Nadal enamora por su normalidad
En un mundo de estereotipos y estrellas, el manacorense impone un modelo basado en la espontaneidad y la sinceridad de sus 20 años
En la pista rompe todos los moldes, pero fuera de ella también. Rafael Nadal tiene sólo 20 años y actúa en todas partes con la espontaneidad propia de cualquier joven de esa edad. Es más maduro que la mayoría, eso es cierto, porque también ha vivido situaciones más extremas que las propias de su edad. Sin embargo, a pesar de haber ganado ya dos Roland Garros, de estar en la final de Wimbledon y de ser el número dos del mundo, impone un modelo basado en su sinceridad, su buen humor, su sentido positivo de las cosas y su educación.
"No queremos que cambie nada de todo eso", afirma Benito Pérez Barbadillo, responsable de las relaciones con los medios de comunicación hispanoamericanos de la ATP y también jefe de prensa de Rafael Nadal. "Tiene que seguir siendo como es ahora. Disfrutando con todo lo que hace, sintiendo esa ilusión que le caracteriza y manteniendo esa forma tan franca de actuar tanto cuando le piden un autógrafo como cuando debe afrontar una conferencia de prensa".
Toni Nadal: "Por pasar bolas por encima de una red mejor que otros no debe sentirse especial"
Nadal nunca pasa por alto a alguien que le pida un autógrafo. "Cuando yo era niño me gustaba que me los dieran y recuerdo muy bien lo que sentía si alguien no lo hacía", proclama con una sonrisa en los labios. Nada que ver, por ejemplo, con John McEnroe, que a sus 47 años, retirado desde hace más de una década y ahora comentarista de televisión, pasó de largo hace sólo unos días cuando dos aficionados con un niño le pidieron un autógrafo y ni se giró cuando el niño se puso a llorar. Eso en Nadal es impensable.
Cuando se le escucha reflexionar sobre cuestiones tenísticas, nadie diría que hace tan poco tiempo que está metido en el tenis profesional. Se conoce al dedillo todas las estadísticas, las analiza y saca sus conclusiones. "Cuando uno ve lo que se ha tardado en que un español llegara de nuevo a la final de Wimbledon, es cuando me doy cuenta de lo importante que eso debe ser", confesó tras clasificarse para la final. Es capaz de recordar los títulos de los Masters Series que tienen Federer, Moyà, Ferrero, Safin, Hewitt, para concluir que no es nada fácil haber ganado seis como ha hecho él. En el vesturario es uno de los pocos tenistas que se relaciona con todo el mundo. Incluso fue capaz de confesarle a Federer que "los primeros tres juegos contra Ancic fueron lo mejor que había visto en su vida", o de hacer bromas con Bjorkman o con cualquiera de los jugadores suramericanos. Habla con todos.
En las conferencias de prensa confiesa sin rubor que su vocabulario en inglés se le está agotando. Inventa palabras para intentar explicarse y se esfuerza para mejorar su nivel de inglés, lo que gusta a los medios anglosajones, que se lo perdonan todo. Muchas veces se gira hacia el representante del ATP Tour para pedirle: "¿Qué ha dicho?" o "¿cómo se dice me han educado así?". En Wimbledon, llevó a los medios de comunicación españoles y estadounidenses acreditados a la casa que tiene alquilada y se sentó en el suelo en medio de ellos para ir respondiendo a sus preguntas con una serie de reflexiones más propias de un veterano que de un novato.
Sin embargo, lo que más gusta de él es el trato que siempre concede a las personas de la calle. En un viaje en avión desde Barcelona a Mallorca, las dos azafatas le preguntaron si podían hacerse unas fotos con él en la cabina. "No, no, no, no", les respondió seriamente. Pero de inmediato agregó: "Sí, desde luego. ¿Dónde quereis hacerlas?". Ellas cambiaron su expresión, se lo llevaron a la cabina de mando y le hicieron diversas fotografías y les firmó autógrafos. Pero eso es un caso esporádico. Muchas veces se pasa más de un cuarto de hora antes de salir de una pista porque no la abandona sin haber atendido todas las peticiones de los aficionados. "Eso es lo normal", asegura él. "No puedo entenderlo de otra forma. Así es cómo me han educado".
Donde mejor se siente es en Manacor. Es su refugio, el lugar donde no es más que Rafael Nadal. "Allí todo el mundo me conoce y ya nadie me pide nada especial. Sólo cuando llego al aeropuerto de Mallorca me piden que les firme camisetas o fotografías. Pero en Manacor estoy en casa. Puedo salir con mis amigos, ir a la discoteca, irme a pescar. Hacer todo lo que quiero sin sentirme observado", asegura el jugador. "Creo que es un chico normal que lo único que hace mejor que los demás es pasar bolas por encima de la red. Y no por eso debe sentirse muy especial o mejor que cualquier otro que trabaje todo el día, en todo caso debe sentirse muy afortunado de poder trabajar en lo que a él le gusta. Ésa es la educación que siempre he intentado enseñarle. Y por eso no creo que nunca cambie su forma de ser", concluye su tío y entrenador, Toni Nadal.
En un mundo tan esterotipado, tan lleno de estrellas, tan sofisticado y muchas veces hostil como el del tenis, resulta un milagro encontrar a una persona tan sencilla, sincera y amigable como Rafael Nadal. Y esa normalidad es justamente lo que más enamora de este gran campeón.
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