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Columna
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Pacto por el cambio

Hoy se reúnen de nuevo y por segunda vez los negociadores del pacto de la izquierda allende del PSPV, básicamente de Esquerra Unida (EU-Entesa) y Bloc Nacionalista. No parece que estén poniendo mucha diligencia en el proyecto, pero debemos entender que se encuentran en el ceremonial de la aproximación, mero tactismo para vender más cara su respectiva mercancía y obtener mejores rendimientos de la transacción. Una actitud comprensible y también algo pueril habida cuenta del carácter subalterno o marginal de todo este popurrí de siglas a la hora de condicionar la política de este país. Pero, en fin, también los modestos tienen derecho y hasta obligación de atenerse a ciertos plazos y procedimientos para alumbrar acuerdos. Sobre todo cuando no se tiene una voluntad decidida de cerrarlos, como nos tememos que es el caso.

No nos consta el orden del día de la reunión aludida, pero sí sabemos que ya se tiene establecida una metodología y sumario de cuestiones para desarrollar la negociación, que necesariamente habrá de versar sobre la composición de las listas electorales como asunto estelar. No será moco de pavo el nombre de la coalición que se alumbre, debido al peso primario y primate de la querencia por las siglas que cada grupo luce. Un patriotismo realmente chocante en gente de izquierda que se aferra a una identidad cifrada en la marca más que en la estrategia y en las ideas. El atavismo, desgraciadamente, no es privativo de la derecha. Y suponemos que a lo largo de este encuentro quizá haya un momento para hablar del programa, aunque sobre este punto ideológico hay tantas coincidencias como poca prisa. A la postre, todos son izquierda ecosocialista con una dosis digamos que correcta de nacionalismo.

En realidad, al margen y por encima de la agenda, lo que primará o debiera primar en este proceso es la voluntad política para que llegue a ramos de bendecir la modesta UTE, unión temporal de empresas, que se postula. Sin embargo, nos da la impresión de que las reticencias que se perciben, antes que plausibles cautelas para no dar pasos en falso, son verdaderas andanadas que no abonan la iniciativa. Tal se nos antoja la declaración de un dirigente de EU cuando veta que se cuestione la composición de las listas porque las concibe en lo que a su grupo concierne como un patrimonio exclusivo e intocable. "Lo que tenemos es nuestro", dice. ¿Y es eso lo que conviene al conjunto de la izquierda, a los electores y al país? ¿Tiene algún sentido prolongar la actual fragmentación e impotencia del universo político que se despliega más allá del PSPV con tal de defender el orden precario de una candidatura?

Lo citamos tan solo como un botón de muestra, acaso como exponente de ese regateo negociador al que aludíamos. La verdad es que, aun sin soslayar algunas resistencias al pacto, la corriente mayoritaria de todas las formaciones es proclive al acuerdo, pues es el único modo de romper la inercia de los sucesivos -y pronosticados- gobiernos autonómicos conservadores. Sin pacto no hay izquierda suficiente para proyectar en las Cortes valencianas los resultados que se obtuvieron en las legislativas de 2004, en las que el conjunto de las siglas que se reclaman de esta obediencia, más los socialistas, sumaron el 59,69% de las urnas. En fin, que no sería un prodigio ganar, siquiera fuese por un único escaño de diferencia. Poca cosa, pero sobre esas diferencias pivota la democracia y la alternativa.

Los populares han echado también sus cuentas y, aunque confortados todavía por la bondad de los sondeos, no pierden ocasión de sacar a relucir el espantajo del tripartido catalán, e incluso el frentismo -todos contra el PP- que, siendo indudable, sólo refleja la legítima voluntad de cambio. En manos de Glòria Marcos, Enric Morera, los verdes de Joan F. Peris y Carles Arnal, con Joan Barres, está la opción de trabajar la convergencia, siquiera sea provisoria, o centrifugar las expectativas de que en las Cortes haya por fin una voz arbitral, de izquierda plural, más fortalecida y decisiva. Bastaría con que la desconfianza y el patriotismo de partido cediesen ante la cultura del pacto. Y, de fracasar, tiempo habrá de sacar a luz qué y quiénes trabaron el proceso.

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