El bufón más grande
A Sloterdijk le encanta ir de bufón. A menudo su estrategia consiste en desmarcarse de la tradición, hacer como que la enfrenta y, al final, mostrar que la puede reconstruir, pero con tesitura y enfoque nuevos. Se nota en las Lecciones, un libro coyuntural que acusa el paso del tiempo. Su interés radica, tal como oportunamente se indica en la contraportada, en que conecta la etapa de la crítica de la razón cínica, el quinismo, como llama el propio Sloterdijk a su peculiar manera de practicar la bufonería como método crítico, con su opus magnum, la gran serie de las Esferas, donde parecería que el enfant terrible se nos ha hecho mayor y ya no tiene empacho en montarse su propia teodicea, coqueteando con el modelo sistemático. En cambio, en las Lecciones todavía habla el librepensador. Falta determinar de qué habla.
VENIR AL MUNDO, VENIR AL LENGUAJE: Lecciones de Frakfurt
Peter Sloterdijk
Traducción de Germán Cano
Pre-Textos. Valencia, 2006
164 páginas. 14,42 euros
ESFERAS. Volumen III. Espumas: esferología plural
Peter Sloterdijk
Traducción de Isidoro Reguera Siruela. Madrid, 2006
720 páginas. 45 euros
En Sloterdijk se reconocen los vicios y virtudes de la filosofía contemporánea, la que se escribe después de Nietzsche. (¿Pero es en verdad "filosofía" lo que hace? No estoy seguro). Por cierto, de la intempestividad de Nietzsche saca Sloterdijk el modelo autoral, lo mismo que la escritura desmelenada y el tono profético, a lo Zaratustra, que da a su discurso ese registro apabullante (con los matices del caso, porque el Dioniso Crucificado era un solitario y éste es un intelectual mediático). Sólo en Alemania se puede encontrar escritores así: los alemanes son grandes también en esto, pueden darnos los mayores plomos y los petardos más deslumbrantes; y Sloterdijk es muy deslumbrante y muy petardo.
Expuestas como una poéti
ca, es decir, como un programa literario donde la verdad, el verismo y el tener razón no cuentan, estas lecciones se juegan a fondo a persuadir y a la seducción de las construcciones argumentativas que se desgranan en forma de cuatro peroratas densas y, por momentos, tan logorreicas como una alocución de Hugo Chávez, cuatro discursos a lo Fichte en el corazón del feudo de Jürgen Habermas, la Francfort que -como recuerda Sloterdijk con malicia- acunó la "teoría crítica" pero también, no lo olvidemos, es la capital financiera de Alemania. En gran medida deberían leerse como una diatriba solapada contra el neorracionalismo comunicativo con que Habermas ha querido rescatar el programa teórico-crítico de la modernidad de Adorno y Horkheimer y, como toda diatriba, su fuerza está en parte en la provocación, acompañada por un palabrerío por momentos torrencial que en el fondo maquilla una pura artimaña. Como en la autobiografía de Tristram Shandy, Sloterdijk promete un meollo, un asunto trascendente que nunca llega. Puede que su gesto sea un acting-out para mostrar que en el pensamiento nunca hay comienzo sino siempre un comenzar, y que de lo que se trata es de aprender a plantear preguntas sin preocuparse por resolverlas, para recordar que en filosofía siempre estamos en pañales. Pero si fuera así, no me ha parecido hallar en este libro ninguna respuesta. El texto se desenrolla (nunca mejor dicho), autoacicateado página tras página con un desafiante "señoras y señores" que dirige chulescamente a los oyentes como quien saca pecho delante del adversario. ¿Pero quién es ese adversario? ¿La socialdemocracia elevada a ética de la acción comunicativa que se supone agazapada entre el público? Quizá. Pero no sólo, también arremete contra el discurso ascendente de la época -recordemos que el libro tiene ya casi veinte años-, el escepticismo posmoderno y el neoliberalismo de la eficacia, ambos espíritus de nuestro tiempo que capitulan delante de lo que cabría llamar, usando un lenguaje un tanto periodístico, las ideas-fuerza que han renunciado a hacer filosofía crítica. Sloterdijk cree en cambio que se puede seguir haciendo filosofía pero, eso sí, sin vender crecepelos. Nada de recurrir al gastado "por qué aún filosofar". Su poética está concentrada en pensar el comenzar para empezar a pensar de otra manera. Si la filosofía ha puesto tradicionalmente su atención en el origen, Sloterdijk recuerda que no hay comienzo, que todo advenimiento, todo venir al mundo está ya pautado por el ingreso en un drama ya iniciado porque siempre estamos in media res, como decía Kermode, mirando hacia el origen y temiendo el final. Así advenimos a un habla, a una identidad idiomática y nacional que determina el horizonte de nuestro pensamiento posible, y con estas cortapisas abordamos la tradición de la filosofía. Pero, lejos de arredrarse o de sucumbir a la melancolía cioranesca ("el inconveniente de haber nacido", la desgracia de no habérsenos dado la posibilidad de empezar nada), rescata como emblemático el papel de Sócrates, de cuya mayéutica reinterpretada dice que todavía cabe aprender estilo y método: toda una vocación. Así pues, un Sócrates heroico es presentado aquí como la comadrona del espíritu europeo (el que sabe que no sabe), su numen propiciatorio. A Sloterdijk le gustaría ser el Sócrates de nuestra época, el Sócrates que muestra cómo las dos estirpes irreconciliables nacidas del comienzo de la filosofía, una "baubología" de derechas (Shankara, Platón, Plotino, Hegel y Bloch) y otra de izquierdas (Sócrates, Nagarjuna, Eckhart, Heidegger, Rank y Derrida), son alternativas excluyentes que dejan a la francfortiana teoría crítica -la clásica y la contemporánea- en una incómoda indecisión, como el asno de Buridán.
La receta para salir del atolla
dero posmoderno que propone Sloterdijk es, a fin de cuentas, la literatura. En el poema expuesto a lo abierto de Paul Celan que cierra las lecciones estaría la clave de este libro que se lee de sobresalto en sobresalto. Pero, cuidado, que Celan es el poeta más sombrío y -recordemos- acabó su vida arrojándose a las aguas del Sena.
La tercera y última entrega de la descomunal serie de las Esferas parece más explícita a la hora de mostrar el asunto de Sloterdijk. Las dos entregas previas, el volumen Burbujas, que se salía del eje del tiempo para reflexionar en torno al espacio (comunidad, inmunidad, intimidad, y sus temples); y el segundo, Globos, donde Sloterdijk ensaya su personal teodicea ("novela filosófica" la llama, usando una expresión no muy feliz) compuesta por un drama ecuménico en tres actos: macrosferas, para describir la época del pensamiento cosmogónico; microsferas, para contar la filosofía de la subjetividad, y esferología, reflexión que recaba sobre nuestro presente posmoderno descrito como la vida de las Espumas, es el asunto que ocupa esta tercera parte. Con ella el opus se consuma y satisface la pauta armónica indoeuropea, el tres, como observaría Dumézil, la cifra mágica de toda construcción metafísica. Sin embargo, no es metafísica esto. Se puede leer la trilogía de las Esferas de muchas maneras: como ejercicio literario total, como tentativa de reconstrucción de una metafísica sin Dios o como -pienso yo- delirio razonable que dispensa un enorme placer al lector. Lo mismo da. Ningún lector culto saldrá insatisfecho o descontento con la experiencia. La construcción, sea o no arquitectónica, es la recompensa de la forma y la forma es otro nombre para el sentido. Poco importa que también las Memorias del paranoico presidente Schreber siguieran la misma pauta. El del Sloterdijk es un delirio saludable, sin promesa mesiánica, sin hipótesis salvacionista, marcado por el oxímoron como emblema retórico. Y, como toda bufonada, deja una sonrisa y un regusto agridulce.
En este volumen de resonancias spenglerianas se transcribe una versión ampliada del fascinante ensayo sobre el terror del aire (que publicara Pre-Textos en 2003), más un examen crítico-admirativo de las mamarrachadas del surrealismo, un recorrido por la arquitectura que diseña el hábitat posmoderno y por los vericuetos de nuestra civilización técnica (¡hasta hay espacio para las extravagancias de R. Buckminster Fuller!) y el arte de las performances de la transvanguardia. Sloterdijk repasa los clichés culturales y las banalidades de la sociedad del individualismo y traza incontables escorzos inteligentes sobre la esfera -nunca mejor dicho- de lo presente. Nada parece escapar a su inmensa curiosidad, a su poderosa vocación de trazar tramas de identidad en las retículas que forman nuestras espumas, nada escapa a sus ojos pícaros que miran sobre nuestra existencia como el niño que juega fascinado con las pompas de jabón. Un gran libro. Por una vez, da gusto poder decirlo.
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