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Reportaje:LECTURA

El círculo de fuego de Gaddafi

El hijo del líder libio dice que es partidario de la reforma, ¿pero lo permitirán los halcones?

En Libia cuentan esta historia: hay una carrera en la que compiten tres rivales que deben recorrer 500 metros con una bolsa a cuestas llena de ratas. El primero empieza a buen ritmo, pero, al cabo de 100 metros, las ratas han conseguido hacer un agujero a mordiscos y van cayendo al suelo. El segundo concursante consigue hacer 150 metros, y ocurre lo mismo. El tercero da tales sacudidas a la bolsa mientras corre que las ratas se mueven sin parar y no pueden morder nada, así que gana el premio. Ese tercer competidor es el líder libio, el coronel Muammar el Gaddafi, el revolucionario permanente.

Libia tiene aproximadamente el tamaño de Alemania, Francia, Italia y España juntas, mientras que su población, justo por debajo de los seis millones, es la de Dinamarca. Los ingresos del petróleo hacen que sea uno de los países con más riqueza per cápita de África, pero la malnutrición y la anemia son dos de sus problemas de salud más frecuentes. Es un país islámico en el que el alcohol es ilegal y la mayoría de las mujeres casadas llevan hiyab; es un país laico en el que las mujeres están legalmente autorizadas a llevar biquini y la falange de guardaespaldas que protege a Gaddafi está formada por mujeres armadas. Se respeta la versión del socialismo promulgada a mediados de los setenta por el manifiesto político de Gaddafi, El libro verde, pero el país se encuentra en plena reforma capitalista. El presidente de la Liga de Editores de Libia dice que los libros más solicitados en su tienda son el Corán y Mi vida, de Bill Clinton. Por supuesto, la línea oficial es que el país lo gobiernan sus ciudadanos a través de los Congresos Populares Básicos; en la práctica, quien gobierna es Gaddafi. Los funcionarios libios deben de sacarle gran delantera a la Reina Roja de Alicia en su práctica de creer seis cosas imposibles antes del desayuno.

El nombre del segundo hijo, y posible sucesor, es Seif el Islam el Gaddafi; tiene siete hermanos, no se le menciona con frecuencia. Los íntimos le llaman "el director"
Uno de los asesores me decía que Seif preferiría ser el primer jefe de Estado electo en Libia que el segundo líder no electo de la revolución, aunque haría cualquiera de las dos cosas
El miedo al islam radical ayuda a explicar por qué las autoridades actuaron con tanta energía cuando, en febrero, estallaron protestas en Benghazi por las caricaturas de Mahoma
La retórica de Seif puede seducir a sus admiradores occidentales, pero para los partidarios de la línea dura sigue siendo anatema. Él se niega a reconocer que existe una fuerte oposición a la reforma

Luchas internas

Desde el punto de vista de los estadounidenses, existe una contradicción todavía más llamativa. Un régimen dirigido por un hombre al que el presidente Reagan llamó "el perro loco de Oriente Próximo" -un régimen que, a lo largo de los años ochenta, patrocinó a grupos como el IRA, la organización Abu Nidal y ETA, y al que se culpó de la explosión que derribó en 1988 el vuelo Pan Am Flight 103 sobre Lockerbie (Escocia)- es hoy un aliado reconocido de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. Los círculos dirigentes de Libia están plagados de luchas internas entre quienes opinan que esta alianza es positiva y confian en estrechar lazos con Occidente, y los que miran a Occidente con suspicacia y agresividad.

Gaddafi llegó al poder en 1969, a los 27 años, cuando, siendo un oficial subalterno, ayudó a preparar un golpe incruento contra el prooccidental rey Idris, al que habían instalado los aliados tras la II Guerra Mundial. Ahora, Gaddafi asegura que no ejerce ningún cargo formal y que no es más que una figura paterna que dispensa sabiduría cuando se la piden. Sin embargo, los libios tienen miedo de decir su nombre, salvo en contextos oficiales, donde es recibido con los vítores previsibles. El eufemismo habitual es "el Líder". De manera informal, la gente llama a Gaddafi "el Grande" o "el Único", o se limita a señalarle con el dedo. Decir "Gaddafi" en voz alta es buscarse problemas. Como poner en tela de juicio sus propuestas políticas, por absurdas que puedan ser. Una vez insistió en que las familias no usaran mas que una pastilla de jabón a la semana. En otra ocasión propuso que se eliminara la moneda y se volviera al trueque. "Cree en la cultura del desierto, a pesar de que el desierto no tiene cultura", me decía un cosmopolita residente de la capital, Trípoli. "Está tratando de que la vida vuelva a la infancia".

El nombre del segundo hijo y posible sucesor de Gaddafi, Seif el Islam el Gaddafi, tampoco se menciona con frecuencia. Los más íntimos llaman a Seif, que tiene otros siete hermanos, "el Director", pero también le denominan "el Hijo", "el Joven Valiente", "Nuestro Joven Amigo" y "el Ingeniero". La relación entre padre e hijo es un tema de especulaciones constantes. El Director no tiene ningún título, y, como corresponde a las instrucciones dadas por su padre, asegura que el cargo de líder no es hereditario. Aun así, la posición que ocupa tiene una cómoda proximidad al poder. El Líder, con toda su oposición a la monarquía, se parece mucho a un rey, y el Director es su príncipe heredero.

El rostro de la reforma

El papel de Seif es ser el rostro de la reforma -"limpiar la imagen de su padre", como me sugiere un destacado escritor libio-. Dicen que sus trabajos académicos en la London School of Economics, donde está realizando un doctorado en filosofía política, muestran una sólida comprensión de Hobbes y Locke. Fue el creador de la Fundación Internacional Gaddafi de Asociaciones Benéficas, que lucha contra la tortura en su país y en el extranjero y trabaja en la defensa de los derechos humanos. Parece guiarse por unos principios elevados, aunque un genuino cambio democrático podría dejarle fuera de juego. Uno de los asesores de Seif me decía que el Director preferiría ser el primer jefe de Estado electo en Libia que el segundo líder no electo de la revolución, pero que haría cualquiera de las dos cosas.

"Gaddafi dice que él no es el Líder, y Seif dice que él es la oposición, y los dos mienten", asegura Saad Yebbar, un abogado argelino que lleva muchos años trabajando en asuntos relacionados con Libia. Otros opinan que se trata de prioridades personales. "El Líder es un beduino del desierto y no quiere más que poder y control; no le importa gobernar un país en ruinas", dice el poeta expatriado Jaled Mattawa. "Sus hijos, en cambio, son de ciudad, han viajado, han estudiado en el extranjero, se han cultivado. Se dedican a la cetrería en los países del Golfo con los príncipes de las familias reales. Quieren conducir BMW y gobernar un país al que acepte la comunidad de naciones". (...)

Nos entrevistamos en el Sofitel, que había reservado la planta superior para Seif y su séquito. Había varios subalternos y asesores reunidos en una suite grande y anodina. Cuando entró él, todos se sentaron más rectos. Aunque Seif trata de ser informal y cercano, su presencia, incluso su nombre, hace que la gente se muestre más formal. Llevaba un traje bien cortado y se movía con elegancia. A sus 33 años es un hombre de aspecto atractivo y moderno, lleva la cabeza afeitada y habla con inteligencia, aunque con esa vaguedad sobre sí mismo y lo que le rodea que caracteriza a los hijos de la realeza y las estrellas infantiles, los que nunca se han visto reflejados tal como son en los ojos de otros. Tiene bastante del carisma paterno, pero todavía no ha alcanzado la genialidad, la incoherencia o la peculiar mezcla de las dos cosas que tiene su padre.

Cuando le pregunté por qué Libia no avanza con más rapidez hacia la reforma democrática, Seif contestó: "En los últimos 50 años hemos pasado de ser una sociedad tribal a ser una colonia, de ahí a ser un reino y de ahí a ser una república revolucionaria. Seamos pacientes". (Tras siglos de dominación otomana, Libia estuvo ocupada por Italia entre 1912 y 1943). Ahora bien, a Seif le gustan los pronunciamientos extravagantes, como a su padre, así que poco después propuso que Libia renunciara por completo a su ejército.

"Toda la fe y toda la estrategia han cambiado", explicó, mientras miraba a sus cortesanos, que asentían. "¿Para qué vamos a tener un ejército? Si Egipto invade Libia, los americanos lo impedirán". Durante la era de Reagan, dijo, Libia "esperaba que EE UU nos atacara en cualquier momento, toda nuestra estrategia defensiva consistía en cómo hacer frente a los estadounidenses. Recurríamos al terrorismo y la violencia porque ésas son las armas de los débiles contra los fuertes. No tengo misiles con los que atacar tus ciudades, así que envío a alguien a atentar contra tus intereses. Ahora que estamos en paz con EE UU no hace falta el terrorismo, no hacen falta las bombas nucleares". Seif rechazaba cualquier comparación entre el terrorismo patrocinado por Libia en el pasado y el que ahora está asociado con Al Qaeda. "Nosotros empleábamos el terrorismo como táctica, para negociar", dijo. "El señor Bin Laden lo emplea como estrategia. Nosotros queríamos tener más capacidad de maniobra. Él quiere matar a gente. El fundamentalismo siempre ha estado presente en Libia, aunque ahora no es tan fuerte como antes, en los años noventa". Seif no mencionó que, en los años noventa, las fuerzas de seguridad de su padre encarcelaban sistemáticamente a los fundamentalistas.

Los extremistas religiosos habían "creado muchos problemas para Libia", dijo Seif. "Intentaron desestabilizar la sociedad. Pero ya no. Ahora son débiles. Sin embargo, la amenaza está ahí, el potencial está ahí". Seif indicó que el año pasado había habido tres libios involucrados en atentados suicidas cometidos en Irak. "Los recluta Zarqaui", explicó, "que quiere crear células y atentar contra los intereses estadounidenses en Libia: las compañías petroleras, los colegios americanos, ese tipo de cosas. Para nosotros es un desastre, porque queremos la presencia de Estados Unidos. Los extremistas no son muy numerosos, varias docenas; pero eso es suficiente, en un país como Libia, para dar quebraderos de cabeza". En cuanto a los intereses de seguridad estadounidenses, "ya estamos de su parte, ayudando a Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo. Lo estamos haciendo, y va a seguir siendo así".

Anatema para los duros

La retórica de Seif puede seducir tal vez a sus admiradores occidentales, pero para los partidarios de la línea dura en el Gobierno libio sigue siendo anatema. Él se niega a reconocer que en Libia existe una oposición considerable a la reforma: "Tal vez hay tres o cuatro ciudadanos que piensan así. No más".

Ésa fue la más absurda de sus declaraciones. Un ayudante de un congresista estadounidense que ha tenido estrecha relación con Seif le describe acertadamente como "cultivado en un 80%". Por supuesto, las perspectivas de Seif no dependen de su perfil en el extranjero, sino de su capacidad de obtener apoyos en su país. A pesar de su presencia política en Libia, no le será fácil hacerse cargo del legado de su padre; tiene demasiados rivales en la próxima generación. Pero Seif es astuto. "El Director sabe que uno de los secretos para ser líder es saber hacia dónde va el desfile", me dice uno de sus asesores, "y apresurarse a ponerse delante antes de que llegue".

El miedo al islam radical ayuda a explicar por qué las autoridades actuaron con tanta energía cuando, en febrero, estallaron protestas en Benghazi por las caricaturas danesas del profeta Mahoma y la decisión de un ministro italiano de llevar una camiseta con los dibujos. La policía mató a 11 personas, y la violencia se extendió, al menos, a otras dos ciudades en la parte oriental del país, en la que la posición de Gaddafi ha sido siempre relativamente débil. Seif se hizo eco de la opinión internacional al decir que "la protesta fue un error, y la intervención policial contra los manifestantes fue un error mayor". (...)

La consecuencia más inmediata de los disturbios fue el cese del primer ministro, Shukri Ghanem (le dieron un cargo en la Compañía Nacional de Petróleos). Cuando estuve en Trípoli ya había rumores de que Ghanem iba a perder su puesto en una remodelación del Gabinete; la apertura que tan refrescante me había parecido cuando nos entrevistamos no le había gustado al Líder. "Cometió tres errores fundamentales", me explicó un asesor de Gaddafi. "Primero, asoció su nombre a la reforma y se quejó públicamente sobre la labor del Líder. En Libia, cuando uno quiere hacer algo debe volverse invisible, sublimar su ego. Segundo, creyó que el hecho de tener apoyos sólidos en Occidente iba a garantizar su permanencia en el poder, y no comprendió que, aquí, Occidente pinta muy poco. Tercero, no logró ganarse al pueblo libio; nunca pareció que le interesaran sus penalidades... En la calle hay alivio por su marcha, aunque tampoco sienten gran afecto por su sustituto".

El sucesor de Ghanem era un hombre taciturno y de la línea dura, Baghdadi al Mahmudi. "Será más fácil para el Líder hacer ajustes económicos ahora que la reforma va a venir clara y directamente de él, y no es una especie de reconocimiento de que el Líder se había equivocado; una serie de concesiones a algún tipo de oposición".

El cambio de primer ministro fue, por supuesto, una reafirmación del poder de Gaddafi: una forma de sacudir las ratas. Varios ministerios -incluido el de Petróleo y Energía- se vieron afectados, y hubo personas destituidas de cargos que ocupaban desde hacía decenios. La decisión tomada a finales de marzo por el Departamento de Estado norteamericano de mantener a Libia en su lista de terrorismo refleja el problema existente y, al mismo tiempo, contribuye a él, y ha indignado a los libios, tanto los que están en el poder como los que no.

Dado que se suponía que la baza más importante de Ghanem era su buena relación con las potencias occidentales, el hecho de que EE UU no excluyera a Libia de su lista ayudó a garantizar su sustitución por un partidario de la línea dura. Algunas personas me han dicho que Baghdadi al Mahmudi es un hombre económicamente corrupto, pero astuto, calculador y muy trabajador. Es "un tecnócrata de los Comités Revolucionarios que hace grandes esfuerzos para glorificar las estrategias políticas del Líder", según un intelectual estadounidense de origen libio. "¿Va a sufrir retrasos la reforma? Lo cierto es que Shukri Ghanem hablaba mucho de reforma, pero hizo tan poco que no es posible retroceder gran cosa. Mahmudi es consciente de que la reforma económica tiene que seguir adelante, y él va a encargarse de ello en nombre del Líder. No tiene absolutamente ningún interés por la reforma política ni social, y la relación con Occidente la dejará en manos del Líder". Algunos sugieren que, con el nombramiento de uno de los duros, las luchas internas se calmarán un poco.

El poder del número dos

"El poder de Ahmed Ibrahim también se desvanecerá", me decía, esperanzado, uno de los consejeros de Seif, en referencia al vicepresidente del Congreso Popular General. Ahora, Seif responderá de sí mismo: "Ya es lo bastante mayor para poder hacerlo".

"Al mundo que rodea al Líder lo llamamos el Círculo de Fuego", decía un intelectual libio. "Si uno se acerca, se calienta, pero si se acerca demasiado, arde en llamas. En el Círculo de Fuego hay tanto reformistas como partidarios de la línea dura; a Gaddafi le gusta crear el caos". Hablaba con ironía, casi con desdén, pero también él deseaba calentarse junto al fuego. La clase formada por los libios educados -entre los que hay poetas, arqueólogos, profesores, ministros, médicos, empresarios y funcionarios- es muy pequeña. El tribalismo se entrecruza con las alianzas de clase y las identidades políticas de una forma que hace que en Libia existan relaciones sociales entre personas que en una sociedad más amplia seguramente estarían separadas y enfrentadas. La enemistad política coincide muchas veces con una relación social amistosa. En Trípoli cené en casa de un viejo escritor que hablaba apasionadamente sobre las injusticias del régimen de Gaddafi, tanto en su periodo absolutista como en su nuevo capitalismo. "Tiene que irse", dijo. "Este coronel ha devorado los mejores años de mi vida, ha envenenado mi alma y mi existencia, ha asesinado a mis seres queridos. Le odio más de lo que quiero a mi esposa. Él, su Gobierno y todos los que tienen algo que ver con él tienen que marcharse. Basta ya. Hemos perdido nuestras almas. No se deje engañar porque habla de reforma. ¿Qué reforma va a haber mientras ese hombre siga sentado en Trípoli? Todas las veces que se lo diga son pocas. Tiene que irse. Tiene que irse. Tiene que irse". Unos minutos más tarde, cuando mencioné a un alto funcionario del régimen al que pretendía entrevistar, dijo: "Estuvo cenando aquí esta semana". Y añadió, encogiéndose de hombros: "No estoy de acuerdo con él, pero me cae bien".

La intimidad entre las autoridades y muchos de los que protestan en su contra no dejaba de sorprenderme. En algunos casos era simple pragmatismo, pero no siempre; había algo más personal. La red de lealtades y relaciones de cada uno no era nunca previsible. Tomé una copa (una cerveza sin alcohol) en el planetario de Trípoli con un profesor que previamente me había contado que el primer ministro y Seif se emborrachaban juntos y que estaban expoliando el país, y ésos eran los buenos. Habíamos hecho bromas sobre los fallos del Gobierno y me había dicho, en tono sombrío, que nadie que no fuera libio tenía por qué soportar un caos así. Me preguntó si no me volvía loco al tener que lidiar con instancias oficiales.

Ahora, en cambio, estaba sonriente. "Me han dado un cargo en el ministerio", explicó. Levantó la mano sobre la cabeza en señal de orgullo y triunfo.

Le dije que me sorprendía que tuviera tantos deseos de integrarse en un régimen que detestaba.

"Bueno", respondió, "es lo único que hay".

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

El líder libio, Muammar el Gaddafi, dirige la oración en Trípoli junto a unos dirigentes tribales de Darfur en 2005.
El líder libio, Muammar el Gaddafi, dirige la oración en Trípoli junto a unos dirigentes tribales de Darfur en 2005.EFE
Seif el Islam el Gaddafi en 2002, ante uno de sus cuadros, titulado <i>El desafío</i>, en el que opone su padre a unos monjes.
Seif el Islam el Gaddafi en 2002, ante uno de sus cuadros, titulado El desafío, en el que opone su padre a unos monjes.AP

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