Héroe Ricardo
El portero detiene tres penaltis y hace semifinalista a Portugal, que fue mejor que Inglaterra
Muy quieto y pegado a su línea de gol, Ricardo se metió en una burbuja de paz mientras el mundo explotaba a su alrededor. La tortura de la rueda de los penaltis había invadido a los lanzadores, a sus compañeros y a los aficionados, pero nunca a Ricardo, que permaneció impasible, ajeno a las caras desencajadas, las bocas secas, las muecas de dolor. Paró tres penaltis. Uno a Lampard, otro a Carragher y el tercero a Gerrard, el más angustiado por la responsabilidad. Su rostro no engañaba. Estaba superado. Todo lo contrario le sucedió a Ricardo, que ni siquiera necesitó el histrionismo de Lehmann para asustar al lanzador. Fue mucho más sobrio. Y legal. Esperó hasta el último instante antes de volar hacia uno de los costados. Y a punto estuvo de detener un cuarto, el de Hargreaves, que se le escapó de la yema de los dedos. El portero del Sporting de Lisboa tenía todo el derecho a sentirse el héroe de Portugal, precisamente él, la apuesta más arriesgada de Scolari en la pasada Eurocopa 2004, cuando medio país reclamaba la titularidad de Víctor Baía.
RESULTADO
INGLATERRA 0 - PORTUGAL 0
La tristeza de Eriksson ha calado hasta los huesos a sus jugadores
Cristiano Ronaldo hurgó por donde más dolía: Gary Neville, un viejo conocido y pan comido
Ya entonces Portugal envió a casa a Inglaterra en los penaltis, aunque en aquella ocasión falló Beckham, retirado ayer por lesión. Ya entonces fue mejor el conjunto de Scolari, que dominó de principio a fin a una frustrante Inglaterra, un equipo muy por debajo de sus posibilidades. La tristeza de su entrenador ha calado hasta en los huesos de sus jugadores. La pobreza del juego, una vena especulativa tan desconocida en la Premier League, tuvo su prolongación hasta el drama de los penaltis. A pesar de que Eriksson y sus chicos dieron tras el encuentro una vuelta al ruedo del estadio como si fueran dignos de reconocimiento. La hinchada inglesa, muy generosa, les aplaudió Probablemente, porque estaba caliente por la intensidad de la cita. Porque todavía pensaba que Rooney había sido expulsado injustamente. No lo fue. Otra cosa será cuando se enfríe y se pregunte por qué Inglaterra ha renunciado a su vibrante estilo a cambio de un poco de catenaccio mal entendido. Por qué Lampard, Gerrard o Rooney han sido sombras de sí mismos. Y por qué Scolari les ha derrotado por tercera vez en una gran cita. ¿Será dueño de alguna pócima mágica? Ayer salió a celebrarlo con sus jugadores, con ese pantalón subido hasta el ombligo, con esa cara de felicidad plena que tantas veces se ha dibujado en la Copa del Mundo: suma ya 12 victorias consecutivas.
Portugal fue dueño del balón hasta la línea de tres cuartos. Ahí se fundió. A pesar de que el meta Robinson daba todo tipo de síntomas menos el de seguridad, al cuadro de Scolari le faltó calidad para abrir el partido. Le faltó Deco, el más capacitado para descerrajar un candado como el de Eriksson. Bien con un pase interior, bien con un disparo a media distancia. Simão fracasó en esa función. Tampoco le sobraron rematadores. Pauleta se quemó en la primera parte y Postiga no estuvo a la altura, salvo en el penalti que marcó. Cristiano Ronaldo representó la luz, cuando se abría a las bandas, y la oscuridad, cuando se cerraba. Finalmente, marcó el penalti decisivo y compartió honores con Ricardo. Aunque fue Carvalho quien completó una actuación más redonda. Sometió a Rooney a tal marcaje que el joven de Liverpool, desesperado, acabó pisándolo y yéndose a la ducha al comienzo del segundo tiempo. Inglaterra no jugó a nada con 11 y, en cambio, sí supo lo que quería cuando se quedó con 10: pelotazos a Crouch, que debía aguantar el balón hasta la llegada de nuevos refuerzos.
El cuadro de Eriksson tenía esta vez una coartada: la sauna en la que se convirtió el estadio del Gelsenkirchen, que había sido tapado con su aparatosa cubierta. "Stand up for the englanders ("Levantaos por los ingleses"), rugían los 45.000 británicos, mayoría frente a los escasos 5.000 portugueses. La hinchada inglesa ama a Rooney. Lo espera como al mesías. Pero éste les jugó ayer una mala pasada. "¡Cheat, cheat, cheat!". Los ojos inflamados y la voz desgarrada de los supporters acusaban a Carvalho de "tramposo" mientras el central portugués era retirado en camilla. Los tacos de Rooney, sin embargo, se habían clavado en el muslo de Carvalho tras un forcejeo entre ambos.
Cristiano Ronaldo hurgó por donde sabía que podía dañar a Inglaterra: por el extremo izquierdo. Le aguardaba un viejo conocido, Gary Neville, su compañero en el Manchester United, pan comido. Se multiplicaron las ayudas al lateral insuficiente: una vez le tocó a Gerrard, otras a Lampard. Para eso ha quedado Lampard, para tapar agujeros, puesto que en ataque se ha vuelto intrascendente. Tras la expulsión de Rooney, el campo se convirtió en un tablero de ajedrez. Simão se ubicó en la izquierda y mandó a Cristiano Ronaldo al lugar vacante de Pauleta. Inglaterra, metida atrás salvo el espigado Crouch, repelió los ataques lusos. También, porque Cristiano Ronaldo, excelente por la banda, era una ruina como 9. De ahí que Scolari lo devolviera al extremo. Retiró a un exhausto Figo y entró Postiga. Portugal asedió con paciencia e intensidad, pero sin apenas fuerzas, ideas, aire fresco ante el catenaccio inglés.
Y llegó la tanda de penaltis. Ricardo se metió en su burbuja y mandó a la demudada Inglaterra por donde había venido.
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