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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El urbanismo fallero y el transporte público

Lo que está sucediendo en muchas de nuestras ciudades es inaudito. En ellas existe una carrera política para ver quién destina más dinero del presupuesto público en la construcción de edificios imponentes y grandilocuentes proyectados por las estrellas del universo arquitectónico, edificios que se inauguran varias veces, con un diseño espectacular, pero sin un proyecto de contenidos riguroso y socialmente rentable. Edificios huecos, como la ética que les sustenta, pensados más para la apariencia y el corte de cintas, que en la gente que los va a habitar y usar.

Apenas somos conscientes de que estas obras faraónicas se hacen a costa de un presupuesto que debiera destinarse prioritariamente para mejorar la calidad de vida de las ciudades, en especial en proveer de viviendas dignas y a precio razonable mediante políticas activas de adquisición y promoción de suelo público, y en aumentar la cantidad, calidad y la seguridad de nuestro transporte público, un transporte que en la mayor parte de las ciudades de nuestro país, es simplemente tercermundista.

¿O no es tercermundista un transporte que, en pleno siglo XXI, con absoluto desprecio por la dignidad humana, transporta a sus ciudadanos como sardinas en lata, ya sea en autobuses colectivos o en trenes subterráneos? ¿No es inmoral que un viajero en coche en una ciudad disponga de diez metros cuadrados de la vía pública en superficie y que los que no pueden desplazarse más que en transporte público tengan que ir en hora punta hasta cuatro y seis personas en cada metro cuadrado, y en muchos casos bajo tierra? Para más escarnio, muchos de los ciudadanos que usan este transporte han sido expulsados a la periferia de las grandes ciudades en busca de una vivienda a un precio que puedan pagarse hipotecándose de por vida.

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Creo que este desgraciado accidente del metro de Valencia debiera ser el punto de inflexión para cambiar y moralizar las políticas locales al uso, reconsiderando qué estamos haciendo en nuestras ciudades, en qué nos estamos gastando nuestro dinero, exigiendo como prioridad absoluta resolver el grave problema de la vivienda y la implantación de un transporte público seguro y de calidad. Sólo después podremos pensar en emplear el resto del presupuesto en un urbanismo de fastos, de obras faraónicas y proyectos para el city marketing. Debemos exigir moralizar la política para que no ignoren que la estética sin ética, es inaceptable.

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