Dos días en el infierno
La ciudad palestina de Beit Lahia se recupera de la invasión militar israelí, que causó casi 50 muertos y grandes destrozos
Las familias Mubarak y Zayed las pasaron canutas el jueves y el viernes. Ayer se daban a la tarea de limpiar y reconstruir los destrozos causados por los militares israelíes, que abandonaron el sábado la ciudad de Beit Lahia (57.000 habitantes), en el norte de la franja de Gaza, donde habían penetrado, para limpiar la zona y evitar el lanzamiento de misiles artesanales Kassam. La invasión israelí dejó casi 50 muertos y un panorama desolador.
Fue esta zona, a un par de kilómetros del Mediterráneo y a poco más de la frontera con Israel, una de las más castigadas por los soldados judíos. Cuesta trabajo caminar sorteando los socavones y enormes surcos dejados tras el paso de los blindados; de un naranjal no queda nada, ramas y troncos desperdigados; las palmeras descansan tumbadas en horizontal; del invernadero, saltaron barras de metal y tuberías por aquí y por allá. El plástico que recubría los cultivos a duras penas se sostiene.
"Los soldados cagaron en bolsas y las dejaron en el frigorífico", dice Sausan con amargura
La labor será larga. A las puertas de la casa de Mahmud Mubarak -de varias plantas, como es habitual entre los palestinos, que suman pisos al ritmo de crecimiento de la familia- murieron dos milicianos de Yihad Islámica. Una veintena de soldados allanaron el edificio de cuatro alturas. En la primera, encerraron a las siete personas de su familia. "De día nos metían en una habitación con un perro y nos advertían de que no nos moviéramos. De noche en otra. Dependía de la dirección de los disparos de los milicianos. Nos utilizaron como escudos humanos". Todo el edificio está plagado de orificios de balazos, de metralla. Los depósitos de agua están agujereados, inservibles. "Otros agujeros los hacían los francotiradores cuando se hallaban dentro. Colocaban papel en las ventanas que simulaba la forma y vestimenta de un soldado para que dispararan ahí los milicianos y poder identificar desde donde tiraban", narra Hasan, hijo de Mahmud, mientras se escuchan de fondo los constantes bombardeos israelíes.
De la casa de Husein Zayed, a un costado de la anterior, costó trabajo a los uniformados israelíes sacar a Galia, recién casada con un hijo de Husein. "Estaba sola. Me negué a irme y empezaron a disparar contra mi dormitorio", cuenta Galia mientras barre escombros. "Cuando se acercó una excavadora para derribar la casa conmigo dentro vino mi prima y salimos. Creo que no iban a hacerlo, pero me entró pánico". En la segunda altura del edificio no hay orificios. Un proyectil de un tanque ha abierto un boquete de cuatro metros y la habitación no tiene pared. Se ve mejor que nunca el edificio de los Mubarak. La cocina está destrozada, en el salón y los dormitorios los amasijos de colchones, cables y cascotes se apilan a la espera de la limpieza. Funcionarios del ayuntamiento ya han llegado para evaluar daños. "Tardaremos al menos cuatro días", señala el ingeniero Mahar Rajab.
Husein y varios hombres hablan en una especie de porche en el que se apostó un tanque. Como es norma desde hace semanas en Gaza, espetan al periodista que el "silencio de la actitud de la Unión Europea es una vergüenza". "Han destrozado mis olivos y los viñedos. Desde aquí", asegura, "no se disparan cohetes Kassam sobre Israel. Por eso ellos llaman a este barrio el área de la paz". La conversación se enciende. Husein es contrario a que se disparen misiles artesanales desde cualquier lugar. Mohamed defiende el lanzamiento si se hace desde zonas abiertas. Todos coinciden en que la captura del soldado judío cautivo de la milicia de Hamás es un acierto y que bajo ningún concepto debe entregarse a Gilad Shalit, si no es a cambio de buen número de prisioneros.
"Lo hemos perdido todo. Ahora, ¿cómo vamos a vivir? ¿Pidiendo limosna? Las ayudas que daban los europeos se las llevaban los ladrones de la anterior Autoridad Nacional Palestina, y los europeos lo sabían. No somos tontos. Ahora que hay una dirección correcta a la que enviar el dinero, nos someten al embargo", apunta indignado Mohamed. "Y que quede claro, aquí nadie somos de Hamás, aunque les hemos votado. Éramos de Fatah", concluye aludiendo al partido en el que militan quienes son considerados por la mayoría como auténticos saqueadores.
Sausan, pariente de Husein, es una mujer que lleva la voz cantante en el tercero de los bloques de viviendas visitado. Se considera afortunada: "Menos mal que los francotiradores usaron mi casa, porque la han destrozado menos". Las baldosas de mármol de una de las alcobas fueron arrancadas de cuajo. "Las usaban para meterlas en sacos y protegerse, como hicieron con la nevera. A nosotros, que somos 15, nos metieron en una habitación [de 12 metros cuadrados] con un perro. Estuvimos dos días. No nos dejaron beber, pero los soldados abrieron los grifos para que se agotara el agua de los depósitos". Tras la marcha de los uniformados israelíes, encontraron una sorpresa a la que restan importancia. "Los militares cagaron en bolsas y las dejaron en el frigorífico. Lo habrías visto si hubieras venido dos horas antes", dice Sausan con una sonrisa amarga.
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