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Noche de guerra en Yabalia

Los ataques israelíes convierten en un infierno la vida en un campo de refugiados palestino en Gaza

No hay silencio en Gaza. La aviación israelí machaca desde el miércoles, unas veces de madrugada, otras de día, con el estruendo bestial y repentino de las bombas de sonido, una flagrante violación de las convenciones de Ginebra. Los nervios de la población están destrozados. Sin apenas luz en las casas tras el bombardeo de la única central eléctrica, el millón y medio de palestinos de la franja carece de entretenimientos. Televisiones y ordenadores están apagados mientras se achicharran de calor. A la caída del sol, aguzan el oído a la espera de identificar el lugar de caída del enésimo proyectil. La madrugada del viernes, el campo de refugiados de Yabalia, al norte de Gaza, donde se hacinan 100.000 personas, era un agujero negro en el que se escuchaba la amplia gama de los sonidos de una guerra.

Cuando retumban las explosiones los niños se resguardan en el regazo de sus padres
100.000 personas se hacinan en un agujero negro donde se oyen los sonidos de la guerra
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De camino al campo, sólo se divisan sombras y milicianos enmascarados que vigilan los cruces de calles a la espera del asalto al norte de la franja con que amenaza el Gobierno israelí. Muy pocas personas se aventuran a salir. "Los israelíes han organizado esta velada en casa de mi cuñado", ironiza Yamal, un ingeniero palestino emigrante que llegó hace dos semanas de vacaciones a su Gaza natal. El asueto es un tormento. "Ayer estuve en casa de mi hermano, en el campo de Shati. Hoy, aquí. La verdad es que no hay lugar seguro, pero mi casa, que está a 700 metros, es un lugar demasiado peligroso. En una colina próxima siempre se colocan los tanques cuando los militares israelíes se adentran en la franja", comenta. No está el horno para bollos. Así que, junto a su esposa y cuatro hijos, fue a pasar la noche a casa de los Hamad.

En la terraza hay 22 personas, entre ellos, siete niños y cinco adolescentes. Los críos juegan a ratos a la luz de una bombilla alimentada por un gas que ya escasea. Cuando retumban las explosiones, los más pequeños se resguardan en el regazo de sus padres, permanentemente atentos a lo que informa la radio y fumando sin parar: un misil en Jan Yunis, otro en Rafah; han destrozado el Ministerio del Interior, una sede de Al Fatah, la Universidad Islámica... Así durante horas. La familia Hamad es experta en el repertorio de los zumbidos.

"Los misiles de los helicópteros Apache son como una estrella fugaz y tras la explosión se ilumina el cielo", dice Bahagt. El zumbido de las aspas del Apache se percibe con nitidez. Los cazas F-16 sobrevuelan sin cesar en círculos. Omar, a sus siete años, duerme durante el día y juega con sus primas por la noche. Hasta las cinco de la mañana. Pasa demasiado tiempo mirando al cielo. De un vistazo avista el avión de combate a gran altura. "Mira, nos está viendo. Pero somos poca gente. No merece la pena bombardearnos". Los mayores sonríen.

A las 2.20 se oye nítido un tiroteo y los adultos dan un brinco. Poco importan los proyectiles de la artillería o los misiles de los Apache o los F-16. Están más que habituados. Pero un tiroteo cercano es otra cosa en Yabalia. "Significa que los soldados israelíes están entrando en el campo y que los milicianos han comenzado a hacerles frente", dice Kayed. Es una falsa alarma. Milicianos y policías se han disparado entre ellos por error y hay algunos heridos. Las ambulancias se dirigen hacia el lugar. La hija de Bahagt no alcanza los dos años. Pero acierta a decir: "Judíos disparan". Es lo que oyen. "Nosotros tuvimos contactos con los judíos, trabajábamos en Israel y establecimos algunas relaciones humanas. Pero estos niños pensarán diferente. Sólo conocen de ellos sus misiles", añade su padre.

A las 3.45 han terminado los bombardeos. "Los F-16 siguen volando, pero ahora se trata sólo de joder a la gente", comenta Yamal cuando comienza a oler a pólvora y a quemado. La brisa trae los efluvios y suena la llamada a la oración. Las sombras reaparecen en las calles de Yabalia. Es aún noche cerrada. A las puertas de la mezquita más próxima llegan numerosos fieles. Varios de ellos, jóvenes armados. "Suele haber muchos más, pero estos días tienen otras misiones", explica Kayed. Comienza la actividad todavía sin luz en unas calles sin asfalto y sin aceras. Milicianos vuelven de patrullar la frontera. Otros van a reemplazarlos.

Al regreso, casi amaneciendo, en la ciudad de Gaza se respira cierta tranquilidad. El traductor asegura: "No durará mucho". Minutos después, la primera bomba de sonido de la jornada. Cinco minutos más tarde, la segunda. Los efectos no se aprecian a simple vista. Pero el cuerpo necesita que sus órganos descansen y estas bombas provocan descargas súbitas de adrenalina. El sistema nervioso, riñones, hígado y corazón no reposan. Los niños se orinan en las camas; están más irascibles. Nadie necesita despertador en Gaza. Aunque duerman de día.

Niños palestinos piden con un cartel el 'fin de la invasión' israelí durante una manifestación en Rafah, al sur de la franja de Gaza, ayer.
Niños palestinos piden con un cartel el 'fin de la invasión' israelí durante una manifestación en Rafah, al sur de la franja de Gaza, ayer.REUTERS

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