Poesía y verdad
Mientras la ola de calor de estos últimos días de julio pone a prueba nuestra resistencia y la de la red eléctrica, el curso político se dispone a cerrar las puertas. Queda, no obstante, un último trámite por resolver: la comisión de investigación sobre el accidente del metro. Pero la comisión ha nacido tan condicionada, se han puesto tantos impedimentos a su labor que son pocos, a estas alturas, quienes confían en su utilidad práctica. Digo práctica porque la política se da por descontada: la oposición intentará complicarle la vida al Gobierno y este se apresurará a pasar página. Tal como pinta el asunto, no parece que vaya a dar para más. Mayor interés despiertan, acaso, las demostraciones de fuerza que realizan los partidarios de Zaplana y Camps, organizando banquetes cada semana para medir sus fuerzas. Se trata de una fórmula civilizada y muy entretenida de expresar las diferencias.
A estas alturas, la cultura es para el PP un medio con el que obtener rentas de imagen
En tanto que la política da sus últimas boqueadas en espera de las vacaciones, la Generalitat ha aprovechado el momento para quitarse de encima a Luigi Settembrini. El crítico italiano, contratado a precio de oro para colocar a Valencia en la cima del arte mundial (¡), ha sido despedido y la Bienal pasa oficialmente a mejor vida. Como el asunto se ha resuelto de forma discreta, suponemos que no habrá faltado el dinero a la hora de solucionar el problema. Punto final, pues, para una extravagante aventura que tiene el mérito de no haber logrado ni uno solo de los objetivos que se fijaron en su día. El disparate imaginado por la señora Ciscar, en uno de sus momentos de euforia, nos ha costado a los valencianos cientos de miles de euros, por los que nadie le pedirá jamás cuentas. Los caprichos de los aficionados a la política suelen costarnos caros a los contribuyentes.
El despido de Settembrini no parece anunciar, sin embargo, ningún cambio en la política cultural del Gobierno de Francisco Camps. Si alguien creyó esto, debe descartarlo de inmediato. Nada indica que las cosas vayan a cambiar, de modo que seguiremos soportando una política cultural basada en los grandes espectáculos. En lugar de gastarnos el dinero en bienales de arte, lo haremos en conciertos y representaciones de ópera. Cuestión de aficiones entre quienes mandan. A estas alturas, la cultura es para el Partido Popular sólo un medio con el que obtener rentas de imagen. Este ha sido prácticamente el objetivo permanente a lo largo de los años -y son muchos- que ejerce el poder. Como se ha encargado de recordar la prensa, sólo en la ceremonia de inauguración del Palau de les Arts se gastó más dinero que la inversión prevista anualmente en museos y bibliotecas. Cuando estas cifras se publican sin que nadie las desmienta, no hay mucho que discutir, ni cabe hacerse muchas ilusiones.
Mientras Settembrini hacía mutis y los señores diputados preparaban las maletas, la juez decana de Alicante denunciaba que la Consejería de Justicia le había engañado. Si, entre los sucesos de la semana, hubiera que escoger una imagen que compendiara el estado en que se encuentra la Comunidad Valenciana elegiría esta, sin ninguna duda. Ya es suficiente que unos jueces deban manifestarse para que les provean de faxes y estanterías con que realizar su trabajo y acepten que este material provenga de segunda mano. Que, después de todo ello, el secretario de Justicia sea incapaz de cumplir las promesas que él mismo formuló, revela un grado de ineficacia o desinterés realmente notable. Cuando se llega a este punto, y no se corrigen las cosas por parte de quienes deben hacerlo, debemos empezar a preocuparnos. Lo más probable es que hayamos perdido el rumbo.
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