acceso a una modalidad de goce radicalmente nueva que incluye el goce fálico y la búsqueda del partenaire sexual. Pero, dado que el ser humano no viene programado por la biología para saber qué y de qué manera hacer con lo sexual, será necesario que cada joven invente lo que será su propia manera de manejar todo esto -respuesta particular que constituirá el núcleo de su individualidad- pero que abre inevitablemente un considerable margen de incertidumbre e indeterminación en su desarrollo. Una cierta deriva intrínseca de su propia posición que, para ser acotada en el contexto de unos márgenes aceptables, necesita de límites externos claros, función que ha venido siendo históricamente ejercida esencialmente por una estructura familiar sólida con nítidos puntos de anclaje y referencia.
Si tenemos una tarea verdaderamente urgente, ésta es la de desalojar a la juventud del silencio
En la actualidad, las dificultades inherentes a este viraje se han exacerbado exponencialmente. La progresiva disolución de la tradicional familia nuclear, acompañada de la crisis de valores que reina en nuestra civilización como consecuencias del irreversible desarrollo de una nueva fase del sistema de producción capitalista, se traducen en situaciones especialmente delicadas para el individuo. Precisamente, uno de los efectos más evidentes de este fenómeno es la desorientación generalizada a la que asistimos, en virtud de la cual hemos dejado de saber cómo actuar, porque ya no sabemos desde dónde actuar.
Pues bien, el colectivo social en el que esta vorágine está incidiendo con especial intensidad no puede ser otro que el llamado adolescente. Si un cierto caos interno, intrínsecamente propio de cada adolescente en una u otra medida por el mismo hecho de serlo, se combina además con este fenómeno de confusión social, las consecuencias pueden llegar a ser dramáticas. Es cierto que nunca los jóvenes han respondido a las expectativas de la generación anterior, lo que resulta lógico si consideramos que son precisamente ellos quienes portan la antorcha de lo nuevo entre generación y generación. Pero, a la vez, no deja de ser evidente que sectores no desdeñables de jóvenes parecen encontrarse más bien perdidos, como lo evidencia la masiva expansión en ellos de fenómenos como la violencia, el consumo de drogas, el fracaso escolar, los trastornos de alimentación y todo tipo de comportamientos antisociales y erráticos.
Las posiciones de los adultos frente a los adolescentes se balancean casi exclusivamente entre la total permisividad -que no es más que otra cara de la indiferencia- y el autoritarismo descarnado -que no revela otra cosa que la impotencia-, lo que pone al desnudo el colapso absoluto del diálogo intergeneracional. Por eso, si en estos momentos hay una tarea verdaderamente urgente es la de desalojar a la juventud del silencio. Es preciso entender que el déficit del que adolece el joven es, en primera instancia, de palabras y de escucha. No hay ninguna salida si no aprende a expresar, y los adultos a escuchar, las razones de su malestar. Y esto no será posible si el adulto no renuncia previamente a la posición del amo. Conviene recordar que el autoritarismo llama siempre, antes o después, a la rebelión y transgresión en cualquiera de sus manifestaciones.
Dar la palabra al joven, por otra parte, es la única vía para subvertir y neutralizar la poderosa corriente homogeneizadora implícita en el fenómeno de la globalización, que sustrae al joven su compleja individualidad -lo más valioso que tiene- y le deja solo a merced de pobres identificaciones grupales. Esa tendencia homogeneizadora está en la base del galopante empobrecimiento humano actual y condena a los jóvenes a ser dianas indefensas de todo tipo de políticas de manipulación del sistema.
En este sentido, es preciso destacar que los tratamientos estandarizados que se ofertan en la actualidad, más que solucionar el problema, lo agravan. No existe la Adolescencia con mayúsculas, sino las adolescencias en plural. Frente al "todos iguales" de la homogeneización, hay que levantar la bandera del "todos diferentes" de la subjetividad. Es necesario ubicarse frente a cada adolescente como ante lo que en realidad es, un ser único.
Sólo con esta condición podrá el joven, quizás, consentir a la palabra e iniciar el trabajo de recomposición del tejido -hay un roto allí donde no puede poner palabras a lo que le ocurre- de sus propias coordenadas existenciales, lo que resulta absolutamente necesario para que el sujeto pueda reconstituir su propia individualidad y asumir algo de su responsabilidad con respecto a quién es en el presente y quién quiere ser en el futuro.
Luis Fermín Orueta es psicólogo y psicoanalista.
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