El salvador de inmigrantes
El piloto de helicóptero Ortiz de Zárate era una leyenda: en 32 años rescató a centenares de marineros y náufragos. El domingo 8 se estrelló con otras cinco personas en aguas de Tenerife
Quería ser mecánico. Se pasó la infancia trasteando con camiones, jeeps y tanques, pero a los 14 años quedó deslumbrado por los helicópteros. Su padre, el militar Joaquín Ortiz de Zárate, le dijo a él, que era el único varón de cuatro hermanos: "Nada de mecánico, serás piloto". Y así fue. Se convirtió en el más joven de España y fichó por Avicopter, el germen del gigante Helicsa, la compañía responsable de su último vuelo. En 1992 saltó a la fama tras salvar a 19 filipinos de las llamas, manteniendo imperturbable su helicóptero entre las explosiones del petrolero Mar Egeo. Rescató a otras 15 personas de un carguero indio, a 60 millas al norte de Gijón, en 1993. Su helicóptero acudió en ayuda de pateras a punto de hundirse con inmigrantes ateridos por el frío. Y tras pasarse la existencia salvando a gente, acabó perdiendo la vida en un helicóptero de la propia Helicsa, el pasado 8 de julio. El Sikorsky S61N americano que pilotaba, y que conocía mejor que la palma de su mano, se precipitó al mar a 2,5 kilómetros de Roque Bermejo, en la punta noreste de Tenerife.
"Las llamas lo rodearon y él se mantuvo inmóvil hasta que rescató al último marinero", recuerda la gobernadora
Era bisnieto del escritor Benito Pérez Galdós. Y toda una leyenda de la navegación. A sus 53 años, Joaquín Ortiz de Zárate Pérez Galdós, conocido como comandante Tito, llevaba 32 de servicio. Perdió la vida junto al piloto Antonio Ruiz Lacasa; el mecánico Jorge Reyes, El Chileno, y tres personas más vinculadas a la empresa ambiental Tragsa: Marina González, Tania Martín y Álvaro Zapata. La nave, contratada a la empresa Helicsa por el Ministerio de Medio Ambiente para reforzar la lucha contra los incendios forestales en La Palma, había llegado el día anterior desde la Península.
Pocos testimonios pudieron contener la emoción al recordar misiones o situaciones personales vividas junto al comandante Joaquín Ortiz de Zárate. Con 9.221 horas de vuelo a los mandos de todo tipo de helicópteros, Ortiz de Zárate realizó operaciones de ambulancia aérea, extinción de incendios, traslado de personas y maquinaria, y fumigaciones. Pero lo que le convirtió en una leyenda fue la navegación aérea en misiones de rescate. Miles de náufragos le deben la vida: millonarios a bordo de yates, pescadores a punto de hundirse, marineros ateridos de frío, inmigrantes africanos al límite de sus fuerzas. Su muerte deja un vacío no sólo para su familia. Submarinistas, pilotos, operarios, capitanes y políticos le definen como el piloto perfecto.
"Era toda una institución", recuerda Mario Palao Taboada, su copiloto durante más de diez años, "de esos que se juegan el tipo sabiendo exactamente hasta dónde se puede llegar". "Era un referente en materia de seguridad; jamás dio ni un paso atrás para salvar una vida", afirma Rafael Lobeto, ex director general de la Marina Mercante, bajo cuyo mandato fue aprobado el Plan de Salvamento Marítimo y la Ley de la Marina Mercante. "Se cuela en la cabina del Helimer con la misma soltura con la que se deja caer en la butaca preferida de su casa", escribe Juan Carlos Arbex en el libro El océano protegido, publicado por la Sociedad Estatal de Salvamento y Seguridad Marítima.
Su hermana mayor, Marisol, recuerda sus inicios: "Se pasó los primeros años fumigando toda Andalucía y volando de madrugada a ras de suelo para evitar que las heladas en invierno estropearan los cultivos".
Todos le llamaban
Carlos Arbex destaca que Ortiz de Zárate "fue el primer piloto de un Sirkosky S61N", un aparato similar al que cayó el sábado 8. "¡Pero si hasta le llamaban de los cuarteles generales de Noruega para hacerle consultas a cada momento!", añade Tomás González Sánchez Araña, capitán de la marina mercante.
La misión que le valió la fama fue el rescate de los 19 marineros filipinos del Mar Egeo, el superpetrolero que encalló en la bahía de A Coruña en diciembre de 1992. "Sintió bajo sus pies la explosión del barco con dos tripulantes aún colgando de la grúa". La foto de su nave, rodeada de llamas pero firme en la vertical del casco, dio la vuelta al mundo. "'¡Joder, se me queman los huevos!'", dijo por radio. "Y no era una metáfora", recuerda Pilar Lledó, entonces gobernadora civil de A Coruña. "Las llamas le rodearon y él se mantuvo inmóvil hasta que rescató al último marinero, a pesar de que no le conocía ni hablaba su mismo idioma". Mientras, se vertían 95.000 toneladas de petróleo al mar. Arbex añade: "Sufrió como pocas veces al ver a su compañero rescatador tirarse al agua en llamas desde la popa del petrolero".
De aquellos vuelos y de los muchos posteriores, los de reconocimiento, sobre una ría cubierta de negro por el humo del barco en llamas, en pleno temporal y con vientos de 100 kilómetros por hora, la gobernadora Lledó recuerda una caída en picado provocada por el comandante para acercarse a los que limpiaban el mar: "Me dijo que esos hombres lo estaban pasando muy mal, mojados hasta los huesos, muertos de frío, impregnados de petróleo, y que lo importante era que nos vieran, que los animáramos, que al menos nosotros les hiciéramos sentir la importancia de su trabajo, porque los medios de comunicación nunca los sacarían como héroes".
"Teníamos que tomar decisiones en pocos minutos ante el peligro de que las explosiones volaran A Coruña y Ferrol por completo. Sin Tito, aquello habría sido terrible", reconoce Rafael Lobeto.
Pero la misión que más le marcó fue su participación en el rescate de los 15 supervivientes del carguero indio Vishna Mohini, hundido a 60 millas al norte de Gijón, el 12 de abril de 1993, con 33 muertos y desaparecidos. El capitán Takur impidió a los tripulantes abandonar el barco, y éste, al hundirse a 4.500 metros, destrozó a la mayoría de los marineros con las hélices que giraban a 90 revoluciones por minuto, relata Arbex. El comandante Ortiz de Zárate y su tripulación fueron los únicos testigos de la tragedia. "Desde el aire no se sabía quién estaba vivo, herido, desvanecido o muerto, y tuvo que elegir entre todos los que flotaban; le dio tiempo a recoger a 11, pero aún le atormentaba pensar si acertó".
"Volar con él era el mejor tratamiento contra el miedo, por la seguridad y el buen humor que siempre transmitía", apunta Antonio Padrón, capitán marítimo de Santa Cruz de Tenerife. "Una vez me dijo: el 95% de las veces nos jugamos la vida, y ése es nuestro trabajo", remata la ex gobernadora Lledó.
Antes de Galicia, entre 1990 y 1992, había servido en Sierra Leona, en vuelos de pasajeros entre Lungui y Freetown. "Fue una de nuestras épocas maravillosas", recuerda Loli, su esposa y madre de dos hijas, Laura y Raquel. "Cuando la guerra subió de tono, nos envió a Gran Canaria y, en secreto, una noche, sacó el helicóptero Sikorsky 58 sin apenas combustible sobre la cubierta de un barco enorme".
Después de aquella experiencia, sucumbió al encanto del clima de su segunda tierra y asumió la puesta en marcha de Helimer Canarias, el sistema de salvamento marítimo de las islas. "Tenías dos conversaciones con él y ya creías que era tu amigo", apunta Aníbal Carrillo, el coordinador de la torre de salvamento en Las Palmas. "Trabajé 13 años con él con total garantía; cada misión a su mando era un seguro para todos", añade.
El fenómeno de la inmigración
Ortiz de Zárate llegó a Canarias en el momento idóneo para vivir como nadie el fenómeno de la inmigración. Primero, las pequeñas barquillas de seis metros repletas de hombres, mujeres, niños y embarazadas que partían de Marruecos hacia Lanzarote y Fuerteventura. Luego, las que zarpaban del Sáhara hacia Fuerteventura y Gran Canaria. Y últimamente, los cayucos de casi 30 metros, con capacidad para 70 o 120 subsaharianos a bordo, que salían desde Mauritania, Senegal y Gambia para intentar llegar a cualquiera de las siete islas (según los últimos cálculos, apenas la mitad lo logra).
"El rescate de una patera a la deriva es muy complicado", reconoce Carrillo. "Constantemente inventaba métodos para afinar la búsqueda de esos desgraciados", recuerda Sánchez Araña. Dividía el mar en celdas imaginarias de 400 metros de perímetro que, lentamente, cubría con el helicóptero, hasta que daba con los náufragos. "Muchísimos inmigrantes le deben la vida a Tito", corrobora Carrillo.
"Cuando te juegas el bigote, sales a la superficie, miras hacia arriba y ves el vientre del helicóptero que te protege... Eso no tiene precio", reconoce Juan Ortega Machín, submarinista del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil, con quien Ortiz de Zárate compartía afición por explorar los fondos marinos desde la primera inmersión en el Club Victoria de Las Canteras (en Las Palmas).
El sargento Ortega Machín recuerda una misión en el barranco de los Molinos (Fuerteventura) para rescatar los cuerpos de un hombre y su hijo, con olas gigantescas. "No podíamos llegar y se le ocurrió descolgarnos lejos del acantilado. Nos acercamos a los cuerpos, los rescatamos y, de nuevo, nos recogió mar adentro. No se despegó de nosotros cuando sólo podía intuir nuestras burbujas mientras buceábamos". El agente también recuerda el impacto que le producía al comandante Ortiz de Zárate el rescate de fallecidos. "Siempre nos decía que al menos sus familias tendrían el consuelo de velarlos. Pero cuando se trataba de inmigrantes, sólo se preguntaba dónde estarían los parientes de esta pobre gente".
Sánchez Araña rememora cientos de operaciones, "muchas al límite de autonomía de los depósitos y con vientos de 60 a 80 kilómetros por hora". Entre los rescates más llamativos destaca el de una de las víctimas de las riadas de Santa Cruz de Tenerife, que apareció a casi 80 kilómetros de distancia, desplazado por efecto de las fuertes corrientes. O el de algunos aventureros que entraban en las bodegas del American Star, el transatlántico que en 1994 encalló y se partió en dos en la costa norte de Fuerteventura. El comandante Tito tuvo que descolgar en numerosas ocasiones a rescatadores para recuperar los cuerpos atrapados allí abajo. "Él suministró desde el aire las bombas de achique que impidieron el naufragio del Volcán de Tacande", un transbordador con 60 pasajeros en aguas de Tenerife, recuerda el capitán marítimo Antonio Padrón.
"Estoy muy ilusionado de volar con él; es el mejor", comentó el copiloto Antonio Ruiz Lacasa a la esposa de Tito, antes de llegar a las islas para unirse a la tripulación del helicóptero accidentado el pasado día 8. El cadáver de Ruiz Lacasa es el único que aún está desaparecido. Sus familiares se esfuerzan por recordar al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que no les olvide.
"Me entristece ver estos días a los pilotos [de Iberia] montando una huelga mientras a los héroes como Tito nadie les hace ni caso", se lamenta Mario Palao, su copiloto durante más de diez años. Loli, la esposa de Tito, confiesa: "Ahora lo único que me consuela es hablar de él constantemente".
"El que ha caído es Tito"
UNA VOZ INTERRUMPE la decena de conversaciones de la torre de salvamento marítimo en Las Palmas: "El que ha caído es Tito". Y se hace el silencio. Sólo suenan los teléfonos, pita algún radar o la radio lanza sus llamativos cric cric. Al instante, todos se ponen a ayudar a sus compañeros de la torre gemela de Santa Cruz de Tenerife "con la esperanza de encontrarlo con vida", según recuerda el director de la provincia oriental, Aníbal Carrillo. "Todos los guardias civiles del GEAS, incluso los que libraban o estaban de vacaciones, me llamaron para ir al rescate", cuenta el sargento Machín.
"Eso no ha sido un fallo humano; lo juraré mil veces sobre la Biblia", asegura el piloto Mario Palao. "Nadie en España conocía tan bien ese aparato como Tito", apunta el capitán Sánchez Araña, que remata tajante: "Alguien, alguna autoridad, tendrá que reaccionar de una vez por todas en este país para que esas muertes sean las últimas".
La indignación por lo sucedido no sólo llega de las familias y por el suceso en sí. Apenas unas horas después del accidente, cuando aún no se habían rescatado los cuerpos y en un ejercicio de inoportunidad política, el secretario general de Biodiversidad, Antonio Serrano, se apresuró a declarar que el Ministerio de Medio Ambiente se desvinculaba de las responsabilidades, porque ésta no era una misión contemplada en el contrato con la compañía Helicsa. Directivos de la compañía descartaron un fallo mecánico antes de dar el pésame. Compañeros de trabajo denuncian los altos riesgos que corren los pilotos y sus tripulaciones cada día e insisten en que se aumenten las inspecciones para que prime la seguridad sobre los criterios económicos.
"Hay personas gracias a las cuales la vida cobra sentido: como el ciudadano que intentó rescatar a un hombre de un camión en llamas, el que corrió tras un comando de ETA mientras llamaba a la policía, o como Tito", concluye la ex gobernadora de A Coruña Pilar Lledó. "No quería hablar de jubilación; hubiera seguido volando hasta los 70 años", asegura Loli, la esposa de Ortiz de Zárate.
"Papá está donde quería: volando y buceando"
EL SUCESO del día 8 ha destrozado seis familias. Cada una vive la tragedia de forma distinta, pero los únicos que, al cierre de esta edición, no tienen ningún cadáver que velar, son la esposa y tres hijas (de 1, 3 y 12 años) del abogado y piloto madrileño Antonio Ruiz Lacasa, de 39 años y casi 900 horas de vuelo. Su hermano, Pablo, desde Santa Cruz de Tenerife, adonde se ha desplazado "hasta que sea necesario", hace un llamamiento para que, si la empresa Helicsa desiste en su búsqueda, los ministerios de Fomento y Medio Ambiente (que mantienen sus contratos con esta empresa) no abandonen la búsqueda de su cuerpo, presumiblemente hundido con toda la cabina, el rotor y las hélices a 700 metros de profundidad y a 2,5 millas de la costa noreste de Tenerife. "Que no nos dejen solos, por favor", ruega una y otra vez. Y advierte: "Nadie sabe que, si lo dan por desaparecido, los seguros podrían dejar desvalida a la familia durante más de dos años". La situación es tan desesperada que Pablo reconoce: "Ni siquiera nos están dejando sufrir como desearíamos: todos juntos".
"A los 18 años se compró la primera cazadora de aviador y ya no se la quitó nunca", recuerda su hermano, quien destaca lo deportista
y sano que era el piloto fallecido, amante
de la playa, escalador, submarinista y monitor de thai boxing. "Cuando cayeron las Torres Gemelas, en 2001, él estaba en Nueva York terminando su instrucción; era la etapa en que más echaba de menos la paella de nuestra madre".
Su esposa, Lorena, tuvo un mal presagio. Ella conocía el aparato siniestrado. Unos meses antes, la familia al completo había volado en un Sirkosky desde Ceuta a Jerez. La noche antes del accidente, Antonio la llamó pasadas las doce y le dijo que estaba muerto de miedo porque iba a volar al día siguiente sin suficientes garantías de seguridad. A las tres de la
tarde del fatídico sábado, ella le envió un SMS desesperada por no encontrarlo, al mismo
tiempo que el telediario comunicaba la tragedia. Sólo acertó a decirle a sus hijas: "Papá está donde quería: volando y buceando".
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