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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Leer por puro gusto

Domingo Ynduráin (1943-2003) cultivó con igual acierto todos los géneros de la filología, desde la nota erudita hasta el gran angular de un periodo (así en Humanismo y Renacimiento en España), y se movió con la misma soltura por todas las épocas de la historia literaria, de la Edad Media a la nuestra. Todos los caminos los corrió movido por una curiosidad inagotable y con una libertad y una valentía de juicio verdaderamente excepcionales. Una disciplina académica es en primer término una pragmática corporativista, unas reglas de comportamiento, que sólo en segundo lugar piden al cofrade ciertos resultados. Ynduráin nunca acabó de acatar las convenciones establecidas (basta fijarse en los impacientes "etcétera" con que solía cortar las referencias bibliográficas) y, desde luego, no tuvo ningún respeto por las modas del día. Buscaba entender los textos por sí mismo, para luego, en su irrenunciado compromiso con la universidad pública, hacérselos comprensibles y atractivos a los alumnos. Todas sus páginas llevan una nítida marca personal (a menudo, en clave de ironía) y muestran una inteligencia vivacísima y una pasmosa amplitud de lecturas.

ESTUDIOS SOBRE RENACIMIENTO Y BARROCO

Domingo Ynduráin

Edición de C. Baranda, M. L. Cerrón, I. Fernández-Ordóñez, J. Gómez y A. Vián

Cátedra. Madrid, 2006

408 páginas. 18,75 euros

Los trabajos que ahora, a los tres años de su pérdida, se han reunido en un macizo volumen no son sino una parte de los que Ynduráin dedicó a nuestros Siglos de Oro, pero constituyen una excelente muestra de la envergadura de sus aportaciones. La mitad de los Estudios sobre Renacimiento y Barroco se centra monográficamente en obras de primera fila, en concreto La Celestina, el Lazarillo, el Examen de ingenios, Rinconete y Cortadillo, El castigo sin venganza y La vida es sueño. Son ensayos éstos escritos a

gusto y para leer a gusto, sin la urgencia de llegar a una conclusión, sino recreándose en el cuerpo a cuerpo con el texto. Ynduráin tendía a abreviar los aspectos más obvios o consabidos, y, aunque lo hiciera, tampoco se demoraba mucho en rebatir los lugares comunes y las ideas rutinarias. Le importaba sobre todo ir examinando puntos significativos y sin embargo no advertidos, para ponerlos de relieve a la luz de la literatura y de la historia. (Era un modo de proceder que en parte le venía de familia y del gran maestro que fue Eugenio Asensio).

Hondamente revelador es

por ejemplo el análisis de La Celestina. Alberto Lista, don Juan Valera y bastantes otros se preguntaban por qué Calisto y Melibea no se casaron tranquilamente, en paz y en gracia de Dios, en vez de meterse en la espinosa aventura que los llevó a la muerte. Pues, entre las otras razones que da Ynduráin, porque Melibea era vieja. Lo dice un personaje femenino del poeta Carvajal: "La perfección de nosotras mujeres / es de los trece fasta quince años...

/Por ende, señor, si pasa los veinte / aquella por quien sois tan penado, / sabed que seredes el más padeciente...". Melibea tiene justamente veinte años y, por ellos, demasiados resabios. Sus padres han retrasado la hora de darle marido y, queriendo conservarla consigo más tiempo, van a perderla para siempre. La muchacha sabe en todo momento qué pretende y a qué ha de atenerse. La misma reacción desmesurada ante las inocentes primeras palabras del galán traslucen que está enamorada, y en seguida es diáfano que se propone ceder a los requerimientos de Celestina: si no se lo propusiera, no recibiría a la alcahueta. Como de las mujeres se decía entonces, "todas sus cosas son en exceso, sin medio". También por ahí -escribe Ynduráin- Melibea es la única "víctima con grandeza y carácter para serlo", "la más sincera", "la menos culpable".

En el debate sobre las dos interpretaciones de la Tragicomedia, Ynduráin da tanta importancia al sentido moral como al literario y aun de hecho subraya la imposibilidad de separar uno y otro, porque ya el recurso al género dramático excluía en principio la moraleja expresa y pegadiza y porque ésta era inconciliable con el esencial impulso realista de los autores. ¿Por qué no se casaban los protagonistas? Porque si quisieran casarse, sencillamente, no serían ellos, ni la historia tendría nada que ver con la suya: no habría ni personajes ni trama ni lección. La Celestina denuncia la poesía y las prosas de amores que triunfaban en el otoño del cuatrocientos, pero únicamente de manera implícita, a través de las conductas, porque Calisto y Melibea están demasiado empapados de esa literatura para darse cuenta. En cambio, el regodeo en las "sentencias filosofales" y la ostentación retórica subrayan el permanente contraste entre teoría y práctica. En fin, la forma teatral se imponía a cualquier otra, porque sólo ella conllevaba la dignidad del clasicismo y la posibilidad de un inédito realismo.

Ese enteco resumen puede dar idea de la densidad de hallazgos y sugerencias que caracteriza el acercamiento de Ynduráin a las obras maestras del Renacimiento y del Barroco. No sería hacedero intentar un sumario parecido de los estudios que versan sobre temas no circunscritos al ámbito de un libro: la invención de una lengua clásica y el descubrimiento de la literatura entre los siglos XV y XVI, el cuentecillo folclórico y su fortuna hasta los días de Calderón, las cartas y los diálogos en prosa, las fronteras de la historia y ficción...

La pasmosa amplitud de lecturas a que he aludido luce cabalmente en los trabajos de este segundo tipo. Ynduráin parece haber visto todos los textos, no ya literarios, claro está, sino también doctrinales, legislativos, científicos, qué sé yo, y con todos ellos construye unos admirables mosaicos en que cada pieza casa inesperada y luminosamente con las demás para mostrarnos un vasto panorama. Estudiosos y estudiantes tienen multitud de cosas que aprender en los escritos y en la figura de Domingo Ynduráin. Quienes fuimos amigos suyos las sabemos y no las olvidamos.

Representación de 'La vida es sueño', de Calderón de la Barca, en el Teatro de la Comedia, en 2000.
Representación de 'La vida es sueño', de Calderón de la Barca, en el Teatro de la Comedia, en 2000.GORKA LEJARCEGI

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