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Columna
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El cabezazo

Manuel Rivas

Dicen que la embestida perjudica al fútbol, que daña la imagen del deporte, sobre todo ante los niños. Oui, oui. Al contrario, lo sitúa en el espacio de lo clásico, un episodio más del ciclo troyano. Acabará estudiándose en las universidades, el cabezazo de Zidane, como un caso de moral universal, a la altura de la Tabla de Carnéades, el dilema de dos náufragos ante un solo salvavidas. Si he leído bien, el penúltimo acto lo protagoniza la madre del héroe pidiendo, de confirmarse los términos del vejamen ("puta terrorista"), que le traigan en una bandeja la metáfora de los testículos de Materazzi, conocido ya en el mundo como Matrix, el Sucio. Pero, ¿cómo empezó todo?

En una operación especial, el buen agente simula que actúa por libre. Imaginemos que todo ocurrió según un plan trazado. Que Materazzi, pese a su aspecto de inconsistente canalla, oculta en realidad a un oficial de la inteligencia. El disfraz del acto debe ser lo imprevisto. Que todos hablen de lo emocional, piensa con sorna. Él urde con astucia cada uno de los detalles. Establece la hipótesis más verosímil: un partido empantanado, que tendrá que dirimirse en la tanda de penaltis. En todas sus proyecciones aparece esa especie de héroe homérico, Zidane, lanzando el penalti decisivo con la precisión de un proyectil de Aquiles. Lo admira turbiamente. A Materazzi le incomoda en especial la habilidad de Zidane para dejarlo varado en el vacío. Aquel al que llaman Zizou tiene el don de trasladar las ideas de forma instantánea a la punta de los pies. Es un modelo irritante de pensamiento y acción. Pero intuye que ese hombre, justo él, es el eslabón más frágil del adversario. En su rostro meditabundo anida la antigua debilidad del honor.

Así que Materazzi revuelve en el cubo de basura de la historia y escoge los insultos como un estratega del escarnio. Tiene que obtener la síntesis química de un veneno infalible en el dardo verbal. Una pócima que haga perder la cabeza a un hombre que de verdad se respete. Ya las tiene, las palabras. Un híbrido de insulto clásico y moderno anatema global. Todo sale según lo previsto. Incluso el parabólico cabezazo que recibe lleva el sello de artista. Una brillante agresión. Materazzi cae al suelo y alcanza el triunfo. Maquiavelo sonríe ante el televisor: misión cumplida.

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