Trieste, la ciudad de las musas
Al castillo de Duino en el autobús 44 tras las huellas de Rilke
La bahía de Trieste se dibuja a medida que el autobús asciende por la montaña, hasta que al otro lado de una curva ya no aparece el mar: sólo un paisaje centroeuropeo y ese hombre viejo frente a nosotros descifrando crucigramas sin la ayuda de un lápiz. No vemos el mar, como si alguien a propósito nos hubiese alejado de él para de repente mostrárnoslo con violencia, desde arriba, salvaje, solo, ofreciéndose pero inalcanzable, desde este balcón único del castillo de Duino (el mar abajo pareciendo rugirnos "¿Quién, si yo gritara, me oiría desde la jerarquía de los ángeles?"), a 45 minutos en autobús de Trieste: esa ciudad que extrañamente es esquina y centro, patio trasero y puerta principal, en el último ángulo de la costa adriática, junto a la frontera con Eslovenia.
Ella y el Adriático
No es grande Trieste. Es una asequible y tranquila ciudad abierta al mar (no es tan fácil que una ciudad costera esté abierta al mar), una ciudad conformada para recibir a los visitantes desde el mar, con su elegante fachada al sur y su Piazza dell'Unità sin ningún palacio que se interponga entre ella y el Adriático, y el antiguo embarcadero que hoy es un paseo que nos permite ver la ciudad desde el agua, jugar a que somos marineros que nos adentramos por su pequeño casco antiguo, por su elegante ensanche que delata el pasado austrohúngaro, todo a mano, una ciudad para pasear, para subir al castillo por un camino de callejas hermosas que nos sorprenden con un arco romano, una pequeña terraza, una iglesia antigua, una vista sobre el teatro romano, o, sin esperarlo, al final de una cuesta adoquinada más ancha y más recta que las otras, más larga, flanqueada por árboles, la parte alta de la baja catedral que nos recuerda a una de nuestras joyas románicas, la catedral de San Giusto emergiendo, su torre de planta cuadrada, su enorme rosetón, su sobriedad, y en una esquina ya dentro contemplaremos los bajos techos y los mosaicos y la bella arcada, mientras fuera nos esperan los restos de un templo romano sobre la ciudad colgada, refugiada en la bahía, y la corta subida al castillo, también de San Giusto.
Y después nos merecemos un café. No es difícil encontrar un café histórico (así los denominan, con acierto, los triestinos). Cafés por donde han pasado Italo Svevo, Stendhal (fue cónsul en Trieste), Claudio Magris (triestino universal) o James Joyce, que vivió 12 años en Trieste y fue profesor de inglés y amigo de Svevo, y cruzó interminables tardes las calles de Trieste, y en un puente nos topamos con una escultura de bronce que lo representa paseando, como si fuera el entrañable Leopold Bloom y nos encontrásemos en un 16 de junio del que es imposible escapar (parte del Ulises lo escribió en Trieste, donde un marinero de la novela vio un hombre acuchillado). Antes de tomarnos un aperitivo en una de las múltiples terrazas, retomamos la idea del café y recurrimos a uno clásico que está cerca de la Piazza Oberdan: el café San Marcos, en el que ya hemos estado a través de las lecturas de Claudio Magris (en su libro Microcosmos le dedica un capítulo), muy cerca del jardín público, que también lo hemos paseado cuando sólo era un jardín de papel (Magris ha definido Trieste como una ciudad de papel: cubierta de literatura). Y frente a la mesa que ocupamos en el café San Marcos, una señora sostiene un perro faldero que ladra cada vez que un nuevo cliente osa entrar y cruzar la puerta que separa este café antiguo y acogedor de la calle que nos lleva al jardín público y a la calle de Marconi, donde un personaje de Magris buscó la iglesia para refugiarse de la lluvia, y, mientras recordamos y el perro ladra una vez más y damos sorbos lentos al café, en una mesa arrinconada descubrimos a Magris, se va terminando nuestro latte machiatto y Claudio Magris ahí mismo recogiendo su gabardina y su gorra y pasando a un metro escaso de nosotros, que no le decimos nada, aunque nunca estaremos tan cerca de él, y salimos sin darle ninguna patada al perrito que nos gruñe, y al otro lado de la puerta continúa la calle y la gran sinagoga y la parada donde tomamos el autobús 44 al castillo de Duino.
Carta a Thurn und Taxis
El autobús nos deja en la puerta y aún desconocemos la proximidad del mar al otro lado de las rocas sobre las que está construido el castillo rodeado de jardines, asomado al mar sobre el acantilado que aconsejamos recorrer por un sendero llamado de Rilke, como recorreremos el jardín del castillo en el que una mañana de 1912 Rilke sintió unas palabras que se le clavaron y que configuraron el comienzo del impresionante cuerpo de las Elegías de Duino, siendo esas palabras el primer verso de la Elegía I: "¿Quién, si yo gritara, me oiría desde la jerarquía de los ángeles?", unas palabras que le vinieron como dictadas, unas elegías, 10, no concluidas hasta 1922, cuando le escribe a la princesa Marie von Thurn und Taxis que al fin ha concluido las elegías: "Fue como una tempestad incontenible, un huracán en el espíritu (como entonces en el castillo de Duino)". La princesa le había invitado a pasar largas temporadas en su castillo, un castillo como un palacio, un palacio como un monasterio, un monasterio como una fortaleza, y todo como una excusa para asomarnos al mar, a las ruinas de la antigua torre derramándose por otra roca que se hunde, para pasear por las amplias estancias de Rilke y sus elegías ("lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible").
GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar- Myair (myair.com) tiene vuelos directos a Venecia desde Madrid a partir de 143,49 euros. Desde Barcelona, a partir de 97,25 euros.Desde Venecia se puede tomar un tren (www.trenitalia.it), que tarda unas dos horas y cuesta alrededor de 12 euros.- Castillo de Duino (00 39 040 208 120; www.castellodiduino.it). Visitas de 9.30 a 17.30 horas. Martes, cerrado. Entrada, 7 euros.Menores de 16 años, 3 euros. Para llegar al castillo, tomar el autobús 44 en la plaza de Oberdan, que sale cada media hora aproximadamente. No funciona domingos ni festivos.COMER- Trattoria la Piazzeta. Piazza Cavana (casco antiguo). Especialidades locales, como las sardinas fritas o las espinacas con limón. Unos 20 euros.- Restaurante Le Maldrobie. Via Malcanton, 4. Comida casera en un ambiente acogedor. Unos 25 euros.- Caffè Tommaseo. (00 39 040 362 666; www.caffetommaseo.com). Piazza Tommaseo, 4. En la cafetería más antigua de Trieste se puede desayunar, comer, merendar o tomar un cóctel.Abre todos los días.- Caffè San Marco (00 39 040 363 538). Via Battisti, 18. El preferido de Claudio Magris. Cierra los lunes.DORMIR- Hotel Colombia (00 39 040 369 191). Via della Geppa, 18. A 10 minutos a pie del centro. 124 euros la habitación doble con desayuno.
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