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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Ese puntito llamado Barcelona

¿Sabían ustedes que sólo un cráter de la Luna ha llevado nombre de persona y éste era el de un científico catalán? ¿Sabían que este científico descubrió en 1921 un pequeño planeta con su telescopio casero y que a este planeta (un asteroide de 100 kilómetros de diámetro) se le puso el nombre de Barcelona? Josep Comas i Solà es uno de esos personajes interesantes que en este país tenemos tendencia a olvidar. Si quieren saber más cosas de él, acérquense al Observatorio Fabra y, entre otras cosas, encontrarán la fotografía de esta miniatura de asteroide llamado Barcelona. Pero Barcelona, en realidad, se me apareció la otra noche a mis pies, iluminada y fantástica, desde este mismo observatorio. La excusa era una cena bajo las estrellas, pero pasaron muchos otras cosas. Desde hace tres años, el Observatorio Fabra y la librería Laie organizan noches verdaderamente románticas donde el visitante cena en el jardín del observatorio mientras contempla como se oscurece la ciudad y se llena de luces a sus pies. Pero la noche no empieza y acaba con la cena: antes, podemos escuchar lo que nos cuenta un científico o deleitarnos con música en directo. Y cuando acabamos de comer, nos espera la parte más emocionante: visitar el observatorio y subir hasta la gran cúpula. Allí encontramos el viejo telescopio que desde 1904, año de la inauguración, sirve para contemplar los planetas, la Luna y las estrellas. Aquella noche tocaba ver un pedazo de esa Luna casi llena. Y la vi tan cerca que parecía que alargando el brazo la podía tocar.

El Observatorio Fabra es propiedad de la Real Academia de las Ciencias y las Artes de Barcelona, otro punto desconocido de la ciudad. Se inauguró en 1904 gracias a la donación del marqués de Alella, al que le costó 250.000 pesetas, que era el 80% del total. Por aquí han pasado astrónomos y científicos que han estudiado hasta hoy cualquier fenómeno que afecte a la sismografía, la astronomía y la meteorología. Aquí se han descubierto dos asteroides, dos cometas y en 1907 la atmósfera del satélite de Saturno, Titán. Todo esto me lo cuenta con visible emoción Antonio Bernal, divulgador científico que se encarga de organizar la visita y la observación astronómica.

El jardín está lleno de mesitas con sus respectivas velas. Los visitantes -muchas parejas y algún grupo de amigos y familiares- están ya instalados o se entretienen buscando su calle con el pequeño telescopio disponible enfrente de la ciudad. Empieza a oscurecer y se encienden las primeras luces. Un padre de familia le cuenta a su hijo que aquella línea tan recta de color rojo es la calle de Balmes, y yo la enfoco con el telescopio y veo que las lucecitas se mueven como hormigas en dirección al mar. Y veo también cómo aterriza un avión en una de las pistas de El Prat, y cómo la torre Agbar empieza a lucir sus colores, y cómo parpadean las luces amarillentas de la Zona Franca, y lo oscura que se ve Ciutat Vella. Y veo el promontorio de la Creueta, con sus casas que parecen colgadas. Y veo las ventanas de los edificios y si enfoco los que me quedan más a mano incluso veo a la gente, que posiblemente se asa de calor y lo tiene todo abierto. Y al final mirar se convierte en un vicio y no dejaría el telescopio por nada del mundo si no fuera porque el niño quiere ver tanto como yo. No se cree lo de la calle de Balmes y dice que parece un hotel de lujo, tan iluminado. Y su padre insiste.

Antes de la cena nos presentan al conferenciante de la noche, Jorge Wagensberg, director de Cosmocaixa. Todo un lujo. Nos tuvo encandilados escuchando sus historias. Habló de los estímulos, de comprender el mundo, de la catenaria de Gaudí y de un descubrimiento que hizo en un hotel de Buenos Aires, preguntándose si el peso del caparazón de las tortugas se regía también por ese sistema que ha dado fama a los arcos de Gaudí. Era fascinante imaginarlo en su habitación, haciendo el mismo experimento que el arquitecto con los pocos utensilios de que disponía. Wagensberg trasmitía la pasión que siente por la ciencia y nos mantuvo en vilo con la historia de unas hormigas que aparentemente se disputan unas larvas. Naturalmente, se quejó de la falta de diálogo en la universidad y las escuelas, y acabó diciendo: "La naturaleza no tiene ninguna culpa de los planes de estudio".

Tras la cena, que jugaba con las propiedades de los cuerpos celestes, llegó el momento de subir a la cúpula. Antonio Bernal abrió un segmento y enfocó el telescopio. Uno por uno, subíamos unas escaleras de madera y aplicábamos el ojo a la lente. ¡Que maravilla, la Luna, tan blanca, con las sombra de las montañas y los cráteres! Hasta que se perdía el rastro en la oscuridad. Luego salimos a la terraza que bordea la cúpula y la Barcelona nocturna era aún más fascinante que desde el jardín, porque abarcaba mucho más. Sólo en el momento de darse de bruces con el mamotreto del Tibidabo, a dos pasos, quedaba rota la magia. Encontramos la estrella Polar y otras muchas que se me pierden. De regreso a casa por la carretera de las Aigües se veía la misma Luna de antes, pero siempre tendré la visión de esa otra tan cercana, como un bizcocho de nata a punto de ser mordido.

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