India, ¿el frente oriental de Al Qaeda?
Entre las distintas autorías que se barajan en el múltiple atentado de Bombay, la que menos repercusión ha adquirido entre los medios de comunicación ha sido la de Al Qaeda. Los primeros datos proporcionados por la prensa y los analistas apuntaban hacia el grupo de origen paquistaní Lashkar-e-Taiba y a la organización autóctona islamista SIMI (Movimiento de Estudiantes Islámicos de la India). No obstante, el prolongado silencio de las autoridades indias, la reivindicación realizada por un individuo en nombre de una nueva rama de Al Qaeda en Cachemira, y el rechazo del atentado de los grupos señalados, otorgan peso a la hipótesis que presupone la implicación de la red de Bin Laden, ya sea a modo de inspiración, inducción o colaboración.
Más allá de las semejanzas simbólicas y tácticas con los atentados de Madrid, Londres y Nueva York, las consecuencias y beneficios derivados de la acción terrorista sugieren que Al Qaeda podría haber decidido abrir el frente oriental de su yihad global. Hasta el momento la ofensiva ha estado centrada en los intereses y ciudadanos de los países occidentales -herederos de la tradición judeo-cristiana y causantes de los conflictos que asolan al mundo musulmán contemporáneo-, y sus socios. Con la operación de Bombay, el ansiado choque de civilizaciones se extiende por el Oriente, hacia la que una vez fue dar-al-Islam, tierra del Islam. Ahora bien, ¿Por qué razones estaría Al Qaeda interesada en abrir un frente oriental en la India? La idea no es nueva, y en numerosas ocasiones Bin Laden se ha pronunciado a favor de sus hermanos cachemires y en contra de la opresión de los hindúes, ahora más que nunca copartícipes de la conspiración anti-islámica.
De entrada, al atentar contra la India, Al Qaeda golpea de rebote al que probablemente es su enemigo más inmediato y amenazador, el presidente Musharraf. En este sentido, las consecuencias no se han hecho esperar, y el oficialmente declarado "proceso de paz irreversible" entre India y Pakistán se tambalea con peligro de reversibilidad. De momento la India ha paralizado las negociaciones comenzadas hace dos años, y se reafirma en su posición de condicionar cualquier negociación al cese a priori de la violencia terrorista, lo que repercute directamente sobre la posición de Cachemira. La resolución del conflicto de Cachemira es esencial para la normalización de la vida política paquistaní, el asentamiento de unas bases democráticas sólidas, el repliegue del ejército a los cuarteles y, sobre todo, el desmantelamiento de una cultura yihadista que alimenta y justifica la existencia de unas milicias ideológicamente hermanadas con Al Qaeda. En caso de que éstos fuesen los objetivos de Musharraf, el atentado de Bombay le perjudica de lleno dada la complicada situación que atraviesa el país: en la región de Waziristan el ejército está librando una "dura" batalla con los talibanes y la población que los apoya. Baluchistán se encuentra en plena rebelión nacionalista, y existe una creciente presión doméstica e internacional de cara a las elecciones del próximo año.
Además, la elección de Bombay como escenario pretende vulnerar el protagonismo que últimamente disfruta la India en calidad de economía integrada en el mercado global, y vinculada a Occidente por su sistema de democracia capitalista. Al igual que Nueva York, Madrid y Londres, Bombay es la capital financiera del país. La metrópoli encarna los valores seculares de la India moderna que propulsan su imagen de potencia emergente hacia la esfera internacional. Este status recién adquirido recibió el año pasado el respaldo de Estados Unidos con la firma de un acuerdo en materia cooperación nuclear y la elección de la India como "socio estratégico" de la potencia norteamericana. Precisamente en su ejemplar actual, la revista de política internacional Foreing Affairs recoge este entusiasmo al dedicar el número a la India, bajo el título El auge de la India.
Finalmente, el objetivo indio busca abrir una brecha profunda entre los musulmanes indios y el resto de la población. La región es tierra de abono para el conflicto inter-religioso. Su historial de violencia comunal entre hindúes y musulmanes se remonta a varios siglos, y en 1947 culminó con la partición del subcontinente, incompleta en la región de Cachemira. No hay que olvidar que la India posee la mayor minoría musulmana del mundo, más de 130 millones de creyentes cuyos índices de desarrollo social y económico se encuentran siempre por debajo de la media nacional. Las fuerzas organizadas del nacionalismo hindú, que aspiran a imponer en la sociedad y el Estado un modelo de cultura brahmánica, aportan el elemento antagonista necesario para polarizar a la sociedad y movilizar a las facciones radicales del eje hindú-musulmán en un círculo vicioso de provocación-reacción.
La implicación directa de Al Qaeda no excluye de la participación a la organización Lashkar-e-Toiba, al SIMI, e incluso otras posibles milicias como Harkat-ul-Yihad o Jaish-e-Mohammad. Todos ellos comparten un sentimiento de agravio histórico contra la India. La nostalgia por la pérdida del poder que los sultanes y emperadores musulmanes ostentaron durante siglos es un sentimiento fuertemente arraigado en la psique colectiva de las elites musulmanas de Asia Meridional, hasta el punto de ser conocido por el sobrenombre de "síndrome de Al Andalus" por su reminiscencia con la pérdida de la España musulmana. Estas formaciones participan, en un plano local, regional y transnacional, del objetivo de recuperar el sur de Asia para el Islam e incorporarlo a su proyecto de califato universal regido por los principios de la sharía.
Las explosiones de Bombay representan un giro cualitativo en la estrategia de Al Qaeda, especialmente en un periodo crítico para Pakistán y óptimo para la India. El problema se plantea para ambas naciones, que tendrán que lidiar, en distintos términos y condiciones, con un cáncer que se cierne sobre sus sociedades.
Eva Borreguero es investigadora visitante, Universidad de Georgetown
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