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Reportaje:NUESTRA ÉPOCA

El nuevo desorden multipolar mundial

Se terminó el momento unipolar en el que la supremacía de EE UU parecía invencible

Timothy Garton Ash

Bienvenidos al nuevo desorden multipolar mundial. El Estado de Israel está en guerra con Hezbolá, que es un movimiento político dentro de Líbano y, al mismo tiempo, una organización terrorista al otro lado de sus fronteras. El Estado libanés no controla su propio territorio. Irán tiene enorme influencia sobre Hezbolá, aunque no lo maneja. Rusia, que acaba de salir triunfante de la cumbre del G-8 en San Petersburgo, es seguramente, de todo ese grupo, el país que tiene relaciones más estrechas con Siria (Estado al que abastece de armas) e Irán. China también tiene algo que decir, así como las grandes potencias europeas, que, una vez más, no están actuando como una verdadera Unión Europea. Estados Unidos posee el ejército más poderoso que ha visto jamás el mundo y ¿cómo lo está utilizando? Para evacuar a sus ciudadanos de Líbano. Si la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, consigue que se llegue a un acuerdo para poner fin a las hostilidades, será sólo mediante una compleja labor de diplomacia multilateral.

Si Condoleezza Rice consigue que se llegue a un acuerdo para poner fin a las hostilidades, será sólo mediante una difícil labor de diplomacia multilateral
El peligro de guerra nuclear es el mayor desde la crisis de los misiles de 1962, aunque la escala de la posible conflagración es mucho menor
La aparición de nuevas potencias siempre aumenta el riesgo de violencia. Igual ocurre cuando la autoridad dentro de los Estados está discutida

Bienvenidos, pues, al nuevo desorden multipolar, y adiós al momento unipolar en el que la supremacía estadounidense parecía invencible. ¡La hiperpotencia! ¡La mega Roma! ¿Se acuerdan? Resulta que llamarlo momento era lo apropiado: un breve episodio entre el final del viejo orden bipolar mundial de la guerra fría y el comienzo del nuevo mundo multipolar del siglo XXI. Esta nueva multipolaridad es producto, al menos, de tres tendencias. La primera, con la que más familiarizados estamos, es la del ascenso o resurgimiento de una serie de Estados -China, India, Brasil, la Rusia que renace- cuyos recursos energéticos compiten con los de las potencias tradicionales de Occidente. La segunda es la del poder creciente de los actores no estatales. Éstos pueden ser muy distintos. Van desde los movimientos como Hamás, Hezbolá y Al Qaeda hasta las organizaciones no gubernamentales como Greenpeace, desde las grandes compañías energéticas y farmacéuticas hasta las regiones y los grupos religiosos.

Una tercera tendencia es la relacionada con las transformaciones en la moneda de cambio del poder. Los avances en las tecnologías que pueden emplearse para la violencia ofrecen a grupos muy pequeños de personas la capacidad de desafiar a Estados poderosos: pilotar un avión para estrellarlo contra el World Trade Center en Nueva York, lanzar un misil contra Haifa, colocar una bomba en el metro de Londres o rociar de gas sarín el metro de Tokio. Los avances en la tecnología de la información y los medios globalizados hacen que el ejército más poderoso de la historia pueda perder una guerra, no en un campo de batalla lleno de sangre y polvo, sino en el terreno de la opinión mundial. Si observamos el vertiginoso descenso que ha sufrido la popularidad de Estados Unidos desde 2002, comprobado por los sondeos de Pew Global Attitudes incluso en países tradicionalmente favorables a los estadounidenses, podríamos decir que eso es exactamente lo que ha ocurrido.

Menos poder occidental

Lo que producen todas estas tendencias tan distintas combinadas es la disminución del poder relativo de los Estados occidentales y, sobre todo, de EE UU. Sin que el mundo se diera demasiada cuenta, y a pesar de la constante retórica guerrera sobre la que hablábamos hace dos semanas, el Gobierno de Bush se ha adaptado a esta realidad en su segundo mandato. Desde 2005, de acuerdo con una estrategia elaborada por Condoleezza Rice, ha empezado a utilizar la diplomacia multilateral para abordar tanto la cuestión de los otros dos miembros del eje del mal -Irán y Corea del Norte- como la mayoría de los demás problemas, aunque siempre insistiendo en que mantiene la opción de emplear la fuerza.

Esta estrategia se ha visto obstaculizada por la enorme concentración de tiempo y recursos en Irak y por la resistencia a entablar negociaciones directas y bilaterales con regímenes despreciables como el de Irán, pero no cabe duda de que la política exterior de EE UU en 2006 es muy diferente a la de 2003, cuando comenzó la guerra de Irak. ¿Corea del Norte prueba misiles capaces de transportar las cabezas nucleares que ya está fabricando? Washington dice: ¡Volved a las negociaciones a seis bandas! ¿Irán reanuda el enriquecimiento de uranio? Washington dice: ¡Os vamos a llevar a la ONU! ¿Hezbolá lanza misiles contra Israel? Washington dice: ¡Ha llegado la hora de la diplomacia!

Cuando Jacques Chirac habló favorablemente de la multipolaridad en 2003, hizo dos afirmaciones: 1. El mundo es multipolar, y 2. Eso es positivo. Ya se ha visto que la frase número 1 es cierta; la número 2 está aún por confirmar. Para empezar, es totalmente distinto que nos encontremos ante un orden multipolar o un desorden multipolar. El orden tiene más valor en las relaciones internacionales. Contribuye a que muera menos gente. Por el momento, lo que tenemos es desorden multipolar, y no está claro qué forma podría adoptar un nuevo orden multipolar. Históricamente, la aparición de nuevas potencias que compiten para hacerse un sitio siempre aumenta las oportunidades de violencia. Lo mismo ocurre cuando la autoridad dentro de los Estados está discutida.

Los internacionalistas liberales soñamos con un mundo de Estados democráticos, pacíficos y respetuosos de los derechos humanos, que actúen a través de alianzas y organizaciones multilaterales y en un contexto de leyes internacionales. Un mundo compuesto de 192 Canadás, por ejemplo. Algunas de las potencias en ascenso encajan en esa idea: la propia Canadá y Australia -países cuyos recursos naturales van a otorgarles cada vez más importancia-, pero también, en gran medida, India y Brasil. China y Rusia no, desde luego, ni tampoco muchos de los actores no estatales que manejan actualmente la política mundial. Henry Kissinger ha sugerido que la geopolítica de Asia en el siglo XXI tal vez se parecerá a la de Europa en el siglo XIX, con unas grandes potencias que competirán entre sí y utilizarán la guerra como prolongación de la política por otros medios. Pero podría ser peor. Podríamos encontrarnos con ese tipo de rivalidad entre grandes potencias, pero a escala mundial, y, además, los terroristas. Y las grandes empresas. Y las comunidades religiosas transnacionales. Y las ONG internacionales. No pretendo decir que todos estos tipos de actores, tan distintos, sean equiparables moralmente. Sólo que lo que todos tienen en común es que no encajan con claridad en un orden mundial de Estados.

Sólo el preludio

Lo que estamos presenciando en la frontera entre Israel y Líbano podría ser sólo el preludio. Es posible que, mucho después de que Blair se haya ido, cuando la presencia estadounidense y británica que quede en Irak sea meramente simbólica, tengamos que acordarnos de las advertencias que hizo el primer ministro -desgraciadamente asociadas a la guerra de Irak- sobre el riesgo que suponía la combinación de armas de destrucción masiva, terrorismo y Estados fallidos. La proliferación nuclear -la proliferación de armas de destrucción masiva en general- es uno de los grandes peligros de nuestro tiempo. Es tan grave como el calentamiento global, e igualmente difícil de abordar. Me parece razonable decir que el peligro de guerra nuclear es ahora mayor que en ningún otro momento desde la crisis de los misiles cubanos de 1962, aunque la escala de la posible conflagración es mucho menor. ¿Quién se atrevería a apostar que no vamos a ver ningún uso belicoso de un arma nuclear en los próximos 10 años? Yo no. ¿Y ustedes?

En resumen, conviene tener cuidado con lo que deseamos. En principio, la multipolaridad es un paso adelante sobre la unipolaridad, por el mismo motivo por el que es prudente tener una división de poderes ordenada en una democracia. Pero sólo es un paso adelante si consiste en un tipo de orden liberal, un sustantivo y un adjetivo que, en este caso, tienen la misma importancia. Sin embargo, si los acontecimientos de estas semanas son un indicio de lo que se nos avecina, el nuevo desorden multipolar mundial puede ser verdaderamente horrible. Y a lo mejor acabamos incluso sintiendo nostalgia de aquellos malos tiempos de la supremacía de Estados Unidos.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Un grupo de periodistas examina el pasado día 20 los escombros de unos edificios destruidos en Beirut tras un bombardeo de la aviación israelí.
Un grupo de periodistas examina el pasado día 20 los escombros de unos edificios destruidos en Beirut tras un bombardeo de la aviación israelí.AP

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