Una colección inmadura

Una selección de 57 pinturas, de la colección privada mexicana Pérez Simón, recala estivalmente en el Museo Thyssen-Bornemisza, y lo hace, como así se proclama en la convocatoria, por primera vez en público. Nadie debe minusvalorar la oportunidad de acceder a contemplar obras históricas, seleccionadas entre los siglos XV y XIX del arte occidental, entre cuyos autores se encuentran egregios maestros, como, entre otros, Cranach, Rubens, Canaletto, Tiepolo, Goya, Corot, Monet, Renoir o Van Gogh. Tampoco parece mal que esta oportunidad sea brindada por un museo público que surgió de una colección privada, con lo que contenido y lugar de exhibición se acomodan.

Remarcado sin restricción mental todo lo anterior, hay, no obstante, que matizar algunos pormenores en esta iniciativa, sobre todo, en lo que atañe al sentido, cada vez más laxo, que hoy se da al término "colección". En el caso de esta colección mexicana, que consta al parecer de un millar de piezas de todo tipo, es, en principio, chocante que se haya formado tan sólo hace tres lustros, lo cual indica, por una parte, una vertiginosa forma de acopiar obras de arte, y, por otra, a tenor de lo anterior, que han ingresado de manera necesariamente indiscriminada, sin la menor pausa crítica, ni guión, porque no debemos considerar así lo que nos dicen sus responsables que han sido sus móviles: "la belleza femenina", "la naturaleza", "las escenas de la vida cotidiana", expresión de los "placeres terrenales", en contraposición a las "naturalezas muertas", también presentes, o la "fascinación por la luz y el color". Ciertamente no le echará tanta literatura al asunto quien conozca la oferta mercantil de anticuarios y casas de subastas internacionales durante precisamente estos últimos quince años.

Estas indicaciones nos expli

can el porqué, en la Colección Pérez Rojas, junto a los sonoros nombres antes citados, aparezcan otros muchos de perfil más bajo, o, refiriéndonos a los cuadros expuestos, mucha desigualdad de calidad entre ellos. Esta situación se pone particularmente en evidencia en lo que se refiere al siglo XIX, que, entre lo seleccionado para esta muestra madrileña ocupa el 60%, ya que no sólo esta parte está afectada por lo antedicho, sino por una auténtica disparidad de criterios, como lo es que, junto a los grandes nombres de los impresionistas y posimpresionistas, nos encontramos con Cabanel, Gérôme, Bouguereau, Breton, Dupré, Bombin, Leighton, Long, Tissot, Alma-Tadema, Moore, Strudwick, Waterhouse o Payne. Es cierto que, desde hace medio siglo, ya no rigen los dogmáticos criterios vanguardistas para clasificar jerárquicamente los valores artísticos del XIX, pero para apreciar adecuadamente el enriquecido panorama resultante hace falta más y mejores mimbres, si no se corre el peligro de parecer un batiburrillo.

En este sentido, la paradoja de esta convocatoria es que satisfará más a los entendidos, que pueden con su saber taponar estos huecos y desmayos de la Colección Pérez Rojas, tal y como nos es ahora presentada, que al público visitante en general, que saldrá quizá feliz, pero muy desorientado de la experiencia. De manera que posiblemente hubiera sido bueno demorar un tiempo su primera presentación en público, porque no dudo, dado el asombroso ritmo de su crecimiento, que, en pocos años, se mostraría como colección bastante más convincente que en el presente.