Espectáculo y ficción
El Mundial tiene mucho de espectáculo ficticio. Para empezar es bastante dudoso que haya 32 selecciones con méritos para disputar una fase final. Sería más realista reducir el número a 20 o 24. Pero claro, entonces el negocio se resentiría. Tampoco el negocio sería igual si cada país enfocara el asunto desde el realismo y no desde el hinchado artificial. Pero precisamente de sueños están fabricadas las ficciones. España se despierta siempre de sus sueños futbolísticos con resaca triste. El partido contra Arabia Saudí fue el más importante para nosotros, marcó un punto de depresión y finalmente impregnó de dudas la espera al partido de Francia donde requeríamos una dosis mayor de descaro y seguridad. Pero hay jugadores con futuro y un estilo que terminará por darnos bastantes alegrías. Aunque sería de justicia aplicar las euforias teledirigidas también al baloncesto, el balonmano, el hockey o el waterpolo, deportes de selección donde destacamos entre el desprecio generalizado.
Hay ficción también en la manera con que Brasil o Argentina avanzan camino de la final. Todos queremos verles jugar y ellos se esconden para asestar latigazos letales. Se benefician de que la mítica del fútbol hoy en día se construye con imágenes seleccionadas en montajes rápidos de vídeo y al final, para el recuerdo, quedan tres jugadas repetidas hasta la saciedad. Y a partir de ahí soñamos que vimos buen fútbol. Pasa también con Beckham y su Inglaterra. Basta un golpe franco para llenar las portadas y generar instantes idealizados. Pero fútbol, ni por asomo.
En cambio Italia, que fue durante siglos una fábrica de actores histriónicos pero veraces, sigue fiel a su talento. Los ojos de Totti antes de lanzar el penalti definitivo en el minuto noventa contra Australia eran una lección de decisión, descaro y bella autoridad. La fabricación del penalti en sí mismo fue un ejercicio de ficción precioso. Muchos se están cebando con el árbitro. Qué injustos. El jugador italiano recorta, zigzaguea y busca al defensa caído en el área con una linda coreografía tan creíble y emocionante que pitar penalti era una cuestión de justicia poética. Bravo por el árbitro.
Queda Alemania, que tradicionalmente nunca apuesta por la ficción, sino por el realismo teutónico, compuesto en dosis exactas de aburrimiento y solidez. Hasta el día de hoy es la única que se sale del guión. Son los susurros teóricos de Mennotti en la oreja de Klinsmann, estrategias dulces como caramelos, los que por ahora más diversión han puesto en escena. Eso, y lo que deparen los mutis finales de dos grandes viejos actorazos: Figo y Zidane. Desengáñense, las portadas y los carteles son siempre de Brad Pitt, pero las películas las sostienen Morgan Freeman y Gene Hackman.
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