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Columna
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Ridiculum

Me gusta esa ocurrencia que consiste en sustituir, medio en serio medio en broma, curriculum por ridiculum vitae. Es una manera no sólo de ilustrar, con humor o sin dramatismos, que en la vida no todo son momentos estelares, sino de aceptarse en esas horas bajas: en las escenas menos presentables, en las torpezas o los desatinos. Pero esa expresión encierra algo más. Presentar como propio un ridiculum vitae es un modo de reconocer irónicamente -es decir, profundamente- que cualquier existencia necesita alguna forma de autocrítica. Por lo menos si aspira a abrillantarse y mejorar.

Hoy acudo a este binomio cu-ridicular para referirme al sistema educativo vasco, del que lo mínimo que se puede decir es que necesita someterse a un profundo proceso de pulido y mejora. Las noticias que sobre educación nos llegan (a goteo, aunque es fácil imaginar los beneficios de verlas en grupo e interrelacionadas) son mayormente malas. Un día por el elevado número de profesores que nunca entra en la biblioteca de su propio centro; al siguiente, porque casi la mitad de los maestros de la red pública vasca trabaja en precario, en destinos provisionales de un solo curso lo que, evidentemente, no favorece ni la cohesión de proyectos educativos, ni las siembras pedagógicas de alcance. Al otro, por la (des)integración de los alumnos inmigrantes a menudo agrupados en unos cuantos centros. O la progresiva pérdida de matrículas de la escuela pública. O la desmotivación, el descontento e incluso el temor que manifiestan muchos profesores. O los datos que visibilizan el manga-por-hombrismo disciplinario en muchas aulas o el bullying.

Pero lo fundamental está en la sustancia académica, en los conocimientos y competencias que nuestros estudiantes adquieren durante su larga escolarización. Para abordar la materia a mí me gustaría ser capaz de mantener el tono animado del encabezamiento de esta columna. Pero no puedo. El empobrecimiento cultural que revelan no sólo las evaluaciones profesionales de nuestros alumnos sino cualquier cuestionario profano, resulta estremecedor y no deja margen para la ironía optimista del ridículum. Es un ridículo educativo a secas, además de una inaceptable expropiación; de un expolio de conocimientos y de argumentos culturales que priva a muchísimos de nuestros jóvenes de herramientas indispensables para ser y estar lúcida y activamente en el mundo. Es decir, que les condena a desenvolverse en él como quien dice a tontas y a ciegas, por persona o poder interpuesto; y a tragarse las inducciones y los mensajes enteros, sin pelar.

Todos los días antes del teleberri -presentación pública de la actualidad que casi siempre requiere segundas lecturas- la ETB emite Date el bote un concurso de preguntas y respuestas que es pura (y dura) ilustración del expolio al que me refería hace un momento. Puro y duro retrato de un robo (escolarizado) de cultura. La lista de las ignorancias que exhiben, a menudo ufanamente, los concursantes es demoledora e infinita. Se extiende y avanza como la desertización por la geografía, la historia, la gramática, la anatomía, la actualidad, las generalidades. ¿De qué país es Secretario de Defensa Donald Rumsfeld? Respuesta: Alemania.. ¿En qué país se encuentra Chernobil? En Rusia respondió el grupo de cinco concursantes. ¿Quién escribió Los hermanos Karamazov; o Bodas de Sangre; o Nada? Respuesta ni idea, ni idea, ni idea. Hay entonces que preguntarse con tan poca idea qué idea pueden hacerse del mundo estos jóvenes. ¿Qué análisis de la economía global o de las estrategias geopolíticas pueden protagonizar? ¿Qué provecho sacarle a los discursos filosóficos o estéticos? En un bote reciente le preguntaron a un concursante cómo se llama a los sacerdotes de la iglesia ortodoxa. Le dieron a elegir entre pepe, papo o pope. El dijo "papo" y yo pensé que no es otro currículo vasco lo que necesita nuestro sistema educativo sino la crítica, la evaluación y sobre todo el remedio de este colosal ridiculum.

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