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Columna
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Reparación

La Guerra de España no fue sólo una guerra, y no fue sólo española. Es la frase que más me emocionó del discurso que el presidente del Parlamento Europeo pronunció en Estrasburgo, con motivo de la declaración institucional de condena al cumplirse los 70 años del golpe de Estado del general Franco. Ésa es la frase que daba sentido histórico y europeo a una iniciativa oportuna, de justísima reparación, en la que han jugado un papel decisivo los eurodiputados andaluces Willy Meyer y Luis Yáñez.

La Europa democrática reconocía, 70 años después, que nuestra Guerra Civil no fue cosa de españoles, un conflicto de violencias costumbristas en el que estuviese justificada la política de no intervención. La denuncia simple del franquismo hubiera supuesto una triste lluvia nórdica sobre el suelo mojado español, una reiteración, una pura evidencia, por mucho que nuestros políticos conservadores se indignen de manera hipócrita cada vez que recordamos la barbarie del 18 de julio y la crueldad de la dictadura.

Cuando los representantes del Partido Popular se niegan a los ejercicios de memoria histórica, y aluden al espíritu de la reconciliación protagonizado por Adolfo Suárez, ocupan un lugar que no les corresponde. El esfuerzo de reconciliación correspondió sobre todo a las víctimas, es decir, a los partidos democráticos que habían sufrido una represión salvaje, y que estuvieron dispuestos a olvidar, incluso renunciando a algunos de sus principios más queridos, para hacer posible el regreso de la libertad. La transformación de los verdugos es necesaria, pero resulta menos importante que la generosidad de las víctimas en la reconstrucción de la convivencia. Además, tenía sentido hablar de reconciliación nacional en 1975, pero no ahora, en la España de 2006, en una democracia consolidada que puede permitirse con normalidad, sin silencios pactados, un examen justo y completo de su historia. Vivimos una situación muy diferente, por mucho que los políticos más reaccionarios quieran hacernos creer con sus declaraciones que siguen perteneciendo a la cultura franquista. Y no es verdad. Algún día la izquierda española deberá tomarse la molestia de explicar bien cuáles son los nuevos códigos de comportamiento de una derecha activa, que tiene poco que ver con Franco, un señor de principios.

La Guerra de España no fue sólo española. Al oír a los diputados europeos reconocer que la Guerra Civil supuso el primer episodio de la Segunda Guerra Mundial, el laboratorio en el que los totalitarismo prepararon su asalto a la democracia, se conmovieron mis recuerdos de lector. Novelistas, ensayistas, poetas, demandaron a Europa una respuesta, mientras Europa se lavaba las manos y recibía a los exiliados españoles en campos de concentración. Recordé Los pasos contados de Corpus Bargas, sobre todo las páginas en las que evocó las gestiones de Fernando de los Ríos en busca de las armas necesarias para defender la República, y la negativas de Francia e Inglaterra. Recordé Perico en Londres, la novela de Salazar Chapela. En una ciudad bombardeada por Hitler, los exiliados españoles participaron de la lucha y se sintieron útiles. Lo mismo ocurrió en África, o en Francia, o en cualquier parte del mundo en la que hiciese falta una entrega heroica. Una y otra vez arriesgaban la vida, y repetían que España era también un país ocupado, con la esperanza de que la caída del nazismo supusiese la liberación de su país. Recordé un poema de Alberti titulado Pueblos libres, ¿y España?, escrito cuando las democracias europeas volvieron a olvidarse de los españoles y aceptaron a Franco, un general golpista consagrado por Hitler y Mussolini. Recordé todos los esfuerzos de la diplomacia republicana española, durante la guerra y el exilio, empeñada en que se aceptase lo que después demostraron los historiadores más serios, eso mismo que acaba de asumir esta semana el Parlamento Europeo: la Guerra de España no fue solo española. Willy Meyer y Luis Yánez han protagonizado en Europa un ejercicio necesario y justo, de reparación.

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