EE UU deja actuar a Israel mientras elabora sus planes para abordar el conflicto
Washington sabe que no puede ser espectador de una guerra que no es ajena a su política exterior
El Gobierno de Estados Unidos, atascado en Irak y consumida allí su atención y buena parte de sus recursos, se ha visto sorprendido por la profundidad de la crisis de Oriente Próximo. Antes de intervenir con una iniciativa diplomática clara, si es que la tiene, la Casa Blanca gana tiempo subrayando la responsabilidad de Irán y Siria y dejando que Israel descargue su fuerza sobre Hezbolá. Pero la pasividad tiene un plazo limitado, porque es insostenible que la superpotencia sea espectadora en un conflicto que no es ajeno en absoluto a su política exterior.
"Literalmente, no sabemos cómo va a ser la situación dentro de 10 días", admitió ayer Tony Snow, portavoz de la Casa Blanca, que no quiso o no pudo explicar qué está haciendo EE UU, aparte de recomendar contención y señalar con el dedo a Damasco y Teherán. "Hay muchas opciones, pero hay que esperar y ver cuáles son las mejores". Snow prefirió hablar de "hostilidades" en lugar de guerra, aunque definió la reacción de Israel como "parte de la guerra contra el terrorismo" y afirmó que "Hezbolá está financiado por Irán y protegido por Siria". Otra portavoz de la Casa Blanca dijo que hay una sola voz en la comunidad internacional, y que EE UU quiere "que acabe la violencia y que no se vuelva a la situación anterior".
El debate tiene varias dimensiones: en la inmediata, hay consenso sobre la afirmación de Snow; como escribe en The New York Times Edward Luttwak, "el conflicto de Israel con Hezbolá y Hamás forma parte de un conflicto más amplio financiado y dirigido por Irán y Siria". Según Luttwak, "Irán sin duda aprobó la intervención de Hezbolá contra Israel para distraer la atención de sus ambiciones nucleares; Siria acoge a Khaled Meshal, líder de Hamás, y apoya sus acciones". En sintonía, el Congreso aprobó ayer una resolución de respaldo a Israel en la que demócratas y republicanos condenan "a Irán y Siria por su apoyo a Hezbolá y Hamás". Ya Hillary Clinton marcó el paso en Nueva York: "Estaremos con Israel porque cuando se defiende, defiende nuestros valores".
Pero la Casa Blanca está bajo el intenso fuego de las críticas por su descuido del conflicto palestino-israelí y por las consecuencias de una política exterior que sacrificó la estabilidad a la democratización. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, considera "grotesco" que se culpe a esa política exterior de haber facilitado la crisis: "Como descubrimos el 11-S, estas hostilidades ya estaban ahí". Pero, como señaló en la Brookings Institution Martin Indyk, asesor de Clinton para Oriente Próximo, la política de favorecer cambios de régimen y democratización tiene riesgos: "Bush decidió hacer de Líbano un ejemplo de esa política, y por eso se obligó a salir a las tropas sirias. La consecuencia, quizá no intencionada, es que se perdió estabilidad; los libaneses consiguieron libertad, pero lo pagaron en términos de estabilidad".
Sustituir la diplomacia por esa política transformacional reduce las palancas negociadoras, cree Indyk; y apostar por elecciones pensando que el desarme y la pacificación llegarían después "es lo que hemos hecho en Líbano, en los territorios palestinos y en Irak; y ahora, en los tres sitios, han ganado fuerza los grupos que tiene armas". Por su parte, los neoconservadores decepcionados con el pragmatismo nuclear con Irán y Corea del Norte, se desgañitan para que el Gobierno prácticamente declare la guerra a Teherán. "Están tan lejos de la realidad que son una caricatura", según el conservador George Will.
Otra razón para la pasividad
La pasividad de Washington tiene otra razón: permitir que Israel ataque el arsenal de Hezbolá. Incluso The Washington Post se apunta editorialmente a la tesis de que sería negativo un alto el fuego inmediato: si lo hubiera, "se legitimarían las operaciones terroristas de Hamás y Hezbolá que provocaron el conflicto (...). Los extremistas están ahora a favor de un alto el fuego porque saben que cuanto más se prolonguen los combates, más dañará Israel la infraestructura militar y el liderazgo de Hamás y Hezbolá".
Pero es un juego peligroso y limitado, recuerda Indyk. "El problema es que mueren civiles en Líbano y en Israel y que cada vez es más insostenible la espera; EE UU recibirá mayores presiones para hacer algo que ponga fin a la violencia". En su opinión, Washington tendría que planear una iniciativa de la que salgan reforzados, y no debilitados, tanto el Gobierno Libanés como los palestinos de Mahmud Abbas. Hasta que no se forje esa iniciativa, "Condi Rice no debería ir a la zona; todo esto no puede acabar sin su intervención, pero sería prematuro que fuera ahora".
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